EL EROR PERFECTO romance Capítulo 23

—¿Dime en dónde está? —exigió Ian a Andrew entrando a su apartamento.

—¡Suéltame, maldito bastardo! —dijo zafándose de su agarre.

—Si no me dices en dónde tienen a Diana, y a mi hijo iré a la policía. Tienen en su cargo de conciencia la muerte de Mark.

Andrew abrió los ojos.

—¿Mark está muerto? —preguntó sorprendido.

—¡Vamos Andrew! Ahora me dirás que no lo sabías. Cuando estoy seguro que has sido tú quien planificó todo esto.

—No —negó firmemente la cabeza —. Yo no he hecho nada.

Cuando Ian miró a su alrededor pudo ver que Andrew a lo mejor no había podido planificar nada. Habían botellas de whisky tirados por todo el suelo de la sala y lo menos que le sorprendió fue, que había estado drogándose. Pues se veía en la mesita de la sala los instrumentos para esnifar cocaína.

—La verdad es que no sirves para media mierda Andrew.

—No tienes que darme clase de moral Ian. Siempre has sido la perfección en carne y hueso.

—Estás equivocado.

—Siempre el niño que lo tuvo todo. Los mejores padres. Dinero. Siempre el sobresaliente en todo.

—Te olvidas que perdí a mis padres a los trece años en un accidente automovilístico, y que mi tío casi me quita mi herencia.

Andrew se lanzó desparramado en el sofá, para deslizarse hasta el suelo.

—Diana siempre te ha querido.

—Yo también siempre la he amado.

—Mónica la alejó de ti la primera vez —dijo sonriendo con ironía—. Al parecer ahora también.

—Está embarazada. Es un poco peligroso para ella.

—Estamos de acuerdo en eso. —Se encogió de hombros—. Pero yo no puedo hacer nada.

—Tú sabes en dónde está.

Andrew se apretó un poco la nariz.

—Ella la tiene. Llegarás tarde.

—Nunca la amaste. ¿Cierto?

—Sí. Aún lo hago, Ian.

—Entonces, ¿por qué no la ayudas? Sabes que está en peligro.

—Mónica se encargará de ella.

—No. Si nosotros intervenimos.

—Es que no lo entiendes. Mónica va a matarla —dijo con voz sombría—. A ella y a tu hijo.

Ian tomó su celular.

—¿Qué haces? —preguntó con curiosidad Andrew.

—Estoy llamando a la policía. Si no me dices en dónde está ahora mismo. Pondré una denuncia en tu contra. Por el secuestro de Diana y la muerte de Mark.

—Espera —le detuvo cuando vio decidido a Ian—. No hay necesidad de eso, lo haré. Voy a ayudarte.

Andrew iba a meterse otra dosis de cocaína cuando Ian lo agarró por el cuello e hizo que todo el polvo blanco se esparciera por todo el suelo.

—¿Qué has hecho cabrón? —preguntó angustiado. Ian lo levantó del suelo y lo llevó al cuarto de baño. Abrió la ducha. Lo metió de cabeza en el agua.

—Te necesito en tus cincos sentidos no con esa mierda subida en tu cabeza.

Unos largos minutos después Ian y Andrew se dirigían hacia el lugar en el cual Mónica tenía en cautiverio a Diana. El corazón le latía como si estuviese corriendo un maratón. El tiempo contra reloj. Jamás había sentido tanto miedo como el saber que podía perder a su familia.

Pensó en un momento en la muerte de Mark. También lo había marcado. Él además de haber sido su chófer y su hombre de confianza había sido una persona muy importante en su vida.

—Podrías calmarte, Ian —pidió Andrew.

—¿Qué sucede?

—No me siento bien. Tengo muchas ganas de vomitar.

—Me parece perfecto así lo piensas dos veces antes de meterte esa basura.

—¡Oh ya papi! No me jodas que de verdad no me siento bien.

—Al menos has una cosa bien hecha en tu miserable vida, Andrew.

—Lo más bonito en mi miserable vida era Diana y tú me la arrebataste —dijo con pesar.

Ian apretó los puños en el volante hasta ponerlos blancos.

—Yo estoy enamorado de Diana desde siempre. Eso lo sabes bien.

—Sí. Lo sé —afirmó Andrew—. Pero pensé que era solo porque te querías dar un gusto con ella.

—¡Claro! Un gusto que del que creo que nunca tendré suficiente.

—¿Qué se siente estar con una mujer prohibida? —preguntó de golpe.

—A qué te refieres con prohibida.

—Ya lo sabes. Diana era mía. Estaba prohibida para ti.

Ian resopló.

—¿De verdad me estás haciendo esa pregunta? —le miró de reojo.

—Sí. No estoy jugando.

—Creo que ni siquiera puede compararse con lo que sentiste al follarte a Mónica cuando era mi esposa, Andrew.

—Eso fue un golpe bajo, Ian.

—No. No lo es. Me parece absurdo que me hagas esa pregunta cuando sabes muy bien que lo que pasa entre Diana y yo es completamente diferente. Además te recuerdo que tú la habías dejado meses antes de que ella te encontrara con Amanda.

—Ese es un error que jamás me voy a poder perdonar. Porque sé que Diana quería arreglar nuestra relación —miró a Ian un poco molesto—. Hasta que apareciste. Maldito bastardo y me la robaste.

—Créeme, ese error que cometiste, fue para mí el error perfecto.

—Lo sé. Te saliste con la tuya.

—No lo digas de esa forma.

Llegaron al puerto de la ciudad. Quería que esa pesadilla terminara de una buena vez y tener a Diana y a su hijo en donde deberían estar. En sus brazos. Entraron de manera cuidadosa. Andrew conocía a los hombres que estaban custodiando el lugar los saludó y les comentó que Ian venía con él.

El lugar le era muy conocido. Venía cada vez que llegaban los materiales de construcción que venían de la empresa principal. La que había heredado de sus padres.

Caminaban por un pasillo largo, ahora poco iluminado, pues ya estaba anocheciendo. Escuchó unos gritos y la piel se le erizó. Ambos hombres se miraron y aceleraron el paso. Mientras más se acercaban. Más clara se hacían las palabras que estaban resonando por el lugar.

—Así es como debes estar. En el suelo comiendo en el piso como la perra que eres —la voz de Mónica era fría.

—¿Por qué haces esto? —preguntó Diana.

—Te metiste en el medio de Ian y yo —la acusó.

—Eso no es cierto.

Mónica se acercó a ella la agarró por el cabello fuertemente.

—¿No? —le jaló del cabello fuertemente—. Desde la universidad, tú lo has sonsacado. Hasta que lograste lo que querías. Atraparlo entre tus redes.

Diana se quejó del dolor.

—Nunca he hecho tal cosa.

—¿Cómo explicas que un año después que nos graduáramos el insistiera en buscarte?

Diana negó con la cabeza.

—Yo no lo sabía.

—Pues yo sí lo sabía. Atente contra mi vida con tal de retenerlo. A los meses nos casamos.

—Eres una manipuladora. Eres una loca.

Se sintió el golpe de una fuerte bofetada.

—¿Manipuladora, dices? No te quedas muy atrás, te embarazaste para lograr tu objetivo.

—Eso es mentira. Yo nunca busqué a Ian. Si hubiese sido por mí, él nunca se hubiese enterado.

—Como si no lo conocieras. Por eso voy a matarte y contigo al bastardo de tu hijo.

—No lo hagas, por favor —suplicó.

—Usted no dijo que esto ocurriría, señora —la otra voz de un hombre se escuchó.

—El señor Thomas ordenó que no le pasara nada a ella o al niño que espera.

—¿De qué hablas maldito imbécil? Aquí las órdenes las doy yo.

—Pero nuestro salario lo paga el señor Thomas.

—No te necesito para terminar el trabajo —Mónica sacó de su bolso una pistola.

En ese momento la puerta se abrió de golpe.

—¿Qué coño estás haciendo? —la voz de Andrew era autoritaria.

—Voy a matar a esta basura con mis propias manos.

—Te dije que no lo hicieras. Que no atentaras contra ella —le gritaba Andrew acercándose un poco más hasta donde ella se encontraba.

—Esta vez te has pasado, Mónica —esta vez fue la voz de Ian que hizo que ella reaccionara.

Las miradas de Diana y él se entrecruzaron. Gruesas y espesas lágrimas corrían por el rostro de ella. A Ian la impotencia lo estaba matando.

—¿Viniste por ella? —preguntó a Ian apuntando a Diana.

—Jamás pensé que llegaras hasta este punto. Has perdido totalmente el control —dijo Ian con un tono fuerte.

Notó que Andrew le hacía señas al guardia para que le dejara el arma y se fuera.

—Vete. Esto es entre nosotros —el guardia le entregó el arma—. Llévate a tus hombres. Ahora mismo.

—No me puedes me desautorizar de esa forma.

Andrew se levantó del suelo de donde estaba ayudando a Diana a incorporarse y caminó amenazante hasta ella.

—Te dije que había sido un error secuestrarla. Te dije que no le hicieras daño.

—Y yo te recuerdo que te dije que voy a matarla.

En ese momento Ian tomó por la cintura a Mónica, y se escuchó el primer disparo el cual fue al aire.

—¿Qué haces Ian? —preguntó histérica.

—Estas fuera de control.

Ella comenzó a luchar en contra de Ian como si él fuera su peor enemigo. Mientras que Andrew aprovechaba el momento para sacar a Diana del lugar.

Mónica al darse cuenta de lo que estaba pasando se relajó momentáneamente debajo del cuerpo de Ian. Quien pensó que se había rendido y creyó que todo estaba bajo control. La soltó un poco de su agarre y fue entonces cuando ella aprovechó para disparar. La bala solo le rozó el brazo, pero no dejaba de doler. Sin embargo, hizo que la soltara para ir detrás de Andrew y Diana.

—Esto aún no ha terminado, perra —gritaba Mónica.

—No te detengas corre —decía Andrew a Diana.

—¿Ian? —preguntó con desespero—. Debes volver por él.

—No pienses en él ahora. Lo primero es sacarte de aquí. Corre. La detendré.

Justo en el momento Andrew se detuvo para girarse y enfrentar a Mónica.

—¡Debes parar esto ya! —exigió.

—No puedo creer que te hayas rendido de esta manera —dijo ella negando con la cabeza.

—No se trata de rendirse o no —dijo suavemente quería llegar a ella—. Se trata de que esto fue ido demasiado lejos. Has matado ya a una persona. No eres una asesina.

—No lo entiendes. ¿Verdad? —seguía alterada—. Ian es mi vida y ella… —señaló a Diana—. Me lo arrebató.

—¿Estás segura de eso? —preguntó Andrew.

—¿Aún lo dudas? Tú eres tan débil que vas a dejar que sean felices.

—No somos dueños de las personas, Mónica.

—También me cambiaste por ella. Eso tampoco se lo voy a perdonar.

Diana estaba inmóvil por el miedo. No podía hablar. No podía moverse. Mónica se acercó un poco más a ellos. Apuntó a Diana.

—Si lo haces tendrás que matarme.

—No te preocupes —sonrió de manera sombría. En ese momento se escuchó una detonación.

—¡Nooo! —gritó Andrew, pero ya era muy tarde. Le había disparado a Diana en el pecho. La vio desplomarse en el suelo. Luego otra detonación. Mónica le había disparado a Andrew en el abdomen.

—¡No te saldrás con la tuya! —dijo él con los dientes apretados por el dolor.

Ella se acercó un poco más y disparó nuevamente a Diana, pero esta vez en la pierna. Prácticamente ella había disparado a quema ropa.

—Te lo dije una vez. Voy a acabar con cualquiera que se interponga entre Ian y yo.

A lo lejos podían escucharse el sonido de algunas sirenas. Ian antes de entrar al galpón había llamado a la policía. Mónica no lo vio venir. Ian la empujó y cayeron al suelo. Forcejearon de nuevo. Dieron vueltas y ella lastimaba su brazo para que la soltara.

—Si no estarás conmigo tampoco con ella.

—Has perdido la razón totalmente, Mónica. Detente.

—¡Nooo! —gritaba —. Eres mío. Solo mío y de nadie más.

Mónica golpeó de nuevo el brazo herido de Ian y la soltó aullando del dolor. Ella quedó a horcajadas sobre él. Mientras ella lo apuntaba con el arma.

—¡Basta Mónica! —Andrew hablaba tosiendo y botando sangre por su boca.

Con su último esfuerzo, Andrew levantó su brazo y como pudo sostuvo el peso de su arma y disparó en la sien de Mónica.

—Siempre te amé, Ian —Fueron las últimas palabras de Mónica y cayó desplomada de lado en un charco de sangre.

Ian se quitó el cuerpo sin vida de Mónica y se incorporó, corrió todo lo que su estado le permitió hasta Diana, quien estaba completamente inconsciente. Luego miró a su amigo de muchos años tirado en el suelo bañado en sangre también.

—Eres un bastardo con suerte —Andrew musitó con el aliento entrecortado.

—Cállate y aguanta —le reprendió.

—Lo principal es Diana.

Ian volvió a acercarse a ella y pudo notar que estaba demasiado pálida.

—¡Vamos mi amor! Resiste —la acomodó encima de su regazo—. Por nosotros Diana, por nuestro hijo —puso la mano en el vientre, mientras le besaba la frente con lágrimas en los ojos.

En ese momento llegó la policía con un equipo de paramédicos.

—Señor, debemos examinarla —le habló una de las paramédicos con voz suave.

—¡No! No me la quiten, por favor —decía entre lágrimas.

—Si usted no, nos permite revisarla creo que no podremos hacer nada. También debe usted atenderse.

De mala gana Ian accedió.

—Por favor. Haga todo lo posible para salvarla —miró al paramédico resignado mientras se acostaba en la camilla para ser atendido—. A ella y a mi hijo.

—Haremos todo lo posible, pero no podemos darle un pronóstico alentador. Hasta que un médico la revise, por su condición. Tiene dos heridas de balas. Lo único que puedo prometer es tratar de que los tres lleguen con vida al hospital.

—Vamos, este no creo que llegue con vida al hospital —expresó en voz baja el otro paramédico a su compañero refiriéndose a Andrew.

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