Entonces, Lidia anunció en un chirrido lleno de sarcasmo:
—¡Jaime, sabía que eras estúpido, pero nunca me imaginé que te atreverías a dañar un auto de lujo! ¡Espero que estés consciente de que un simple vendedor morirá antes de poder pagar ese golpe! —Al terminar de emitir esas palabras, dejó escapar una estrepitosa carcajada llena de maldad.
—Les agradezco que se preocupen por mí, pero les aseguro que todo estará bien. —De inmediato, el apuesto hombre esbozó una hermosa sonrisa.
—Jaime, estoy segura de que, incluso, perderás tu empleo, después de que todos en la compañía se enteren de este incidente —dijo María, sin mostrar ninguna emoción.
Ante las palabras de su esposa, Santiago no pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa triunfante.
—En realidad, no me preocupa, pues tan solo se trata de un simple accidente —respondió Jaime en tono ecuánime.
—¡No digas tonterías! ¡Eres un idiota si crees que podrás mantener en secreto que destruiste un auto que vale millones! —gritó Lidia.
—Estoy seguro de que eres tan poco afortunado que pronto nos enteraremos de que dañaste un Porsche o algún otro auto de lujo. —Santiago volvió a dejar escapar una estrepitosa carcajada, al tiempo que lo miraba con desdén.
Al mismo tiempo, la mujer los observaba en silencio al recapacitar:
«Estoy segura de que se trata de un hombre cualquiera, por lo que no podrá arreglar mi preciado auto, así que debo encontrar una manera de hacerlo pagar».
De pronto, la atmósfera se inundó de sus alaridos llenos de furia; tras una breve pausa y ante la caótica escena que se suscitaba frente a sus ojos, Jaime abrió la puerta del Maserati e hizo rugir el motor. De inmediato, María se le acercó para intentar convencerlo de detenerse:
Sin embargo, antes de que pudiera decir algo al respecto, dos camionetas negras aparecieron; entonces, un enorme grupo de hombres musculosos descendió de su interior.
—¡Querido, qué alegría verte! —exclamó la mujer, al tiempo que corría en dirección de un hombre con traje—. ¡Me alegra que hayas llegado a protegerme, pues tuve mucho miedo de que ese hombre lograra hacerme más daño!
Tras advertir el golpe en la mejilla de su esposa, el hombre dijo en tono amenazador:
—¡Cualquiera que se atreva a golpear a mi esposa es hombre muerto!
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