Enormes gotas de sudor le cubrieron el rostro, al tiempo que estallaba en llanto; su cuerpo comenzó a temblar con fuerza al intentar tranquilizarse. Al percatarse de que su esposa no abría los ojos, Camilo posó una intensa mirada en el bello rostro de Jaime, antes de abalanzarse en su contra; no obstante, Arturo logró detenerlo, mientras intentaba reconfortarlo con voz llena de ternura:
—¡Camilo, tranquilo! El Señor Casas solo intenta ayudarlos, así que no te preocupes; tu esposa solo está descansando un poco.
Mientras los dos hombres maduros permanecían al lado de la mujer inconsciente, Jaime se dispuso a tomar su frágil muñeca, al tiempo que una intensa luz brillante parecía emanar de sus manos. Tras una pequeña pausa, no pudo evitar recapacitar, afligido:
«Si un espíritu se hubiera apoderado de su cuerpo, habría logrado expulsarlo en este momento, pero sin importar cuánta energía use, no logro despertarla; me pregunto si he cometido un grave error, pues es evidente que no se trata de la posesión de un ente extraño».
Después de un momento, Camilo intentó ahogar un doloroso sollozo, mientras enormes lágrimas le rodaban por las mejillas; de pronto, Josefina apareció junto a su prometido con el rostro lívido.
Al caer la noche, todos permanecían en silencio, afligidos, pues la anciana no había logrado despertar de aquel trance, por lo que todos se sobresaltaron al escuchar la hermosa voz de Jaime, quien parecía nervioso al hablar:
—Bueno, es evidente que no se trata de un fantasma que se hubiera apoderado de su cuerpo, así que intentaré algo más. —Al terminar de emitir esas desalentadoras palabras, tomó otra delicada aguja de plata, hasta introducirla con suavidad en la frágil muñeca de la anciana; una vez dentro de su piel, el joven decidió aguardar un momento, antes de volverla a sacar.
De inmediato, todos dejaron escapar un enorme suspiro al unísono, mientras miraban, anonadados, las pequeñas gotas de sangre negra que emanaban de la diminuta herida. Entonces, justo cuando Camilo se disponía a decir algo al respecto, no pudo evitar sobresaltarse al escuchar la voz de su mejor amigo al comentar en tono enérgico:
—¡Señor Casas, ayúdela! —El hombre parecía estupefacto ante la extraña escena que se suscitaba frente a sus ojos y después de observarlo un momento, añadió, afligido—: ¡Dígame qué sucede!
—Bueno, ahora que he podido ver el color de su sangre con mis propios ojos, puedo confirmar que esta mujer ha sido envenenada con una sustancia muy extraña que causa que se comporte de esta manera —explicó Jaime, sin mostrar ninguna emoción.
—Bueno, lamento informarle que, aunque quiera ayudar a su esposa, no puedo hacer nada más al respecto. —En ese momento, el apuesto hombre dejó escapar un enorme suspiro, resignado, al tiempo que proseguía a guardar las finas agujas de plata en su bolso; casi de inmediato, comenzó a sentirse ansioso ante la posibilidad de que su esposa muriera pronto.
Ante su extraño comportamiento, Arturo observó a su amigo receloso, y dijo:
—¡Camilo, no puedo creer que te atrevas a engañarnos, en especial, después de que alguien como Señor Casas hay aceptado venir a ayudarte!
La joven pareja se disponía a marcharse de la pequeña casa, cuando se escuchó la voz del anciano, desesperado:
—¡Alto, debo enseñarles algo!
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