El clímax de un millonario romance Capítulo 5

CAPÍTULO 5. 

El corazón no puede evitar dispararse en cuanto me percato de su sorpresiva presencia. La sangre me bombea por todo el cuerpo, como una especie de adrenalina que poco a poco me va regresando a la realidad. 

Lo miro estupefacta, contengo la respiración y me estremezco. 

Estoy quieta, en un escenario lleno de luces centradas en mí, con mis manos a cada lado de las caderas y con mis ojos grises puestos en él. Sólo en él. 

La música ha empezado y yo no soy capaz de moverme. El público comienza a murmurar. Los oigo, lo presiento. Sé que lo hacen. 

Never Tear Us Apart suena de fondo.  

Doy un paso atrás en cuanto veo que el señor Voelklein se levanta de su asiento y comienza a caminar en dirección hacia el escenario, con paso firme, seguro de sí mismo.  

Lleva una camisa negra ajustada al cuerpo con los dos botones del inicio de esta desabrochados, un cinturón con hebilla brillante rodea su cintura y unos pantalones de jeans oscuros. 

¿Qué hace? ¿Por qué viene hacía mí? ¿Por qué envidio aquella seguridad suya con cada paso que da? 

Se me corta la respiración. Los ojos le brillan, con una intención que no comprendo. Doy un respingo cuando un guardaespaldas se acerca a él, colocando una mano en su pecho, deteniendo su paso. 

Nadie tenía permitido acercarse más de un metro del escenario. Era una ley establecida para que ningún imbécil tuviera el descaro de tocar a las bailarinas. 

Una ley que habían tomado en cuenta recién la semana pasada.  

Impuesta por mí. 

—¡Él si puede sentarse frente al escenario! —le anuncio al guardaespaldas, quien me mira con el entrecejo fruncido. 

—¿Qué?¡Hay una ley que prohíbe eso, Ángel! —me regaña el tipo grandulote, tenso. 

—Yo soy la ley —replico, mirando a Matt, quien está callado observando la situación con una frialdad que es propia de él. 

El guardaespaldas sabe lo que me refiero y luego de analizarlo unos segundos, suelta el aliento y se aleja del señor Voelklein, sin antes acercarle una mesa y una silla para que tome su lugar privilegiado. 

Un lugar que yo le permito tener. 

No nos sacamos los ojos de encima, me resulta imposible hacerlo. 

Matt Voelklein toma asiento con elegancia, se inclina sobre la mesa sin expresión alguna y apoya su mentón en sus manos entrelazadas, sin decir nada.  

Entrecierra los ojos y asiente. Es mi señal para iniciar mi baile. 

Con una señal en dirección al que maneja la música del sitio, le pido que ponga nuevamente la canción de mi performance. 

Camino en dirección al tubo. Levanto mi barbilla. Me sé el número de memoria. Lo he practicado miles de veces. Lo he presentado más de una vez. 

¿Acaso Matt Voelklein es el motivo de mis nervios? ¿Aquel nerviosismo que me tensa los músculos y provoca una inseguridad que jamás he presentado? 

La música comienza, me dejo envolver por ella. Me dejo acariciar sin problema.  

Agarro el caño con una de mis manos. Lo más arriba posible. Doy dos pasos hacia el frente, sin apartar la vista de los ojos de grises del intimidante e inquietante Matt Voelklein. 

Me enrollo en la barra tomándola con ambas manos y doy un giro en ella hasta terminar de rodillas en el suelo, haciendo el perfecto movimiento llamado un engancho de espalda.  

Veo como él se ha llevado el puño que se ha formado con sus manos entrelazadas hacia los labios. 

Me siento en el suelo con un movimiento delicado y suave y paso mis manos por las piernas. Desde el tobillo hasta mi trasero y subo rápidamente, quedándome únicamente en puntas de pie. 

Echo mi cabello hacia tras y hago un movimiento rápido en donde apoyo mi cadera contra el caño, el cual sostengo con el brazo, a la altura de mi axila y lo tomo con mi mano, con fuerza. Con la otra mano libre sujeto por encima de esta y pateo con la pierna interna sin dejar de hacer puntas de pie. 

Doy dos giros con las piernas abiertas y echando la cabeza hacia atrás, dejándome llevar. Disfrutando de esa canción que sólo yo sé bailar. 

Entre giros y vueltas, tomadas de caño y caricias en la piel, bailo, me muevo con esa sensualidad que sólo surge de mí cuando tengo en mis manos aquel tubo gris y brillante. 

Dominando una pasión que sólo yo sé. Y que ahora, ha sido descubierta por el señor Voelklein. 

Tomo con las dos manos el caño mientras estoy de puntas de pie a su lado y echo mi trasero hacia atrás con una sensualidad que lo atrapa, lo absorbe, sin antes pasar la lengua con cierta intimidad sobre el caño. 

Los labios de Matt se separar con ligereza y sus pupilas se dilatan. Serio. Está serio y veo que no puede apartar la mirada de mi cuerpo. Lo sé. 

Me siento atrevida, una mujer hermosa. Una mujer que puede tener a sus pies a cualquiera que desee. 

Me mira ardiente, me hipnotizan, son mi adicción. 

Un deseo extraño nace en lo más bajo de mi vientre a medida que bailo, caliente e intenso. Los músculos de mi parte intima se contraen. 

No deja de mirarme, me devora con la mirada y quiero que no pare de hacerlo. Quiero que aquello sea sólo para los dos.  

Sólo somos nosotros dos. 

La canción finaliza y termino abierta de piernas en el suelo mientras con las dos manos me sujeto del caño, por encima de la cabeza. 

Los aplausos estallan, ensordecedores, ansiosos y el único que yo recibo y es el que me interesa es el de Matt Voelklein, quien se ha puesto de pie mientras aplaude con una ligera sonrisa en sus labios. 

—Es un privilegio tener a un cliente como Matt Voelklein en este sitio. Es dueño de una gran línea de hoteles en California y en varias partes del mundo —me informa con una sonrisa codiciosa —. Bueno, en realidad, es heredero de muchos hoteles.  

—No lo he visto por aquí nunca. 

—¿Acaso lo conoces? —avanza unos cuantos pasos hacia mí, curiosa, deja los billetes en la mesa y posa sus manos sobre mis hombres mientras nos miramos a través del espejo —. Una muchacha como tú podría seducirlo y... 

—¿Qué? —me aparto bruscamente —¡¿Acaso enloqueciste?!¡¿Por quién me tomas?! 

Beatriz no parece nerviosa por mi reacción ni escandalizada. 

—Sé quién es sólo por los anuncios de Google y notas periodísticas —miento con firmeza para que no sepa que lo conozco en persona y así, no pueda tomar ventaja sobre el asunto.

Me observa un instante, pensativa y llevándose los dedos por debajo del mentón. 

—Bien. Buenas noches. 

Y sin decir más nada, se marcha. 

Me quedo mirando la puerta. 

—Buenas noches para ti también, mamá. 

El viento frio me embiste el rostro. Son las dos de la mañana y la madrugada ha llegado con un posible chaparrón que se aproxima en el cielo, con sus nubes pesadas y amarronadas. 

Salgo de la puerta trasera de Zinza y bajo los escalones luego de despedirme de Daniel, el de seguridad. 

Salgo del callejón y me paro en seco. 

Matt Voelklein está pegado a la parte delantera de su Ram 1500 negra, con las piernas y los brazos cruzados al otro lado de la calle, la cual, está sorpresivamente desierta y ni un alma se escucha.  

Tiene un aire relajado, sin tensión alguna y me regala una mueca similar a una sonrisa de labios cerrados. 

Nuestros ojos se encuentran una vez más. 

Me ha esperado. 

 

 

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