El comprador (COMPLETO) romance Capítulo 28

Otra vez estábamos a bordo del Lucas.

El nombre del hijo de Alexander, que a su vez daba nombre a su bote, el mismo y único que había abordado con él, de todos los que poseía.

En esta ocasión había sido él mismo, quien lo sacó del pequeño puerto y nos había llevado con una destreza adquirida con obvio estudio previo, hacia el medio del océano en el que estábamos ahora anclados. Esa noche no habría más testigos que nosotros y la luna, de nuestro encuentro. Resultara lo que resultara de el.

Era casi de noche y ambos, recostados sobre los cristales del cuarto de mandos de la nave, mirábamos el horizonte con el sol poniéndose y coloreando el cielo de un rojo maravilloso.

Tomados de la mano, saboreando la brisa marina y la sensación de tenernos sin hacerlo realmente, era un anticipo perfecto a la pasión que ambos habíamos ido acumulando con el paso de los días, los encuentros y los deseos, y que estábamos a punto de hacerla explotar.

— ¿Me quieres contar la historia de tu hijo? — pregunté tanteando su estado de ánimo. No quería imcomodarlo pero tenía que buscar la manera de acercarme a su vida, de alguna forma. Y a veces el conocimiento del pasado, es la mejor manera de formar un futuro y vivir un presente.

— En otra ocasión tal vez — respondió esquivo, para variar, y me miró de lado, imitándome.

— Cuando siento que puedo empezar a estar más cerca del verdadero Alexander Mcgregor, me echas directo a los brazos del comprador y siento que retrocedo lo poco que hemos conseguido que avance hacia a tí, y a veces dejo de entenderte y me duele que me alejes sabiendo la lucha que lidiamos diariamente por unirnos — le dije, marcando el plural, porque sentía, que todo lo que yo avanzaba, estaba perfectamente estudiado por él y así mismo, era él, quien me daba el permiso de hacerlo. Por ponerlo en contexto de alguna manera.

— Soy complicado Lore, debo disculparme por eso — se aflojó su camisa de dentro del pantalón y soltó los primeros botones como si le cortaran la respiración — perdóname por confundirte, por dejarte enloquecer con mi locura y por tomar cosas de tí, por las que ni siquiera pago.

Me molestó tanto lo que dijo que me levanté, me impulsé con mi propio cuerpo y manos y bajé de allí, caminando hacia el centro de la plataforma, girandome a encararlo. Un poco exaltada debo decir.

— ¿Por qué toda tu maldita vida se resume a las compras?...¿Por qué no puedes pedir en vez de comprar? — sentía que estaba alzando la voz, pero no podía evitar mi triste furia — puedo darte tanto, sin que me pidas que firme un maldito papel. Podemos todos ofrecerte mucho, si tan solo te dejas pero eres tú, quien lo vuelve todo asqueroso y repugnante con esa actitud de mierda que parece ser tu maldito idioma. ¡Joder! Me duele que seas tan poco flexible en tus criterios, tan cerrado, casi hermético. Déjame ayudarte y entenderte.¿Por qué te niegas?

Me giré y me apoyé en la baranda. Sabía que algo o mucho, si era realista, estaba mal con él, pero independientemente de lo que me hacía sentir, quería ayudarlo. Que saliera de esa oscuridad que se veía que lo consumía. Que superara su Oniomanía, ahora que sabía que la padecía a una escala altamente enfermiza. Si se podía decir así. Quería estar para él, como él había estado para mí en determinado momento de mi vida aunque el fin fuera reprochable.

Me estaba empezando a dar cuenta, de lo mucho que me importaba él y de lo poco que me importaba el resto del mundo, la sociedad y lo que era correcto e incorrecto.

Empañaba la realidad con sombras de mis deseos, para justificar mis incorrectos actos, condenando lo demás, que solo de aceptarlo, me obligaría a ver, los errores que estaba cometiendo y lo egoísta que eso me hacía.

Pero es que era él, y era yo.

Contra eso, no podía hacer mucho porque cualquier cosa que hiciera, se venía abajo con un solo toque de su presencia en mi existencia.

— Eres tan hermosa que podría ceder y arrodillarme frente a tí — lo escuché hablar, deslizando su cuerpo de la plataforma en la que aún seguía recostado justo donde lo había dejado y acercándose a mí — pero cuando siento que estoy cerca de hacerlo, pienso en todo lo que debo y en lo mucho que requiero comprar y me condeno a no tenerte. Y te condeno a su vez, a tenerme a mí.

Tenía que aceptar de una maldita vez que amaba a ese hombre, que aún sin tocarme me hacía delirar. Que sin poder ofrecerme ni la mitad de lo que necesitaba para amar, lo adoraba. Tenía que aceptar que me estaba haciendo suya sin tomarme.

Sus manos cargaron mi cuerpo y mis piernas abrazaron el suyo, sin dejar de saborearnos entre besos.

Me llevó hasta la cama, deshaciendo mi cuerpo entre sus caricias y sacando mi ropa, esparciendo todo por los suelos. No había prisa pero si desespero. Éramos el delirio contenido del otro siendo expuesto de una vez y para siempre.

Chocamos con cada puerta, cada pared que nos recibía testigos de nuestras ganas. No dejábamos de mirarnos y bebernos nuestras risas, siendo testigos de lo que era amar.

Quitó mi ropa interior, deslizando su aliento por mi cuerpo. Bebió entre mis piernas, mientras yo gemia su nombre como entonando una oda al amor, titulandola con su nombre.

Tiró de mi pelo, mordió mis pechos, saboreó mis pezones y entró en mi cuerpo, conquistando cada orgasmo que hizo suyo.

Giramos en la cama. Monté sobre él, besé sus ojos azules que se cerraban en cada embestida y se aprendió con sus manos cada resquicio de piel, que nunca volvería a ser mía, porque ya era suya. Él tomó todo y yo le dí mucho.

Deliramos juntos hasta saciar las ansias insaciables que nos consumían y ahora, en este segundo, me sentía amada y amando.

Éramos un delirio compartido, que como todos los delirios, provocaba enajenación transitoria, pero ya pensaría en eso, cuando llegara el momento.

Ahora no había nada más, que éxtasis delirante.

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