—Yo fui quien invitó a Hilda para que asistiera a una fiesta con mis compañeros, Señora Valbuena. Y mañana voy a llevarla a mi oficina para una entrevista —le explicó a prisa Jaime.
—¡No hay necesidad de que me des explicaciones! No me preocupo si tú estás con Hilda. Ni siquiera si pasan la noche fuera, ¡no diré nada! —le comentó Claudia, viéndolo con una mirada significativa en sus ojos.
«Dios mío, ¡es demasiado atrevida al hablar!».
Jaime estaba lleno de vergüenza.
—Mamá, ¿qué tonterías estás diciendo? —Hilda se sonrojó, y con rapidez hizo a un lado a Claudia.
Después de dar algunos pasos, ella no pudo evitar voltear para ver a Jaime. Después del incidente anterior, su amor por él se había incrementado de manera exponencial.
Muy temprano, a la mañana siguiente, Jaime llevó consigo a Hilda hasta la oficina. Sin embargo, no había señal de nadie, aunque ya casi era hora de comenzar las labores de oficina. Ellos esperaron por más de media hora, antes de que los empleados comenzaran a llegar al trabajo, uno tras otro.
Todos ellos tenían ojeras bajo sus ojos, haciendo evidente que se quedaron hasta tarde la noche anterior. Como resultado, no pudieron despertarse a tiempo por la mañana.
En cuanto a Santiago, él llegó un poco después de las diez en punto, durante todo el camino, fue bostezando. Al instante en que entró a su oficina, se preparó un té.
—¿Sabes qué hora es en este momento? ¿Esta es tu actitud habitual en el trabajo? —preguntó Jaime, empujando la puerta de la oficina del hombre para seguirle los pasos.
La compañía pertenecía a Josefina, y por ello, también a él. Por lo tanto, era natural que estuviera molesto porque los empleados llegaran tarde a trabajar.
Santiago se quedó pasmado por un momento, antes de que su temperamento se disparara y rugiera:
—Jaime, ¿quién te crees que eres? ¡No se te olvide que aquí soy el gerente! ¿Cómo te atreves a interrogarme? ¡Deberías saber cuál es tu lugar!
Mientras él gritaba, María entró con Hilda.
—¿Qué sucede? ¿Por qué te estás poniendo furioso tan temprano?
—Se supone que debes tocar a la puerta antes de entrar, ¿o no lo sabes?
Santiago criticó con severidad a Javier. Él aún tenía los ojos cerrados, pero despertó por el sonido de la puerta al ser abierta. Él era el rey en el departamento de ventas, así que no debía tenerle miedo a nada.
Al no recibir respuesta, abrió sus ojos. Cuando vio que Javier lo miraba con el ceño fruncido, se quedó tan petrificado, que se cayó de la silla.
—Señor Llano, ¿qué hace usted aquí?
Santiago tenía una expresión de pánico en el rostro.
«Es muy raro que él venga al departamento de ventas, así que, ¡¿por qué de pronto aparece hoy aquí?!».
Javier apenas y le lanzó una mirada. En lugar de reclamarle, dirigió la vista a través de la ventana de la oficina, hacia los empleados que trabajaban fuera. Sin embargo, su mirada estaba fija solo en Jaime.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El despertar del Dragón