En ese momento, Jaime también descendió de su auto para intentar tranquilizarla; sin embargo, pronto descubrió que todos sus esfuerzos serían en vano, pues la joven parecía haber perdido la razón, después de dañar su preciado vehículo. Al percatarse de que sus palabras no funcionaban, la voz del apuesto hombre resonó en tono severo:
—¡Señorita, basta! ¡Usted es la única culpable de este pequeño accidente, pues no esperó a que avanzara! Por ello, ¡no pagaré para arreglar su auto! —Al terminar de emitir esas palabras, los intensos ojos de Jaime se posaron en el terso rostro de la bella mujer.
—¡No puedo creer que se atreva a hablarme de esa manera! Además, ¡nuca me hubiera imaginado que dejarían entrar un horrible auto como éste! Después de todo, Bahía Dragón es un vecindario muy exclusivo, por lo que debería sentirse honrado de que le permitan, siquiera, estar aquí —dijo la joven con voz llena de crueldad, antes de rugir, furiosa, en dirección del pequeño grupo de hombres—: ¡No puedo creer que se atrevan a avergonzarnos de esta manera! ¡Les juro que no toleraré este tipo de comportamiento de nuevo!
Ante su arrogancia, los guardias de seguridad se limitaron a mirarla en silencio, pues no podían decir nada al respecto; ante la caótica escena que se suscitaba frente a sus ojos, Jaime comenzó a sentir el corazón acelerársele, por lo que su voz resonó en un chirrido lleno de desesperación al hablar:
—¡Basta! Aguarde un momento y le daré un cheque para que pueda arreglar su hermoso auto de inmediato, pero le suplico que deje de hablar; tan solo quiero alejarme de su desagradable voz.
Ante su atrevido comportamiento, la mujer se limitó a mirarlo, boquiabierta; tras lograr reaccionar, dijo, indignada:
—¡Estoy segura de que un simple hombre como usted no tiene idea del valor de este auto, pues nunca podrá tenerlo, así que permítame educarlo un poco! El precio de un Maserati es de más de dos millones, por lo que tendría que darme un poco más de doscientos mil para poder arreglar ese golpe.
—¡Silencio, tan solo dígame una cantidad! —rugió Jaime, furioso.
Entonces, la mujer se disponía a darle una bofetada, pero antes de que pudiera reaccionar, sintió un intenso dolor en la mejilla, al tiempo que sus gafas de sol caían al suelo; casi de inmediato, se percató de que el apuesto hombre se había atrevido a golpearla.
«¡No puedo creer que este imbécil osara a faltarme al respeto de esa manera!».
Entonces, un escalofrío le recorrió todo el cuerpo ante tal humillación; tras lograr tranquilizarse un poco, tomó su móvil para llamar a su esposo.
Ante su obstinado comportamiento, el semblante de Jaime se endureció por completo al avanzar hacia el lujoso vehículo; antes de que pudiera colocar la mano sobre la manija de la puerta del Maserati, aparecieron Santiago, María y Lidia, acompañados de un vendedor. Tan pronto advirtieron su presencia, se escuchó a María exclamar, confundida:
—¡Jaime, no puedo creer que estés en este lugar! Al parecer, ¡Bahía Dragón no es tan exclusiva como pensaba, pues admiten a cualquiera!
«Estoy segura de que trabaja para algún magnate que vive aquí…».
Sin embargo, Jaime pareció no prestarle atención, por lo que se apresuró a indagar:
—¡Chicos, nunca me hubiera imaginado verlos aquí!
—¡Ja! Te recuerdo que después de haber recibido la generosa comisión por tus ventas, pronto podremos comprar una mansión en este lujoso vecindario. —La voz de Santiago resonó llena de desdén al hablar; entonces, una enorme sonrisa le cubrió el rostro al descubrir el accidente—: Jaime, al parecer, tienes muy mala suerte, pues nunca podrás pagar un Maserati.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El despertar del Dragón