El comprador (COMPLETO) romance Capítulo 8

Ni siquiera contesté si seguía o no. No sabía lo que quería yo, como saber lo que quería él.

Con una sonrisa suspirada, soltó mi piel y se metió en la cama. Se vió hasta tierno el gesto que hizo.

— No olvides las normas — ordenó para mí y supe, que me tenía que quitar el resto de la ropa.

Con una lentitud inevitable y una calma mal inventada, empecé a desvestir mi figura y no fui capaz de mirar el sitio en el que él estaba, no sabía que hacía mientras yo temblorosa me quitaba la ropa.

Con mi cuerpo despojado incluso, de ropa interior me metí bajo las sábanas, justo a su lado. Me cubrí hasta donde pude y me hice un ovillo a su costado. Estaba muy nerviosa.

No era fácil. Lo que tenía que hacer no era nada fácil.

Nunca había dormido desnuda, con un desconocido y menos, uno que calentara el ambiente, tanto, como lo hacía ese.

Había dejado mi ropa doblada perfectamente sobre una silla, justo antes de meterme a la cama y en ese momento solo podía fijar mi vista en las prendas que antes cubrían mi timidez.

Cuando las sábanas rozaron mi piel, la seda de su tacto me hizo estremecer.

Los pechos se erizaron y me encogí, tratando de esconder mis muestras de excitación.

La cama se movió a mi lado y apreté los ojos, tensando el cuerpo y lo sentí, respirar en mi nuca. Apreté en puños los bordes de mi sábana y esperé a que dijera algo, sabía que lo haría.

— ¿Tienes frío? — su aliento me calentó la piel de la zona.

— ¿Me vas a dejar dormir? — pronuncié como pude, tratando de no sonar demasiado alborotada por la cercanía de su cuerpo y el mío.

— ¿Qué te lo impide? — desplazó un dedo de su mano, por la curva de mi cintura y pegué un saltito, acompañando su gruñido bajo.

Abrió su mano, sobre la piel de mi cadera y sus dedos se movieron pprblanzina, probando la sensación que provocaban en ambos con su paseo, terminaron  detenidos a un costado de mi pelvis. Si solo deslizaba más su mano, llegaría a mi monte de venus. Incluso más allá.

Su dedo pulgar se movía, sobre mi cintura con tranquilidad. Me temblaba el vientre y él sonreía en silencio; pero de forma audible.

Llegados a esta situación, no sabía si quería que ese hombre me tocara o se apartara.

Sería tan fácil, darme la vuelta y perderme en aquella boca, dentro de esos ojos azules. Sería tan fácil, aferrarme a ese pelo rubio espeso y cabalgarlo hasta que ambos gritaramos, que sentía  que tenerlo en mi espalda, rozando mi piel y calentandome con su aliento, no me favorecía a la hora de ser objetiva en cuanto a mi situación y su crueldad.

— Estás saltando tus propias normas — susurré agitada.

— Mis normas se deshacen en la sensación de tu piel — me calentó el oído y bajó su nariz por mi cuello, sin dejar de hacer círculos con su pulgar en mi cintura.

Caminó con su mano por mi abdómen. Todo por debajo de las sábanas, piel con piel. Mis ojos cerrados. Su boca en mi cuello, intentado no besarlo, pero dejándome su respiración allí donde pasaba.

Su mano, bajando cada vez más cerca de mi entrada y fué ahí, dónde se rompió la magia, cuando me dí cuenta, de que estaba dejando que mi comprador, me hiciera suya, más allá de las exigencias del contrato.

Cuando su mano estuvo a punto, de rozar mi feminidad, le dije...

— No me rebajes a ser tu puta por favor. No me pagues por follarte. No me lleves hasta allí.

Aquellas palabras, lo hicieron recular. De apartó como si hubiese rozado un alfiler y sentí su ausencia en mis poros, pero era lo mejor.

Se despidió de mi cuerpo lentamente. Sacó su mano de mi piel. Y besó mi pelo, susurrando un perdóname en el beso, hasta que se giró y no volvió a acercarse a mí, que a duras penas, conseguí dormir.

Una semana llevaba con él.

Una semana de rutinas irrompibles.

Una semana custodiada por un guardaespaldas que no me dejaba sola, sino cuando entraba a la casa.

Una semana menos, para el día de su cumpleaños y la maldita compra.

Una semana más, de sensaciones que no deseaba, con un hombre al que deseaba y que no debía desear.

Una semana más y la misma menos, de mi calvario.

Ya me había acostumbrado a que me observara desnuda.

Era casi enfermizo, pero en cierto punto, su mirada perdida en las calles de mi cuerpo, me hacía sentir hermosa.

Era su forma de verme, que me volvía loca.

En estos siete días, no había salido de la propiedad.

Él se iba, cuando quería, generalmente por el día, suponía que a trabajar y volvía en las noches.

Tenía prohibido salir si no era con él. Tampoco podía ir a ver Patri, pero sin embargo hablábamos cuando ella podía, por teléfono. Tampoco me dejaba hacer videollamadas y mi móvil lo tenía mi guardaespaldas, solo podía usarlo con él delante.

— Muchísimo...

Lo dejé allí, viendo cómo me iba cuando me solté bruscamente de su agarre. Aunque tal vez fue el quien me dejó ir.

No desayunó conmigo, cosa que me dió el chance de hacerlo con Mery y las chicas en la cocina.

Cuando recogimos todo y ellas se dispusieron a hacer sus labores diarias, yo me volví a sentir sola.

Salí hacia el invernadero y como era de esperarse, el guardaespaldas nada más verme salir de la casa, fue detrás de mí, en total silencio.

No era muy hablador el hombre. Alto, guapo, moreno, fuerte y silencioso.

Casi fantasmal, era su actitud.

Generalmente, salía a montar a caballo en las mañanas y por supuesto él me acompañaba. No montaba bien, por lo que él guiaba mi caballo mientras yo observaba los campos encima del hermoso animal blanco al que siempre me daban acceso.

Entre rosas blancas y azules, pasó mi mañana y cuando pretendía regresar a almorzar con las chicas, ví a lo lejos una sombra en una ventana del último piso de la mansión.

— Vamos señorita — el casi mudo habló. Evidentemente se había dado cuenta de mi descubrimiento y me instaba a salir de allí.

— ¿Por qué trabajas para un hombre así? — me miró sin proyectar emoción alguna — ¿Acaso eres como él?

No me respondía y solo pasó delante de mí, tratando de obligarme a dejar el tema y cumplir sus órdenes.

Salí del sitio y cuando mi vista se cruzó con la de Alexander, que estaba observandonos desde dentro de su despacho, a través de los cristales, me giré hacia el guapo guardia y puse mis manos en su pecho, para detenerlo.

— ¿Por qué no respondes mis preguntas?

El tomó mis muñecas, me miró a los ojos y contestó...

— Soy mucho peor que él, no lo conoces y no sabes el tipo de persona que es. Le debo mucho más que un trabajo, así que sí, estoy evitando tus preguntas, porque ni me pagan para responderte ni tienes idea de lo que ese hombre es para mí.

Me dejó allí, con más intriga todavía. En mi mente y en la vista que se  perdía en medio de aquellos jardines se escondían cada vez más misterios.

El guardaespaldas se fue, me dejó sola. Pero por corto espacio de tiempo, pues casi instantáneamente sentí su presencia en mi espalda, y supe enseguida que ahí estaba Alexander de nuevo y luego lo escuché decir...

— ¿ Contenta con tus respuestas?...

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