—No te preocupes, no te abandonaré —la tranquilizó Jaime con una sonrisa en el rostro.
Tadeo, quien fue el primero en salir de manera precipitada de la habitación, se dio la vuelta y gritó:
—Jaime, ¿por qué no te vas?
Cuando María se dio la vuelta, también se dio cuenta de que Jaime no se movió, por eso gritó:
—¡Jaime!
Al momento en que Josué sintió que Jaime no tenía ninguna intención de marcharse, su expresión se volvió siniestra.
—¿Qué pasa? ¿No puedes irte y dejar a tu novia?
Mientras hablaba, Josué extendió su mano hacia Hilda para acariciarle el rostro. Palideciendo de miedo, ella ni siquiera se atrevió a esquivar su mano. Justo cuando Josué estaba a punto de tocarla, Jaime sujetó su muñeca.
—Nunca tuve la intención de permitir que se fueran.
Cuando terminó, Jaime le apretó la muñeca con más fuerza.
¡Crac!
Al siguiente momento, un sonido fuerte salió de la muñeca de Josué al romperse. El insoportable dolor que le causó dejó escapar un llanto tan agonizante que hizo que todos se estremecieran.
—¡Maldita sea! ¡Mi mano está rota! ¡Detente o si no, te mataré junto con tu novia! —vociferó Josué con una expresión malintencionada.
¡Plaf!
Después de lanzar una patada en la entrepierna de Josué, Jaime lo mandó volando fuera de la habitación. Para cuando se estrelló contra el suelo, su rostro estaba morado. El golpe de Jaime fue tan bueno, que casi lo castra. Mientras tanto, Carlos se sintió ultrajado por lo que acababa de suceder.
—Jovencito, ¡tienes muchas agallas para golpear a mi cliente frente a mí! —Con una expresión aterradora, Carlos movió su mano y ordenó—: Cierren la puerta y no permitan que nadie más salga.
—Jaime. Lo siento, Lo siento mucho.
Hilda sabía que, si no fuera por ella, Jaime no habría hecho una cosa así. Por consiguiente, estaba preocupada de que él pudiera ser devuelto a prisión. O peor, podría perder la vida.
—Estaré bien. No te preocupes. —Sonrió Jaime de manera casual.
Cuando todos vieron que Jaime no parecía estar preocupado, se enojaron aún más, y lo denigraron con mayor intensidad.
Mientras tanto, la expresión de Carlos se oscureció.
—Beto, quiero que ese joven quede lisiado.
Después de asentir, Beto se precipitó sobre Jaime y lanzó su enorme puño hacia la cabeza de este último. Si el puño diera en el blanco, la cabeza de Jaime quedaría hecha papilla.
Anticipando lo que iba a suceder, todos retrocedieron del miedo, preocupados por que fueran salpicados con sangre. Con la mirada resuelta, Hilda apretó sus dientes y dio un paso al frente para proteger a Jaime.
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