Ciñendo el ceño, Jaime le lanzó una mirada gélida a Santiago, el cual sintió un escalofrío en su columna vertebral, así que este último retrocedió y se quedó callado.
—No quiero morir. No quiero morir. Papi… Papi… —chilló María mientras se ponía histérica.
De pronto, todos se soltaron a llorar y la habitación se llenó con su llanto desgarrador.
Mientras tanto, Carlos estaba llamando a Tomás, para consultarle en cómo debería lidiar con ese montón de malcriados.
Bajo circunstancias normales, él ya habría decidido sobre todo el grupo. Ya que eran solo un montón de gente ordinaria, su desaparición no causaría más que un escándalo.
Pero ahora, las cosas eran diferentes. Tomás les prohibió matar de manera indiscriminada. Por eso, Carlos no tuvo más alternativa que buscar el consejo de Tomás.
En ese momento, este último ya se encontraba dormido. Cuando recibió la llamada de Carlos, le respondió con un bostezo.
—Carlos, ya es muy tarde. ¿Algo sucedió en el bar?
—Señor Lamarque, algunos niños están causando problemas aquí. Incluso se las arreglaron para darle una paliza a Beto y se están comportando de forma arrogante. ¿Puedo aniquilarlos a todos? —le preguntó con delicadeza Carlos.
—¿Niños? —Tomás frunció el ceño—. ¿Quiénes son ellos? ¿Son de la Banda del Dragón Carmesí?
Considerando la reputación de Tomás, nadie más que la Banda del Dragón Carmesí se atrevería a causar problemas en su territorio. Ya que hacía poco que Jaime le había dado una paliza a Esteban, era muy posible que hubieran venido a vengarse.
—No, solo son un montón de jóvenes apasionados, quienes trabajan para una compañía perteneciente a la Familia Serrano. Uno de ellos se llama Jaime. Él fue el que lastimó a Beto —le informó Carlos.
Todos en Ciudad Higuera, incluyendo a los niños de tres años, estaban conscientes de que él no era nada más que un asesino despiadado.
—Señor Hinojosa, Jaime fue quien hizo esto. Ya que no tiene nada que ver con nosotros, por favor, déjenos ir —rogó de rodillas Santiago de nuevo.
Al mismo tiempo, todos los demás cayeron de rodillas y comenzaron a rogar una y otra vez. Mientras que Jaime, sostuvo a María con una mano y a Hilda con la otra, evitando que se arrodillaran.
Aunque María estaba resentida con él, este aún estaba preocupado por ella, debido a su padre, del cual Jaime tenía una buena impresión.
Mientras tanto, Carlos sintió el impulso de regañar a Jaime, al ver lo desafiante que era. Sin embargo, el pensar en las órdenes de Tomás, lo forzaron a tragarse sus palabras.
«Argh, más tarde sufrirás las consecuencias, cuando el Señor Lamarque llegue. Veamos si puedes mantener esa actitud sarcástica.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El despertar del Dragón