EL EROR PERFECTO romance Capítulo 21

—¿De qué se supone que estás hablando esta vez? —preguntó calmado.

—Ese siempre fue tu plan. ¿Cierto?

—No sé de qué estás hablando. Tampoco sé la razón por la cual entras a mi oficina de esta manera.

—Tengo derecho soy tu...

—N-A-D-A. Mónica. No somos nada.

Con los ojos inyectados en sangre por la rabia. Mónica lo miraba fijamente sin decir una palabra.

—Esto ha sido un completo error —Mónica cambió el tono de voz y se acercó un poco a él pero no se lo permitió—. No estamos separados Ian. Lo nuestro es para siempre —repetía mientras se jalaba un poco los cabellos histérica.

En ese momento hizo su aparición Diana en la oficina distraída hablando por su teléfono celular y se quedó paralizada al ver a Mónica y en el estado en que se encontraba. Sus ojos se estrecharon hacía ella y Diana pudo sentir en ellos todo el odio que le tenía.

—Así que estás de nuevo trabajando aquí —dijo con ironía—. ¿Qué? ¿Ahora vienes detrás de Ian?

—Encantada de verte, aunque no lo creas —dijo sonriendo a Mónica. Se giró y cerró la puerta. Luego caminó hasta donde estaba Ian mirando hacia ella desafiante.

—¡Estoy muy sorprendida! Ahora sé que tu descaro es impresionante. Como no pudiste meterle el bastardo de tu hijo a Andrew, vienes por Ian, dando lástima para que te ayude y te resuelva la situación.

—¡Basta, Mónica! —reprendió Ian.

Diana le guiñó un ojo a él para que se calmara.

—La verdad que no tengo por qué pedirle que me ayude a resolver la situación. Tiene la obligación de hacerlo —dijo confiada.

Mónica tenía en su cara gesto de confusión.

—¿Por qué tendría esa obligación? —preguntó, pero en ningún momento se imaginó la respuesta.

—Porque él, querida amiga —pronunció las palabras con demasiada autosuficiencia—. Es el padre de mi hijo.

La cara de Mónica se deformó de la impresión.

—¡Oh NO! —comenzó a gritar y se le fue encima a Diana—. Tú no lo hiciste, no te atreviste a hacerlo, perra.

Ian rápidamente se interpuso entre ambas mujeres, y tomó a Mónica del brazo.

—No te atrevas a tocarle ni uno de sus cabellos, menos delante de mí —le gritó Ian.

—¡No! ¡No y no! —gritaba histérica—. Ella no puede darte un hijo… ella no…

—¡Cálmate por favor! —pidió Ian—. Estás haciendo todo un show, Mónica. Estamos en la empresa

—Te lo juro Diana, voy a acabar contigo —espetó ella amezándola con el dedo.

—Yo que tú lo pensaría dos veces antes de actuar —la voz de Diana era firme—. Si algo llegara a pasar a Ian, a mi hijo o a mí, seré yo quien acabe contigo. Ya no soy aquella tonta que se dejó intimidar por ti una vez en la universidad.

—No seas ridícula, Diana. Nada puedes hacer en mi contra —bufó Monica.

—Por supuesto que lo tengo. Si tú te atreves a hacer algo en contra de nosotros, haré pública tu relación con Andrew. También sacaré a la luz pública que Ian te pidió el divorcio, porque te encontró con él… en su propia cama.

Mónica jadeó y se tapó la boca con la mano. Pero se recompuso en un segundo.

—¿De dónde has sacado tal infamia? —preguntó nerviosa mirando a Ian—. No tienes pruebas de lo que dices —miraba a Ian para que dijese algo.

—¿Sí? Al parecer estas muy segura de eso —manipulando su teléfono celular le mostró de lejos la foto que Karla les había tomado la tarde anterior.

—¿En dónde conseguiste eso? Desgraciada mosca muerta —se le iba de nuevo encima.

—Qué te quedes quieta. ¡Joder! —dijo fuertemente Ian.

—¡Ella jamás! Escúchame bien —apuntó con el dedo y luego lo señaló—. Nunca llegarán a nada. Ian nunca tendrá nada que ver contigo. De eso me encargaré personalmente.

La puerta volvió a abrirse.

—¿Qué son todos esos gritos? Los empleados ya están murmurando.

Llegó Andrew mirando a los tres un poco consternado haciendo la pregunta.

—Esta... —dijo señalando a Diana tratando de soltarse del agarre de Ian—. Esta maldita perra. Atrapó a mi marido.

—¿De qué cojones estás hablando? —inquirió un tanto confundido.

—Tú eres otro idiota. Lo único que tenías que hacer era mantenerlos separados, ese era tú único maldito trabajo —dijo Mónica—. Por lo visto, no sabes que Ian es el padre del bastardo que está esperando.

—No es ningún bastardo. Tiene un padre y soy yo —dijo Ian con voz firme.

Andrew los miró a ambos.

—Me mentiste —se dirigió a Ian—. Me mentiste en la cara —luego se dirigió a Diana.

—Nunca te mentí —dijo ella—. Te lo dije días atrás —suspiró—, te dije que el padre de mi hijo era Ian, y tú lo que hiciste fue burlarte, no quisiste creer en mis palabras.

Andrew se puso a caminar de un lado a otro.

—Tú, maldito cobarde —hizo gesto de ir encima, pero se detuvo.

—Nunca lo he sido —respondió Ian.

—Jamás pude imaginarme que estabas detrás de mi mujer.

—¡¿Es que ahora ustedes piensan pelear por esta perra callejera?! —Mónica, les gritó a ambos.

—No soy una perra. Al menos no más que tú. Que engañaste a Ian, con su mejor amigo.

—¡Ya es suficiente! —alzó la voz Ian—. Las cosas son así. Diana es mi mujer, y la madre de mi hijo. Vamos a casarnos muy pronto, para legalizar la situación.

—Estás demente si piensas que te voy a permitir tal cosa —amenazó una vez más Mónica.

Andrew estaba sin palabras.

—Ya no puedes hacer nada —dijo Diana.

—Ni tú Mónica. Ni tú Andrew —Ian habló en ese momento señalando a los dos—. Nosotros estamos viviendo juntos, y el matrimonio es solo para hacer formal nuestra relación.

Andrew miró a Diana con rabia.

—¿Todo este tiempo has estado viviendo con él? —preguntó con incrédulo.

—Sí —asintió—. Desde que Ian fue a buscarme, para pedirme que regresara a la ciudad —extendió su mano hasta la de Ian —No voy a decirte que lo siento —continuó—. Te consta que quise arreglar las cosas entre nosotros, no tuviste reparo en engañarme con Amanda —miró a Mónica—. Quien sabe con cuantas otras más —suspiró mirando esta vez su mano entrelazada con Ian.

—Cuando nos encontramos, ya tú y yo teníamos más de dos meses que habíamos terminado. La atracción siempre estuvo ahí, solo dejamos que todo ocurriera —con esas palabras Diana dio por terminada su explicación.

—Aun así —dijo Andrew—. Tenía la esperanza de que me perdonaras, y siguieran nuestros planes de matrimonio.

Diana lo miró entrecerrando los ojos.

—¡NUNCA! —dijo fríamente—. De igual forma si Ian no hubiese aparecido de nuevo en mi vida, jamás hubiera vuelto contigo. Yo no perdono traiciones. Eso lo sabes muy bien —dijo esa vez mirando a Mónica.

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