El comprador (COMPLETO) romance Capítulo 29

Desperté desnuda, con otra piel pegada a la mía y con esos labios que tan poco conocía y que tanto deseaba, besando cada espacio de mi espalda, sin dejar que el resto de mi piel se sintiera celosa, por la atención que recibía de sus manos.

Él, acostado sobre la longitud de mi cuerpo de espaldas al suyo, me enloqueció con sus caricias y me arañó  con su barba, que ya sentía que podía ser una brutal sensación erótica en mis sentidos.

Metió sus manos bajo mi cuerpo mientras besaba mi nuca y acarició mis senos, logrando que escondiera un gemido en la almohada. Mordió dónde quizo y jadee en cada gruñido suyo.

La penetración fue lenta y certera y lo escuché ronronear en mi oído, palabras que no entendía porque mi propio éxtasis no me dejaba razonar más allá de sentir. Mientras mordía mi lóbulo y disfrutaba de mis pechos que adornaban sus manos, llenas de sentimientos silenciados, yo no podía abrir los ojos sin dejar de gritar su nombre en suaves susurros que lo volvían loco de ganas de obtener más.

Esa mañana tuve el más esquisito despertar y el más espléndido orgasmo, a manos y cuerpo de un hombre, que a pesar de negarse a todo conmigo, quería todo de mí.

Si me llaman estúpida por lo que hice, lo acepto, lo soy.

Si me tildan de idiota, por entregarme al comprador, lo acepto, puedo serlo más veces todavía.

Pero ni todos los criterios del mundo podrían reunir suficiente fuerza como para que me negara la comodidad momentánea que me daba su compañía.

Eso que nadie puede explicar, muchos suelen criticar y pocos se esmeran en comprender, era lo que yo sentía cuando estaba entre sus brazos y era libre en la comodidad que me ofrecía... Eso se llamaba placer.

No tengo nada ni nadie en esta vida a quien le deba explicaciones de lo que hago y por qué lo hago, sin embargo a mí, la única explicación que puedo darme es que he perdido completamente la cabeza por Alexander y no quiero recuperarla si eso significa perder la comodidad que siento entre sus estados de ánimo.

De manera masoquista debo decir, que me siento cómoda con él hasta cuándo está enojado o combativo. Hasta cuándo me llama corazón y me rompe un poquito el idilio.

Tampoco puedo colgarme medallas de perfección, cuando me estoy acostando con el esposo de otra persona, rompiendo las normas de un contrato previamente establecido y me está importando nada el resto del mundo, haciéndome pensar solo en mí y en lo a gusto que me siento cada vez que el me mira con esa adoración que confunde, me toca con pasión paradójica y me toma como lo hace ahora, de manera despojada de todo menos de nosotros y nuestro deseo de mantenernos en un solo cuerpo.

El climax al que me transporta, le da un pase de oro a mi corazón. Y aunque quizás ese sea un grave error, no puedo ni pienso evitarlo.

A partir de este momento, soy la única responsable de lo que suceda con mi vida. Dejaré que sea lo que tenga que ser y asumiré valientemente las consecuencias de mis actos.

Y el que no lo apruebe que no lo haga.

— ¿Preparamos juntos el desayuno? — preguntaba él, sonriente y desde mi espalda, terminando de salir de mí.

— Primero tengo que ducharme — dije, pensando que lo primero que suelo hacer en las mañanas es tomar mi píldora anticonceptiva.

— No me provoques — decía ronroneando en mi oído mientras besaba mi hombro.

Giré mi rostro hacia él y me acarició la mejilla.

Se me abría el corazón y el sentimiento con la manera tan relajada en que se mostraba en este momento. Lo veía tan calmo, tan alegre, tan divertido, tan otro hombre que eso parecía un milagro que agradecía poder estar viviendo con él.

Pasamos el resto de la media hora siguiente, besándonos y tentandonos pero sin llegar más allá de eso.

No quería preguntarme que pasaría cuando volviéramos a la realidad, porque me gusta pensar, que se vale soñar, y si esto es un sueño, no podía tener mejor compañía que él.

— ¿Me vas dar de comer o vas a dejar que te coma? — dijo, abrazando mía caderas desnudas cuando me subió de regreso al bote.

— Mejor te doy de comer — le sonreí guiñándole un ojo y besando su boca sin permiso suyo — no vaya a ser que te vuelvas adicto a mí.

— Serías una deliciosa adicción — contestó, caminando conmigo hacia el camarote.

— Todos los adictos piensan lo mismo de sus adicciones y no dejan de ser toxicas y dañinas para salud.

— Entonces por favor que nadie me lleve a rehabilitación. Quiero morir por sobredosis de tí — y esa frase, sería algo, que en ese momento me encantó y nos reímos juntos y en comodidad, pero un tiempo después, se volvería mucho más que uno frase para los dos.

Solo que a veces, en comodidad se confiesan los más absurdos deseos, que terminan convirtiéndose en enormes presagios.

Historial de lectura

No history.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: El comprador (COMPLETO)