Si bien era evidente que Arturo no tardaría en encontrar al médico ideal para ese tipo de problema; casi de inmediato, pudo percatarse de que aquella situación era mucho más delicada de lo que alguno se hubiera imaginado, por lo que sin dudarlo llamó a Jaime, quien no pudo rechazar la invitación de aquella importante figura.
Tan solo un momento después, el pequeño grupo ingresó a una pequeña habitación con muros de ladrillo, dónde un silencio sepulcral inundaba la atmósfera, excepto por el tenue sonido a distancia de aves de corral. Una vez dentro del diminuto recinto, Josefina prosiguió a cubrirse la nariz con la mano, tras dejar escapar una arcada al percibir un nauseabundo aroma. Entonces, la joven no pudo evitar sobresaltarse al escuchar unos terribles alaridos provenientes del cuarto de baño al fondo de la habitación:
—¡Fuera! ¡Juro que no permitiré que nadie perturbe la paz de mi palacio! ¡Arrodíllense ante su reina!
El semblante de Josefina palideció por completo al mirarla, aterrorizada, por lo que no pudo evitar tomar a su prometido del brazo, al tiempo que meditaba:
«¡Debí quedarme en casa!».
En ese momento, Camilo abrió la puerta del cuarto de baño, dónde se encontraba una anciana de cabello blanco que parecía haber perdido la razón y que tan pronto advirtió su presencia, su voz volvió a resonar en un chirrido aterrador:
—¡Les ordeno que me digan sus nombres, pues haré que los ejecuten!
De inmediato, Camilo habló en tono amoroso para intentar tranquilizarla:
—Querida, estas personas han venido a ayudarte.
A pesar de las tiernas palabras de su esposo, la anciana se le abalanzó y de pronto, el hombre sintió un intenso dolor en el brazo, pues su esposa no había dudado en morderlo. Antes de que pudieran reaccionar, la anciana se sentó en el suelo, mientras los miraba, recelosa. Entonces, Camilo se limitó a dejar escapar un enorme suspiro, resignado, ante la caótica escena que se suscitaba frente a sus ojos.
—Señor Suárez, necesito saber desde hace cuánto tiempo comenzó a observar este tipo de comportamiento en su esposa —indagó Jaime en tono ecuánime.
—Creo que ha pasado una semana; sé que será muy difícil curarla, pero les aseguro que no siempre actúa de manera violenta —respondió el anciano con voz llena de tristeza.
—Entiendo; ahora, dígame, el Señor Gómez me comentó que todo inició justo después de haber visitado un cementerio, ¿no es así? —continuó Jaime, con voz llena de curiosidad.
—Señor Casas, me gustaría saber si usted también cree que un fantasma pudiera apoderarse del frágil cuerpo de esa mujer… —Al acercarse a Jaime, Arturo le susurró al oído.
—Bueno, no podemos actuar de manera precipitada. Primero, debo observarla un momento a solas, antes de poder confirmar mis sospechas; de otra manera, podría equivocarme. —La voz de Jaime resonó llena de gentileza, al tiempo que tomaba un pequeño bolso de tela que contenía finas agujas de plata; tras limpiarlas un poco, avanzó en dirección de la anciana, quien yacía acurrucada sobre el suelo. Sin embargo, antes de que pudiera continuar, Camilo le advirtió con voz llena de angustia:
—Señor Casas, debe ser muy cuidadoso, pues mi esposa podría hacerle daño, ya que no reconoce a nadie en ese estado.
—Señor Suárez, le agradezco, pero no se preocupe —respondió Jaime, con una cálida sonrisa en el rostro.
A medida que se le acercaba y aunque la anciana se le abalanzó para intentar morderlo, Jaime se apresuró a tomar una de las finas agujas que enterraría en su cuello; de inmediato, su cuerpo cayó inerte al suelo. Ante la caótica escena que se suscitaba frente a sus ojos, la voz de Camilo resonó llena de terror al exclamar:
—¡No puedo creer que haya confiado en usted!
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El despertar del Dragón