Capítulo 1.
Mi cabello ondulado cae a un costado de mi rostro. No he podido lidiar con él en toda la mañana y eso me tiene histérica.
Sujetarlo me provoca migraña y la única forma de encontrar la paz es dejándolo suelto. Incluso pensaba en cortarlo por los hombros, pero sabía que me arrepentiría luego.
Una vez lo hice, me arrepentí y encontré comodidad al ver que creció pocos meses después.
La mancha del espejo sale luego de insistir con el trapo húmedo y relajo los hombros, aliviada. Otro trabajo bien hecho. Ninguna salpicadura de maquillaje en el espejo podrá contra Alex Klein.
Finalizada la limpieza en la habitación veinticuatro en el hotel Trivelan, me paseo con mi carrito de limpieza por los pasillos más lujosos. Ha terminado mi jornada, por ende, es hora de la comida y eso me tiene tranquila.
La alfombra bajo mis zapatos se siente tan cómodos y observo con gran admiración la araña de cristales lujosos que cuelga del alto y majestuoso techo. Se escucha el hablar de los turistas y cada tanto una carcajada modesta.
Las personas, amables, me saludan y yo les devuelvo el gesto con un asentimiento de cabeza y una respetuosa sonrisa.
Junto a mi grupo de compañeras de trabajo, tenemos el deber de tener todo a la perfección en uno de los hoteles más caros y prestigiosos de toda California.
Luego de llamar al ascensor, me quedó frente a la puerta esperando a que estas se abran de par en par. Y así lo hizo. Las puertas se abren y finalmente ingreso. Gracias a Dios no hay personas y puedo permitirme descansar la espalda contra uno de los tres vidrios del ascensor.
Cierro los ojos. Ha sido una mañana muy agotadora, pero estoy a gusto porque nadie me regaña. Ni siquiera la jefa de encargadas de limpieza. Ella sabe cómo trabajo y mi nivel de tener todo a la perfección. Así que eso también me deja tranquila.
Me reincorporo de golpe en cuanto las puertas del ascensor se abren luego de detenerse en el piso cuatro. Me pongo firme, agarrando la manija del carro y mirando al frente.
Ante los huéspedes debo mantenerme presentable.
Mi corazón late desembocando por el nerviosismo al ver cómo el dueño del hotel ingresa y se posiciona a mi lado luego de seleccionar un botón en el panel.
La belleza de Matt Voelklein me deja enmudecida. Su cabello castaño desprolijo no hace juego en absoluto con su traje azulado oscuro. Lleva unos lentes de sol. Me sonríe a labios cerrados y yo le devuelvo el gesto con el mismo respeto que él.
Es alto, muy alto y tiene un excelente porte. Me gusta ver cómo su espalda se contrae un poco bajo su traje en cuanto saca el celular de su pantalón en cuanto escucha una llamada entrante. Es tan joven.
—¿Cariño? Ya estoy saliendo del hotel. No. No lo sé —emboza una sonrisa pero trata de disimularla—. No seas mala, Amy—vuelve a ponerse serio tras aclararse la garganta—. Sí, pasaremos a recogerlo al aeropuerto. Lo sé amor, yo también estoy ansioso. En unos minutos llego a casa, te amo ¿lo sabes?
Luego de escuchar la respuesta en la llamada, la finaliza y vuelve a meter su celular en el bolsillo.
—No sé qué hice para merecer a mi mujer—piensa en voz alta y me mira, con una sonrisa jovial.
—Deben ser muy felices juntos, señor—le sonrío, luego de escuchar esas tiernas palabras.
Dios mío, que hombre tan tierno. Esa mujer debe ser tan afortunada…
—Y más sabiendo que mi hijo Tom está de regreso—las puertas del ascensor se abren de par a par en el piso principal.
Yo tomo el carrito y ambos salimos a la par. Se detiene en seco y me mira por encima de sus hombros. Yo freno el carro y mi caminar con el ceño fruncido al ver que se ha quedado quieto, dudoso.
—Ve a recepción y diles que te he dado el día libre. Tampoco permite que te lo descuenten. Si dudan de tu palabra que levanten el teléfono y me llamen—me informa con voz seria y lo veo marchar.
¡¿Qué?! Amo a mi jefe, maldita sea.
Su semblante frío y distante me dejan con las piernas hechas gelatinas. Parece tan dominante como formal al ver su caminar. Las mujeres lo miran embobadas al verlo pasar. Él no se inmuta ya que ellas no existen y dejan en claro que es hombre para una sola mujer.
¡Día libre!¡Sí!
Nate desliza una cerveza sobre la barra la cual atajo con la mano con gran reflejo. Me guiña un ojo en forma de cumplido y sigue atendiendo.
El bar está atascado de personas y es una noche difícil para el atractivo Nate. Pero es tan profesional en lo que hace que no parece tenso o nervioso al atender a muchos clientes a la vez.
Lo quedo mirando embobada con mi barbilla reposando en mi mano. Me llevo el pico de la botella fría a los labios y le doy un breve trago, sintiendo el amargor de la cerveza recorrer mi garganta.
Nate tiene el cabello de un tono café que combina con sus ojos negros y profundos. Cada tanto me hecha una mirada indiscreta y yo no me quedo atrás. Me sonrojo al ver que me regala una media sonrisa mientras escucha a la clientela.
Que hombre.
Los músculos de los brazos se contraen con cada movimiento al tomar las botellas y preparar las bebidas. Es tan guapo.
—Alex disimula—me regaña mi mejor amiga Katy, con tono exasperante.
—Si no follo dentro de las veinticuatro horas lloraré—le informo sin dejar de mirar a Nate.
Escucho que Kate se echa a reír. Volteo a verla. Se ha cortado el cabello por los hombros y le ha quedado fantástico con reflejos agregados. Echaré de menos su melena larga.
—¿Estás tan desesperada?—me pregunta con el ceño fruncido y le da un trago a su cerveza.
—Mi vibrador ya quiere presentarme a sus padres.
Katy se ahoga con lo ingerido y comienza a toser frenética al escucharme. Se está ahogando mientras ríe a la vez. Recobra el aliento luego de que Nate le acerca una servilleta para limpiarse la boca y parte de la barra empapada de cerveza.
—¡Eres tan puerca!—me dice ella entre sorprendida y muerta de risa.
Me encojo de hombros y bebo de mi cerveza. La miro, apoyando la botella contra la barra.
—Hace mucho tiempo que no tengo nada con nadie. Solo estuve con un hombre el cual me dejó. Fueron años de pura escases, Katy. Se buena amiga y búscame una pareja en este bar. Ganarás puntos si consigues que tenga algo con Nate.
—¿Me estás pidiendo que sea tu cupido? —me codea, cómplice mientras le echa un vistazo al sitio con gran entusiasmo—. Si mi amiga quiere follar esta noche, follará.
Katy salta de su butaca y veo como se escabulle entre las personas. La observo.
—¡Katy no es algo literal, regresa aquí! —le grito a través de la música.
Meneo la cabeza riéndome. Cuando pongo la mirada al frente, me sobresalto a ver a Nate frente a mí. Tiene sus ojos clavados en mi rostro y los codos apoyados en la barra. Si se inclina un poco más no habría oxígeno para los dos.
—¿Cuándo me invitaras a salir? No sé cuántas veces me has guiñado el ojo pero si no me aclaras que tienes un problema ocular te creeré loca por utilizar esa rara técnica de seducción, Alex.
—Lo siento. No sé coquetear. Soy pésima—me ruborizo al instante.
Mierda.
Nate sonríe desviando los ojos hasta que algo capta su atención. Yo trato de averiguar qué tanto mira, pero no logro descifrarlo.
—¿Por qué no pruebas esa táctica de seducción con el joven que está en la esquina de la barra? —señala con la cabeza y me mira nuevamente.
Ni siquiera miro nuevamente porque no me interesa. Acaricio las manos entrelazadas de Nate que están encima de la barra. No voy a darme por vencida.
Él se endereza, apartándose.
—Tengo novia, Alex—aprieta los labios, en señal de disculpas.
—¡Pero si me estabas guiñando el ojo y echándome caritas de matador! —me quejo, sorprendida.
—A la que estaba mirando era a mí.
Giro la cabeza en dirección a la voz y me encuentro con una chica que me está fulminando con la mirada.
He aprendido varios insultos gracias a ella y mi favorito es: la concha de la lora.
No sé lo que significa, pero suena bonito y es increíble que sea un insulto.
—Lo siento muchísimo, no sabíamos que Nate era tu novio—se disculpa volviendo a hablar en inglés—. No nos metemos con hombres que tienen mujer. Vuelvo a disculparme contigo. Invito la próxima ronda de bebidas.
Katy se apresura a encontrar un barman desocupado y lo llama levantando el dedo de su mano con cierto nerviosismo. Miro a Zoe quien ha vuelto a aflojar el gesto. Creo que se ha dado cuenta que hablábamos en serio.
—Pase lo que pase con Nate sé que lo van a superar. Por algo tomaron la decisión de convivir juntos —regreso a la conversación que habíamos entablado con Zoe.
—Es que nunca está en casa —manifiesta, soltando el aliento al final de sus palabras —. Y cuando estamos juntos todo se vuelve rutinario: cenar, mirar la televisión, tener sexo y dormir. No sé si es por el trabajo que tiene, pero ya no sé qué hacer para que cambiemos de aire.
Mientras la escucho, se me ocurre una idea que quizás podría ayudarlos a ambos en su relación.
—¡Nate! —le grito y él me mira, extrañado —¡Te llaman en el depósito! —mentí con tono apresurado.
—¿Eh?
—¡Te llaman en el depósito! —me sigue la corriente Katy, aunque no tiene idea a dónde quiero llegar.
Nate se quita el delantal y se apresura a ir, no sin antes lanzarle un beso fugaz a su novia.
—A ti también te llaman en el depósito, Zoe —le aviso regalándole una media sonrisa.
Zoe frunce el ceño hasta que capta la idea central.
—Oh. —salta de su butaca tomando su bolso que está encima de la barra —. Pero ¿quién atenderá a la clientela? Apenas los bármanes novatos pueden hacerlo, míralos. A uno se le cayó la cerveza al suelo y el otro se ha tropezado con el cristal. Parecen los dos chiflados. No voy a decir “los tres” porque mi novio no lo está.
—Nosotras nos ocuparemos —le asegura Katy quien no tarda en subirse a la barra para pasarse al otro lado. Ella me tiende la mano para ayudarme a pasar y hago lo mismo —. Tienes quince minutos para echarte la mejor revolcada de tu vida en un depósito, Zoe ¡corre!
Zoe nos sonríe con gran admiración.
—Son estupendas, gracias chicas —nos agradece, apresurándose a encontrarse con su amado.
—Debemos hacernos amigas de esa chica ¿viste cómo nos miró cuando sin querer le revelamos la intención que tenía con Nate? Yo quiero que me miren así cuando se me ocurra cometer una locura —le comento a Katy, quien ha encontrado un delantal en una de las cajas que estaba escondida dentro de los estantes de la barra.
Me lanza uno que atrapo con rapidez y no tardo en colocármelo. Es verde claro y tiene el logotipo del sitio a la altura del corazón.
Katy y yo nos ocupados de pasar las bebidas que no requieren preparación (las cervezas, gaseosas), los dos empleados del bar que nos miran con mala cara se ocupan de hacerlo.
—Ustedes no deberían estar aquí —me enfrenta uno.
—Tú tampoco —leo su placa entrecerrando los ojos —...Eufemio. Tú te mereces un trabajo mejor —apoyo mi mano en su hombro, consolándolo —. No te preocupes, tengo experiencia con atención al público. Es sólo para cubrir a Nate, lo han llamado del depósito.
Chasquea la lengua tras poner los ojos en blanco y sigue con su trabajo.
Hay demasiada gente. Lo que más se pide son cervezas y muchísimas bebidas exóticas que ni yo comprendo cómo se preparan.
Escucho tantas voces como la canción de fondo que está super alta. Estoy tan aturdida. Nada se compara a la tranquilidad en el hotel en la cual trabajo.
Limpio la barra en cuanto puedo tomando un trapo húmedo. Tiro servilletas o papelitos del recibo de las compras de los clientes. Dios mío ¿por qué son tan sucios? ¿Esto tiene que vivir todas las noches el pobre de Nate? Ahora entiendo por qué llega tan agotado a su casa a veces.
—Pésimo trabajo ¿no?
Levanto la vista con lentitud al escuchar la voz más profunda y encantadora que oí en mi vida.
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