—¿Adónde va, Mi Señor? Puedo llevarlo —preguntó.
—Voy a cenar al Restaurante Antaño. Sí, sería estupendo.
«¡Qué conveniente! Puedo ahorrar mi energía espiritual».
—¿Va a cenar al Restaurante Antaño? —Tomás se quedó atónito por un momento—. Mi Señor, ese lugar pertenece a la Banda del Dragón Carmesí. Después de lo que le hizo a Esteban, podrían vengarse de usted si lo ven allí.
«¿Quién iba a pensar que el Restaurante Antaño pertenece a la Banda del Dragón Carmesí? Aun así, no tengo nada que temer».
—Es solo una cena, no va a pasar nada. Incluso si alguien saliera herido, sería la Banda del Dragón Carmesí, de todos modos —contestó con indiferencia.
«Bueno, eso es cierto. A juzgar por las capacidades de Jaime, no debería tener problemas para lidiar con esos lacayos de Esteban».
Tomás le abrió la puerta del auto a Jaime y los dos se dirigieron al Restaurante Antaño.
Por otro lado, después de humillar a Jaime, Santiago estaba en las nubes. Incluso fue cantando para sí mismo durante el trayecto al restaurante. Pero justo cuando se estaba divirtiendo como nunca, un auto pasó frente a él a una velocidad ridícula.
—¿Qué demonios? ¿Se volvió loco? —gritó por instinto. Pero en cuanto vio que era un Bentley el que pasaba por delante de él, se orinó un poco. Como sabía que lo más probable es que fuera alguien de estatus y poder, no se atrevería a ofender al conductor. Un plebeyo no habría podido permitirse tal automóvil en Ciudad Higuera.
Mientras Jaime se dirigía al Restaurante Antaño, había un hombre barbudo de mediana edad sentado en la oficina de una lujosa área del restaurante.
El hombre tenía una cicatriz en la comisura de uno de sus ojos. Estaba recortando su cigarrillo mientras cuatro hombres musculosos estaban de pie detrás de él. Los hombres imprimían al ambiente una sensación de violencia. El hombre de mediana edad era el Gerente del Restaurante Antaño, Félix Laiva, uno de los tenientes de la Banda del Dragón Carmesí.
Esteban le dio a Félix la responsabilidad de administrar el restaurante porque era un subordinado muy apreciado por él.
El otro hombre con el que Félix tenía una reunión era nada menos que el director general de la Compañía Sentimientos Químicos, Javier. Él había llevado consigo un maletín a la reunión. Frente a cinco hombres intimidantes, su expresión facial era bastante tensa.
Por mucho que quisiera que Jaime se fuera, le preocupaba que, si ocurría algo malo, Josefina pudiera descubrir que él era el culpable. Sin embargo, parecería inocente como un cordero si Jaime desapareciera tras una discusión con Félix.
—¿Quieres que mate a alguien en el Restaurante Antaño? —Frunció las cejas y continuó—: ¿No sabes la repercusión que tendría eso en mi negocio?
—Señor Laiva, no se preocupe. Además, le compensaré con otro medio millón cuando esté hecho. De verdad que necesito su ayuda —suplicó desesperado.
—Muy bien, entonces. Por el dinero, te ayudaré —asintió—. Enviaré algunos hombres cuando ustedes estén cenando.
—¡Muchas gracias, Señor Laiva! —Se marchó justo después. Una sonrisa perversa apareció en su cara en cuanto salió.
«¡Una vez que hayas muerto, Jaime, Josefina será toda mía!».
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