El amor con Alexander es la razón inexplicable de un sentimiento distinto a los demás.
Nada vivido por o con nadie, se compara a lo que siento cuando estoy con él y a lo que me hace sentir cuando me tiene... si es que alguna vez deja de tenerme.
Estaba desnuda, a su lado en aquella cama extraña que no era la nuestra pero que se había quedado impregnada del más grande amor que alguna vez podría llegar a percibir de dos seres humanos.
Nosotros no éramos comunes a la hora de amarnos... éramos simplemente nosotros. El comprador y su vendedora.
Las personas más rotas unidas en un solo corazón..., el suyo, que era el mío y se había vuelto nuestro.
Sus manos consentían mi piel y ambos permaneciamos calmados, disfrutando de habernos tenido después de tanto tiempo y tanto dolor.
Besos tocaban a ratos mi espalda y mis ojos no querían dejarme dormir para no perder detalle de tan superlativo amor.
—Nunca pensé que podía amar tanto a una mujer a la que a pesar de haber destruido de manera tan grande, sigue siendo tan mía como ninguna otra podría serlo —habló en susurros sobre mi nuca dejando suaves besos húmedos — celebro que me perdones y espero con paciencia que vuelvas a mí, como estabas antes de que te destrozara la vida.
Nadie, ni siquiera él, podía entender lo errado de ese comentario.
Alexander no había destrozado mi vida, sino la suya. Me había envenenado con un dardo mortal y sin embargo había sobrevivido justamente porque solo él lejos de destruirme la vida, me la había reconstruido.
Me había sometido y reducido a un sucio y vil contrato manipulado por su maldita enfermedad pero el contraste con todo lo que viví después a su lado y cada cosa de la que me salvó, eran justamente la edición perfecta de nuestra difícil relación.
—Nunca dejaste de tenerme, Alexander, siempre fui tuya y estuve en tí —confesé bajito, en la penumbra de la madrugada —pero ahora tendrás que trabajar muy duro para sanar todo lo que has lastimado de mí y de tí.
—Haré lo que sea, nena. Todo y más, ya te lo he dicho.
Sí, lo había dicho, pero él no entendía las cosas a las que me refería porque en su cabeza solo había una poderosa necesidad de comprar y conservar. Y eso, ni era sano ni era lo que yo quería de el hombre de mi vida.
—Intentaste quitarte la vida, Alex. Eso no tiene justificación. ¿Cómo pudiste?
—Tú no estabas —respondió enseguida a la defensiva.
Me dí la vuelta cuando noté que dejaba de rozar mi piel y la cama se movía.
Lo encontré sentado en la esquina de la cama, con una pierna a cada lado de la punta y la cabeza entre sus manos con los codos apoyados en la rodillas.
Estaba sufriendo. Otra vez por la realidad a la que nos exponía.
—Mi ausencia no puede ser la razón de tu muerte —expliqué sentándome detrás de él abrazando su cuerpo con el mío.
—Tu vida es la razón de la mía —espetó recostando su espalda contra mi pecho —yo te había matado, no podía ni merecía seguir vivo sin tí. No pienso disculparme por eso. Muero si no estás y si tuviera que hacerlo otra vez, ten por seguro que lo haría, una y mil veces más ,en todas las vidas que viva.
—¿Te das cuenta de lo enfermizo que suena eso?
Apreté mis piernas en su cintura y pegué mi mejilla a su espalda, él suspiró abrazando mis manos con las suyas.
—Estoy enfermo, Lore, hace años —siseo algo que no entendí y dijo —y luego de todo, te conocí y me enfermé de tí que es incluso más mortal que mi anterior padecimiento. Sobre todo porque no tengo interés en curarme.
Todo aquello se leía tan Romeo y Julieta que si Shakespeare pudiera vernos, nos bautizaría como sus protagonistas.
—Te amo, Alex. Con locura y a rabiar, pero te quiero sano y mío —me tomó en una extraña maniobra y me sentó sobre sus piernas en igual postura que antes —así como estás ahora, eres demasiado del comprador de Alexander y menos del hombre amado por Loreine. Te necesito conmigo, entero y mío. Entiéndelo y ayúdame a traerte de vuelta.
—Yo solo quiero tenerte siempre.
Enmarcó mi rostro con sus manos y restregué mi mejilla contra su palma para que sintiera lo que le diría a continuación.
—Siempre me tienes.
—Como tú a mi, amor. Siempre me tienes... voy a ayudarte a sanarme.
—Te estarás ayudando a tí mismo —expliqué renuente a bajar la guardia con él.
—El resultado de mi curación es por y para tí, técnicamente te estoy ayudando a obtener de mi lo que sea que necesites porque yo solo necesito tenerte, que me tengas y nunca me faltes, sin las demás cosas puedo vivir.
Te ama, tu comprador *
Pedí un taxi cuando salí al lobby y le dí la dirección de Cristel, allá en el pueblo donde Alex me encerró una vez en las garras de su mansión y su pasión.
Un tanto largo el viaje pero en el camino aprovecharía para reagendar mi encuentro con Patri.
Podía verse como un error ir hasta las afueras de la mansión de Alex pero él no lo sabría si podía jugar con inteligencia y mi encuentro con su ex era puramente circunstancial y propio del azar de lo sucedido la noche anterior. En ningún momento me planteé ver a aquella mujer pero no podía evitar hacerlo teniendo en cuenta su extraño comportamiento y aparición en el club.
Pero es que a veces simplemente hay que ceñirse al plan original.
Aquella mañana justamente por saltarme los proyectos, me tropezaría con cosas que no quería ver, ni saber ni tener que arrastrar en mi desconfianza por algún tiempo.
Ir hasta su casa fue algo que no llegaría a suceder porque cuando estaba en camino, simplemente tuve que mirar hacia mi costado para ver por azar también, a Mónica y Kyle en el mismo auto, y con la ex de mi marido en el asiento detrás.
Ninguno notó mi presencia en el taxi a su lado en medio de un semáforo. Yo sin embargo no podía dejar de mirar y cuando ví que todos se dirigían muy animados hacia la dirección contraria que yo llevaba, cometí una locura que no podía dejar de cometer si soy sincera...
Llamé la atención del chófer, tocando su asiento por la cabecera y le dije:
—Siga a ese coche, por favor.
Saqué mi teléfono móvil y marqué el número de mi cuñado oyendo enseguida el tono de conexión de la llamada...
—Dime cariño —respondió desde el coche delante del taxi en el que le seguía.
—¿Dónde estás...?
El silencio se adueñó de la llamada por pocos segundos y casi hubiera preferido que se sintiera mal un poco más por tener que mentirme, pero no fue así. Simplemente dijo, sin temor a las dudas sobre su engaño...
—En la comisaría, nena. No puedo hablar ahora. ¿ Necesitas algo?...
Y..., simplemente colgué.
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