El despertar del Dragón romance Capítulo 126

—Jaime, olvídalo. —Hilda tiró de su brazo hacia tras.

Al ver la mirada de María, bajó la mano.

Si su relación era tensa, seguro que Francisco se lo contaría a sus padres, haciendo que se preocuparan.

Al ver que Jaime bajaba la mano, Santiago se recompuso, pero no se atrevió a decir otra palabra.

En ese momento, un Bentley se dirigió a toda velocidad en su dirección y frenó de golpe delante de ellos, provocando la estupefacción de todos. A Jaime también lo tomó por sorpresa. No esperaba que Tomás lo estuviera esperando todo este tiempo.

En cuanto a Hilda, gritó de alegría cuando lo vio.

—¡Es este auto! ¡Es el mismo en el que vino Jaime!

Al momento siguiente, se abrió la puerta y se bajó un joven trajeado. Caminando hacia Jaime, se dirigió con respeto:

—Señor Casas, a su servicio.

Jaime sonrió un poco, ya que no esperaba que Tomás enviara a otra persona a recogerlo.

«Parece que es consciente de que no quiero que me vean con él dada su notoria reputación».

—Hilda, vamos y busquemos un lugar para cenar —dijo sin rodeos.

Con los ojos brillando de sorpresa, Hilda asintió encantada. Después de todo, nunca había subido a un Bentley.

Una vez que entraron, Jaime abrió la ventanilla a propósito. Con una sonrisa sarcástica, se despidió de ellos.

—Hasta luego…

Pronto, el auto dejó a Santiago y a los demás en el camino mientras seguían en shock.

—Vaya, sí vino en un Bentley. ¡Increíble!

—¡Maldita sea! ¡Casi haces que me maten! ¿Y aun así te atreves a cuestionarme? Si no fuera por el millón que pagaste, te habría dado de comer a los cocodrilos —explotó Félix.

En respuesta, Javier se quedó perplejo. No entendía qué estaba pasando y por qué Félix estaba tan furioso con él.

—Señor Laiva, por favor, no me haga daño. Ya que no pudo completar el trabajo, ¿no debería devolverme el dinero? No puede...

Antes de que pudiera terminar, uno de los corpulentos hombres ajustó ligeramente su daga, haciendo que la sangre brotara del cuello de Javier.

—¿Cómo te atreves a hablarle así al Señor Laiva? ¿No sabes cuáles son las reglas? Lo que pagaste nunca te será devuelto —gritó.

Aterrorizado y amenazado por el frío acero que le presionaba la garganta, Javier no se atrevió a decir ni una palabra más, y mucho menos a pedir que le devolvieran el dinero.

—¡Piérdete! Si te atreves a hablar de lo que pasó hoy, acabaré con tu vida —lo amenazó Félix.

Aunque lo que hacían era ilegal, tenían que mantener su reputación. Si se corría la voz de lo sucedido, nadie los volvería a contratar.

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