—¿Alguna vez has valorado el amor que te he dado?¿Has pensado un solo segundo, en lo marchita que tiene que estar tu alma para que hagas algo así?—seguía pegada a su cuerpo, a su oído, a su piel. Negándome a dejarlo.
No podía dejar de amarlo por dos palabras escritas en un contrato al que él mismo había renunciado. No podía dejar de amarlo ni aunque me sacara el corazón directamente con las manos, es que no... no podía. No sentía que podía dejar de amarlo. No me veía capaz.
En aquel abrazo que me negaba a dejar de darle, me estaba despidiendo de él. Allí, le decía adiós. Convertía todo lo vivido a su lado en un recuerdo y me destrozaba el corazón sin que me lo tuvieran que amputar.
—¡Perdóname!—sus súplicas mientras me apretaba contra él, no bastaban. No podía hacerlo, sus manos aferradas a mi piel no alcanzaban —yo te amo, mujer. Te amo y me quema la piel a fuego vivo, saber que puedo perderte, que vas a dejarme. Lore, perdóname mi amor. Me moriré si te marchas. Vas a matarme. No puedo... no lo hagas.
Era de locos lo que nos pasaba. Pero yo no podía perdonarlo. No podía por él, y no podía por mí.
Dentro del marco de sus brazos, me enderecé para apuntalar mis ganas en una pequeña despedida. Un pequeño momento de romper con todo lo que había tenido con él, en ese último beso.
Estoy segura que nadie podrá entender el porqué de mis actos, de mi perdón sin perdonar, de mi condición de enamorada como nadie podía estarlo. Nadie podría entender aquello que no ha vivido. Y lo que tuve con Alexander, era indescriptible, inenarrable e insólito. Era tan mío como suyo, y estaba tan roto como nosotros.
Choqué mi boca con la suya y me detuve allí, mojando y enmarcando su rostro con mis lágrimas y sintiendo el galopar de nuestros corazones llorando pegados por encima de nuestras pieles. El ruido en su pecho, se mezclaba con el del mío y nuestros labios saboreaban la sal que bajaba de nuestros ojos, sin poder hacer nada más que respirar en la boca del otro. En el adiós y en el dolor.
—¡Perdóname!... pero me voy.
Me separé de él, lamentando todo. Viendo sus ojos azules, rojos del llanto, sus labios temblar de la impotencia de no poder detenerme y lo vi reuniendo la fuerza de voluntad para dejarme ir.
Nuestra historia había sido una batalla al inicio, y una guerra al final. Luché para no entrar en su vida y volví a luchar, mucho más fuerte, para salir de ella.
Viendo como mi mano se deslizaba de entre la suya poco a poco, él negaba en silencio y yo me deshacía en el llanto, salí de allí.
Tiré la puerta detrás de mí y no volví a mirar atrás.
—¿Qué ha pasado?—me preguntó Joseph en cuanto salí de allí, y como si no tuviera nada más a lo que aferrarme, abracé a mi amiga que venía con él. Su mirada me gritaba que no entendía. Nadie podía hacerlo.
Me dejé ir en los gritos contra su pecho y me resbalé con ella hasta el suelo, donde me sentí asfixiar del dolor. Mi llanto no se detenía y entre gritos le confesé a Patricia lo que mi esposo, el hombre que había amado, que me había cuidado, y ayudado tanto, me quería comprar.
En ese justo momento de todos mis lamentos a voces, lo sentí salir del despacho y tuve que apretar mucho a mi amiga para que no fuera a cometer una locura. Para que no lastimara lo que tanto amaba y para que no me dejara libre para perdonarlo y lanzarme a sus brazos enfermizos nuevamente.
No podía saber que pasaba con los invitados de la fiesta pero sí, noté como Joseph se llevaba a Alexander sometido, con los brazos en la espalda cuando intentó venir a por mí.
—Vámonos de aquí por favor —rogué entre sollozos y cuando mi amiga me levantó del suelo, me encontré frente a un Kyle completamente asombrado de mi estado.
—Vengan conmigo...
Salí de allí, sin decir adiós a nadie.
No podía reconocer nada de aquel lugar. Mis ojos no funcionaban y mi mente solo lo veía a él.
Cuando me subieron al auto de mi cuñado, sentí un alarido de Alexander gritando mi nombre y me abracé a mi misma dentro del coche, llorando a gritos en un escenario del que no sabia como bajarme.
Lo lloraba todo a la vez. Quería dejar de vivir. Sacarme yo misma el corazón y dárselo, al fin que ya era suyo. La tormenta que se creaba dentro de mí, acabaría siendo un huracán de gran magnitud. Me había arrasado la vida. Ahora estaba muerta. Así me sentía.
—Vamos a hacerlo Kyle, habla con él y será mañana mismo. Luego de eso me iré y tú te ocuparás de cuidar, lo que quede de tu hermano.
Fue como un clik, que me hizo activar el modo supervivencia para los dos.
Verdades diferentes y abrazos y miedos distintos, que nos hacían estar en el mismo camino, en contraria senda. Quizá se me rompa el alma de quererlo tanto, pero no creo que ninguno de los supiera como volver a ser feliz. Así que simplemente había que ayudarnos a ambos a sobrevivir. Y eso, era lo que había intentado hacer Kyle, que su hermano sobreviviera a mí. Solo que yo aún no lo sabía.
Y yo también tenía que sobrevivirlo a él. No había más opción que tratar de curar al comprador y quizá, solo quizá, pudiéramos tener una oportunidad un día. Pero eso día no era aquel. Y ese Alexander no podía ser el comprador.
La mañana siguiente, justo el día del cumpleaños de mi esposo, dimos paso a un proyecto mal estudiado que no salió como debía, pero que en su momento no lo supimos ver.
Quizás Alexander tenía razón y yo debía prestar más atención a lo que la gente me decía, pero yo solo lo veía a él, era una cegata de su amor, invalida visual ante el mundo y no supe sopesar bien las palabras de Cristel, cuando dijo que él no sabía gestionar las pérdidas, ni las suyas mismas cuando aseguró que moriría sin mí, que yo lo mataría si me iba.
Kyle, viendo las dimensiones que tomaba el trastorno de Alexander cada día más siniestras, había ideado un plan junto a Joseph, cosa que me sorprendió muchísimo, para darle un escarmiento a su hermano y tal vez, solo tal vez, aquel golpe de realidad le salvaba y le servía de terapia para detenerse de una vez.
Para eso, necesitaban la ayuda de Cristel, que advirtió por última vez, que Alex no sabría gestionar las pérdidas y no quiso participar finalmente.
A pesar de todo lo que Alexander había hecho, yo lo amaba, y Patri le estaba agradecida en cierta medida. Ambas pensamos que era una buena manera de detener su locura, y no podía negar que me servía como una especie de venganza.
—¿Seguro de que saldrá bien?—le dije a Joseph desde la mesa de operaciones, a punto de recibir la anestesia.
Alexander había planeado con su hermano, hacerme un trasplante de corazón y ponerme el de su mujer dañado, usando ella el mío perfecto. Él había visto en su momento, que mi corazón era compatible con el suyo y sabía que yo no tenía familia, y que si alguna vez pensé en quitarme la vida por mi padre, igual lo hacía por amor y el tiempo que el corazón de Cristel me funcionara, podría al menos vivir con dinero, y sin nadie que tratara de usarme como habían estado haciendo conmigo las últimas semanas, antes de conocerlo.
Todo aquello era un despropósito que solo una mente retorcida como la del comprador, podía idear. Sin embargo, él quedaba en paz con la memoria de su hijo, y yo estaría firmando una sentencia de muerte a voluntad. Nadie me obligaba. Prácticamente eutanasia asistida.
Las cosas habían cambiado, pero yo, seguía dispuesta a mostrarle a él, de manera gráfica, lo duro que sería, aquello que pedía.
—¡Confía en mí!...
Esas fueron las últimas palabras que escuché, antes de que la anestesia me durmiera.
Alexander
Si alguien me preguntara por qué lo había hecho, no podía decir otra cosa que por enfermedad.
Llegar a aquel hospital y ver a mi esposa, la mujer que amaba,desesperadamente, sola y sin vida, fue algo que no podía aceptar.
Ahora estoy aquí, en esta playa, en medio de la inmensidad oceánica, mirando el mismo tamaño de mi dolor, reflejado en él mar.
Loreine,no había sobrevivido y Joseph no podía imaginar el dolor que me causó cuando dijo:
—Lo siento Alex, ella no soportó la anestesia. Ha muerto.
Esas palabras me lanzaron al suelo. Me sembraron en la ira, el sufrimiento y la nada.
Sentía que mi vida estaba de más y que yo, por más que lo intentara, no podia hacer feliz a nadie porque no conocía la felicidad más allá de tenerla a ella entre mis brazos.
Traté de honrar mi promesa a la memoria de mi hijo, y acabé convertido en el asesino de mi amor.
Ya solo quería descansar. Ir con ellos, que seguramente ni muertos me querrian a su lado, pero al menos compartíamos espacio no terrenal. Un tanto espiritual.
No lloraba. Ni gritaba. Simplemente no existía.
Había arrasado con todo lo que un día tuve y había incluso devastado a mi propio hermano por seguir apoyando mis locuras.
Loreine había sido mi veneno y mi cura. Mi historia con ella, me llevaba hasta el final, en el que me iba, con tal de no seguir lastimando a nadie con esta maldita enfermedad.
Todo acaba allí. En aquella playa. Sin ella, y sin mí.
!Perdóname ¡
Caminé sin detenerme hacia el mar, vestido, como iba, de sufrimiento y pena.
Paso a paso, mientras me adentraba en el agua y el nivel subía sin que me preocupara en lo absoluto, pensaba que quería volver a ver sus ojos verdes, su mirada viva, a oler su boca y desandar su cuerpo, y ya nunca más podría. Ya ella no estaba y yo me quería ir con ella.
Ya no quería respirar. Ni existir sin ella. Ya no quería vivir más en color gris. Ahora me hundiría en aquel azul, que me llevaría al oscuro sitio al que pertenecía. Allí, donde estaría eternamente.
En algún punto del mar, me dejé hundir y no me atreví a luchar por salir a flote, porque yo solo quería dejar de respirar y correr por los otros mundos detrás de ella. La buscaría en esa eternidad, en la que los años no pasan y las sábanas no se deshacen. Ese sito eterno, donde no podré hacer más que amarla.
Quiero tenerla siempre, aunque sea verla, aunque no la pueda tocar, pero quiero estar con ella.
No puedo estar sin Loreine, no existe Alexander sin ella y doy fin a mi vida aquí, en medio de este mar que me reclama y a pesar de sentir el tirón hacia arriba... una mano que me tira..., yo me hundo y me voy con mi mujer, donde podamos ser... eternos.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El comprador (COMPLETO)