Habían pasado dos meses desde la última vez que lo había visto.Le echaba tanto de menos que podía jurar sentir dolor físico por su ausencia. Aún lo amaba. Siempre lo haría.
Me había escapado de mi casa, burlando los guardias que el miserable de Christian me había puesto, y lo había ido a ver. Al hospital. Al sitio donde llevaba tres semanas en coma. Al sitio donde permanecía recluido por mi culpa.
Alexander y yo nos habíamos hecho tanto daño como bien. En su momento el había sido mi única salida y mi total condena, pero luego se volvió la razón de mi vida, para terminar siendo la de mi muerte.
Tiempo atrás, sus dos hermanos se habían tomado la tarea de hacer entrar en razón al comprador demostrándole que su conducta acabaría matándolo. Que en algún momento todo se saldría de control, justo como había sucedido. Que no sabía poner y alto a sus superlativas ansias de comprar y que eso, era lo que ellos harían por él... solucionar su vicio insano y casi mortal.
Trazamos un plan para darle una lección a Alex, pero en aquel entonces yo no sabía que pretendía que me sacaran el corazón para dárselo a su mujer. Eso fue algo que me dolió demasiado y que aún me lacera. Algo que no creo que pueda perdonarle nunca y algo, que nos destrozó a los dos.
En aquel momento se suponía que le dejara, que le hiciera ver que dolía más estar sin lo que amaba que pagar y chantajear por tenerlo. Y ahí fue cuando descubrí la crueldad que alimenta a Alexander.
Aquel día que fui al hospital, pegué mi piel a la suya, olí su esencia y lloré en su pecho. Ese mismo día él despertó. Me miró a los ojos y no sé si me reconoció porque salí corriendo, pero desde entonces he sabido que poco a poco se ha rehabilitado.
—Hoy es el día Loreine —comenta Christian desde la barra de mi cocina, mientras yo me sirvo un te para calmar mis nervios. Estoy atacada. Hoy veré a Alexander Mcgregor. Hoy volveremos a estar frente a frente —espero que no falles o habrá consecuencias.
—Deja de amenazarme que hace mucho nada me domina Christian —refuto mirando hacia la calle a través de mi ventana de cristal polarizado —te equivocas cuando piensas que me controlas con tus chantajes. No eres nadie para mí y si estoy a tu lado es por él. No por mí, ni muchísimo menos por tí.
—Quiero que me ames como lo amas a él y que pague por lo que me ha quitado, pero parece que solo funcionas cuando matas. Solo si te convierto en asesina te rindes a mí como lo hiciste con él.
Estaba tan agotada de la misma conversación una y otra vez. La misma cantinela absurda en la que comparaba mi historia con Alexander, con la nuestra sin saber, que el comprador había comprado más que mi corazón, más que mi amor... Alexander había comprado mi vida entera porque había sabido venderme su amor y podía dejar que me matara, solo para morir amándolo.
Las historias negras, tienen a veces más luz que el jodido sol y eso, era justo lo que nadie veía en la oscuridad que rodeaba a mi comprador... la negrura que eclipsaba su brillante amor.
—Te creí un amigo o por lo menos, un conocido inteligente Christian, pero no eres más que un estúpido —dejé la tasa en el fregadero y apoyando mis manos en la encimera que nos separaba le dije —te va a sorprender ver de lo que soy capaz cuando me lastiman y tú —lo señalé tomando mi carpeta y mi bolso —encabezas la lista de mis desgracias. A tí, te debo todo lo que me ha pasado y la mayor parte de mi dolor. Aquí tienes los documentos que querías y si te atreves a exigir algo más, serás tan cómplice como yo de cada uno de mis crímenes. Para el mundo soy quien apoya tu campaña, pero entre tu yo no hay nada más. Aunque la gente crea que tenemos un romance, tú no formas parte de mi venganza, así que en el momento en que inicie mi plan, serás colaborador o todos van a conocer al verdadero Christian. Seguiré figurando como tu mujer porque me has obligado pero eso no va a hacer que cambie mis planes.
Él me había tenido retenida con la amenaza de exponer los videos del asesinato de aquel hombre aquel día en mi casa y del día que Patri mató a su marido. Tenía todo perfectamente guardado y aún no sabía como. Me había sacado del hospital el día más triste de mi vida y me había obligado a estar a su lado. Pero supe seguirlo y encontrar cosas en su contra. No era suficiente pero al menos me daba algún poder sobre él.
Había descubierto que su campaña política era una fachada para colaborar y dirigir parte del crimen organizado y para salvar a Alexander y a mi misma de entrar en esos mundos, tuve que donar cuatro de los diez millones que Alex me había dado, y apoyar con ellos su campaña, así como figurar como su pareja. Eso era el principal interés que él tenía, pues había algo del pasado que lo unía a Alex y yo era como un trofeo a alzar entre ellos, muy a pesar de que mal dijera que me amaba.
Él sabía que llegado el momento yo iría a por Alexander y no podría interponerse. Tenía unas fotos suyas y un pequeño video comprometedor, manoseando a una niña en un almacén. Yo había salvado a aquella niña y eso me había ayudado a estar a su mismo nivel en cuanto a chantajes. Los delitos políticos me involucraban, pues yo era parte de su campaña, pero eso era algo de lo que me ocuparía cuando pudiera. Había tanta inmundicia a mi alrededor, que tenía que ir paso a paso.
Alexander aquellos dos meses había pasado mucho tiempo de ellos rehabilitando su cuerpo del coma, y no esperaba que el cliente que le quería comprar uno de sus yates, fuera precisamente Christian, de la mano de su esposa.
Habíamos acordado que él subiría primero y cuando yo estuviera lista iría para crear tensión en Alexander y que tal vez, del dolor por verme con otro, accediera a darme el divorcio.
Me quedé dando vueltas por el astillero, vestida de rojo, en tela de seda y pegado a mi piel a la altura de mis rodillas, zapatos caros y me había cortado el pelo. Ya no lo llevaba largo, ahora no me pasaba ni de los hombros y solo mantenía de mi anterior apariencia, el tono del cabello. Era una nueva Loreine, aunque aún Mcgregor.
Cuando miré a lo lejos, uno de los enormes botes de Alex anclado en el final del muelle, no pude evitar sonreír cuando leí mi nombre en la madera del yate. Él había prometido construir uno en mi honor cuando yo no estuviera y ahí lo tenía, justo delante de mí.
—Esa sonrisa me dice que sigues siendo mía —la voz del hombre que tanto amaba se fundió con mi piel y ardía en llamas por él.
Puso la mano sobre mi vientre y la otra en mi cadera para suspirar en mi cuello y hacerme galopar muy fuerte el corazón... su corazón.
—¿Creíste que ibas a sorprenderme, amor?...Yo ya te esperaba —me besó en el cuello con cuidado y le dejé hacer, no podía negarme. No quería —ahora que ya no existe el comprador..., mi mundo gira en torno a tí —me estiró entre sus dientes el lóbulo de mi oreja y se me cerraron los ojos —mi preciosa vendedora... Ahora quiero que pienses muy bien lo que vas a venderme pero ese divorcio no se firma, aunque me quiten la vida. Tú, seguirás siendo mía.
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