El despertar del Dragón romance Capítulo 175

Entonces, Jaime se disponía a marcharse, antes de explicar:

—Su esposa estará bien; solo necesita descansar un par de días —dijo en tono tranquilo.

—¡Querida, qué alegría verte! —exclamó Camilo, eufórico.

Al escuchar la voz de su esposo, la anciana parecía confundida al recorrer la habitación con la mirada; tras lograr tranquilizarse un poco, reprochó, molesta:

—¡Camilo, no me dijiste que invitarías a toda esta gente a nuestro humilde hogar! De otra manera, hubiera preparado una deliciosa cena.

—Querida, no te preocupes; solo vinieron a ayudarte, pero ahora que te encuentras bien, debes concentrarte en descansar. —El hombre se apresuró a colocar su mano con delicadeza sobre el rostro de su esposa.

Ante la conmovedora escena que se suscitaba frente a sus ojos, la joven pareja y Arturo decidieron salir de la habitación; casi de inmediato, tan pronto el anciano apareció en el pasillo junto a ellos, se arrodilló frente a Jaime y exclamó:

—¡Señor Casas, usted ha salvado a mi familia! ¡No sé cómo podré pagarle, pues no poseo muchas riquezas! Debo confesarle que, al inicio, no creía que pudiera curar a mi esposa, pero ahora le estaré agradecido por siempre por haberla curado.

Antes de que el hombre pudiera continuar, Jaime lo tomó del brazo para ayudarle a ponerse de pie.

—¡Camilo, no seas ridículo! —Arturo apartó a su mejor amigo en ese momento.

—Así es, Señor Suárez; solo me alegra haberlos ayudado —dijo Jaime al esbozar una sonrisa cariñosa; ante esas gentiles palabras, Camilo hizo un pequeño gesto con la cabeza, en señal de agradecimiento, al tiempo que pensaba:

«Estoy seguro de que el Señor Casas no necesita dinero; después de todo, el vecindario entero notó su lujoso auto. Sin embargo, debo encontrar una manera de pagarle… ¡Ajá! Le obsequiaré algunas aves de corral para que las preparen durante la cena; en efecto, todos en el pueblo saben que mis animales son los de mejor calidad».

Ante esa idea, el anciano salió a toda velocidad hacia el pequeño patio dónde se encontraban algunas gallinas y patos; al regresar, Jaime lo miró, curioso, antes de decir:

—Señor Suárez, aunque le agradezco su obsequio, lamento informarle que no puedo llevarlas de regreso, pero me pregunto qué hará con el hongo reishi, pues deseo estudiarlo. Incluso, estoy dispuesto a pagarle por él.

Al escuchar la extraña petición, el anciano lo miró, desconcertado, y después de una pequeña pausa, dijo:

Poco después, el lujoso auto de Josefina se detuvo frente al humilde hogar de su prometido; tras descender del auto, Jaime comenzó a caminar a toda velocidad, en dirección de la puerta de entrada, sin saber que Hilda lo observaba, oculta en la oscuridad. La joven miró al apuesto hombre cruzar el umbral en ese momento, mientras reflexionaba:

«Debo descubrir la verdadera identidad de la mujer que se encontraba a su lado».

Hilda parecía absorta en sus pensamientos, por lo que no pudo evitar sobresaltarse al escuchar la suave voz de su madre:

—Hija, debemos irnos; no es bueno para ti que espíes a Jaime, en especial, si ha comenzado una nueva relación con esa chica —dijo la mujer madura, con voz cariñosa para intentar tranquilizarla, pues había notado las pequeñas lágrimas sobre las mejillas de su amada hija.

Una vez en casa, Jaime sucumbió ante el sueño, pues además de haber utilizado toda esa energía en curar a la esposa de Camilo Suárez, tendría que partir a Bahía Dragón a la mañana siguiente para continuar con su entrenamiento.

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