A la mañana siguiente, a fin de iniciar su entrenamiento con el hongo reishi, Jaime apareció en su mansión de Bahía del Dragón, dónde pudo vislumbrar a Santiago, María y Lidia charlar junto a la entrada.
—¡No puedo creer que se atreva a negarnos la entrada! ¡Le ordeno que nos deje entrar! Después de todo, compraremos una vivienda en este lugar —rugió María, furiosa, al tiempo que pensaba:
«¡Aunque solo pueda comprar la casa al pie de la colina, no deberían tratarme de esa manera!».
De pronto, el guardia de seguridad se les acercó, a través de una pequeña rendija, y les explicó en tono tranquilo:
—Bueno, a menos que una de estas lujosas residencias les pertenezca, no puedo dejarlos entrar; de hecho, tendrán que ir a la oficina de ventas si desean comprar una casa.
—¡No diga tonterías! ¡Debemos escoger la mansión que queremos comprar! —respondió la mujer, impaciente.
—De cualquier manera, uno de los vendedores tendrá que acompañarlos —respondió el hombre en tono ecuánime.
Casi de inmediato, el hermoso vehículo de Jaime apareció frente a la entrada; si bien el guardia de seguridad abrió la reja, tan pronto vislumbró el Ford, se acercó de inmediato para ver de quién se trataba, pues nadie en el lujoso vecindario poseía un auto así. Al ver a ese hombre a su lado, Jaime prosiguió a abrir la ventana del conductor y al reconocerlo, el guardia de seguridad exclamó:
Todo el personal de Bahía Dragón lo conocía, pues era el dueño de la mansión más grande y lujosa de ese lugar, por lo que no tardaron en abrirle el paso para dejarlo entrar. Sin embargo, antes de que pudiera avanzar, tuvo que detenerse, pues un espectacular Maserati color rojo se interpuso en su camino. Tras el inesperado incidente, un silencio inundó la atmósfera, pues nadie supo cómo reaccionar.
Casi de inmediato, el Maserati se detuvo y una bella mujer descendió del vehículo.
—¡Idiota, pudiste haber ocasionado una tragedia! Además, tendrás que pagar este golpe…
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