Mientras el tiempo transcurría, Santiago y el resto continuaban de rodillas en el suelo. Aunque sus rodillas soportaban un dolor terrible, ninguno de ellos se atrevió a levantarse. No fue hasta veinte minutos después, que Tomás, al fin, irrumpió en la habitación. Carlos se apresuró a darle la bienvenida.
—Señor Lamarque.
Cuando Santiago y los otros escucharon que había llegado, ellos levantaron la mirada uno por uno. Al momento en que al fin sus miradas encontraron a Tomás, todos ellos casi se desmayan horrorizados.
Ninguno de ellos lo había visto antes, pero cuando lo hicieron, su aura sedienta de sangre fue suficiente para agobiarlos del temor. Sin embargo, Tomás ignoró a Carlos, mientras fijaba su mirada en Jaime.
Cuando este vio la mirada de complicidad que le lanzó Jaime, Tomás se abstuvo de reconocerlo. Después de todo, Hilda y María estaban presentes. Si ellas sabían que Jaime estaba involucrado con Tomás, los padres de Jaime, en definitiva, también lo averiguarían.
Mirando al grupo de rodillas en el suelo. El rostro de Tomás se tornó serio, antes de darle a Carlos una fuerte bofetada.
—¿No te dije que te quedaras cruzado de brazos y esperaras?
Carlos estaba muy confundido por la bofetada, mientras que Tomás, se inclinó y ayudó a Santiago a ponerse de pie.
—He cometido un error al disciplinar a mis hombres. Por favor, discúlpeme—. Después de eso, él volteó a ver a Carlos y le preguntó—: ¿Qué fue lo que sucedió?
Carlos narró todo el incidente sin retener nada.
Cuando él escuchó que fue Josué, quien comenzó todo esto, la expresión de Tomás se ensombreció. Entonces, dirigió su mirada hacia Josué, quien continuaba haciendo muecas en el suelo.
Cuando este último vio una mirada asesina en los ojos de Tomás, apretó sus dientes en un intento de levantarse y darle una explicación:
—Señor Lamarque. Yo…
Tomás no se molestó en escuchar la explicación de Josué, en lugar de eso, ordenó:
—Rómpanle todas las extremidades y échenlo de aquí. Tiene prohibido volver a poner un pie en este lugar, de ahora en adelante.
Antes de que Carlos pudiera terminar, Tomás le propinó otra bofetada.
—¿Sabes quién es Jaime? —le preguntó Tomás mirándolo a los ojos.
—No lo sé —negó con la cabeza Carlos.
—Él es nuestro señor. Nuestro jefe supremo.
La expresión de Carlos cambió de manera drástica al escuchar esto. Como uno de los tenientes clave de Tomás, estaba consciente de que el Regimiento Templario pertenecía a la Secta Dragón.
En otras palabras, Tomás le estaba diciendo que el señor de la Secta Dragón había surgido. No obstante, él no esperaba que el jefe supremo fuera Jaime, quien pasaba desapercibido ante los demás.
—En ese caso, ¿fue Esteban derrotado por él? —le preguntó Carlos asombrado.
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