Un cuerpo caliente pegado al suyo, despertó a Ian al día siguiente, junto a unas piernas torneadas enrolladas con las de él. El cabello espeso sobre su pecho y la mano entrelazada con la sábana envolviendo sus extremidades. Es su pecho los latidos de su corazón comenzaban a latir rápidamente.
Ya no era una fantasía. Diana Miller muy pronto sería suya y con el título de propiedad incluido. Ella se removió y él solo pudo apretar los dientes, pues inconscientemente rozaba su erección matutina.
Ian comenzó a acariciar su espalda. Los párpados de Diana se removieron lentamente hasta que sus ojos se abrieron. Cuando se encontró con su mirada, ambos sonrieron como un par de tontos.
—Buenos días —dijo él sin dejar de sonreír.
—Hola —respondió ella tímidamente.
—Aún es temprano —comentó con voz somnolienta.
Diana se removió un poco más. Estirando su curvilíneo cuerpo encima de él como si fuese una gata mimada satisfecha.
—Cariño si sigues así voy a enterrarme dentro de ti nuevamente.
—Nadie te está poniendo obstáculos —aseguró Diana provocando.
Él la giró y quedó encima de ella. No necesitaban preliminares. Ambos estaban más que listo para comenzar su día y qué mejor manera que haciendo el amor. Dos horas más tardes se terminaban de preparar para ir al trabajo. Iban en el automóvil por las autopistas de la ciudad que comenzaban a esa hora a congestionarse, algo típico de las grandes ciudades.
—Diana... —Ian no sabía cómo abordar el tema.
—Te escucho —dijo ella permitiendo que se tomara todo el tiempo.
Él hizo que estaba distraído mirando las calles de la ciudad por la ventana.
—Lo que dijiste anoche acerca...
Ella lo cortó tomando el rostro en sus manos para hacer que él inclinara la cabeza para besar sus labios y luego mirarlo.
—No tienes nada de qué preocuparte —dijo confiada—, la semana que viene estaremos casados.
Ian soltó el aire que no sabía que tenía retenido en los pulmones. Miró por el espejo retrovisor a su chófer.
—Mark te lo dije —miró por el espejo retrovisor sonriendo de oreja a oreja—, ella no puede resistirse a mis encantos.
Diana se sonrojó un poco —De verdad Ian; que tú no tienes arreglo —hizo el comentario riendo también—, sigues siendo el mismo arrogante de siempre.
—Pero así me quieres y te casaras conmigo —soltó otra carcajada.
La felicidad le había sonreído después de mucho tiempo y de tantos obstáculos. Llegaron a la empresa esta vez sin negar lo que eran, una pareja de enamorados. Al entrar por el pasillo para irse a sus respectivas oficinas se encontraron con Daren que los miró con el ceño fruncido.
—Buenos días tengan los dos —les hizo un gesto elegante con la cabeza —Quiero verlos en mi oficina ahora mismo —habló con voz de mando.
El pánico se reflejó en el rostro de Diana. Ian ni se inmutó. Al fin y al cabo él era socio mayoritario y se iban a casar. Así que comprendió su total calma. La oficina de Daren era una de las más grandes al igual que la de Ian y Andrew. En el ambiente se respiraba la autoridad del alto mando de la empresa.
Era clara con grandes ventanas que llegaban hasta el suelo y se podía disfrutar de la gran vista de la ciudad. Tenía un escritorio de madera totalmente clásico pero moderno y un pequeño juego de recibidor acorde con la decoración.
—Toma asiento Diana —dijo imperioso. Se preguntó si estaba molesto con ella, generalmente la llamaba hija.
Daren se sentó en su gran sillón que les recordaba a todos que era uno de los grandes jefes. Aunque Ian era el socio mayoritario. Nunca desplazó su posición en la empresa, lo apreciaba como a un padre.
—Puedes sentarte también, Ian.
—Lo que me preocupa de todo esto es la obsesión que tiene Andrew contigo Diana —dijo Daren con pesar—. Es mi hijo. Ha hecho muchas tonterías y se ha equivocado muchas veces por eso no puedo dejarlo solo y cuando se entere de que Ian y tu están juntos no le sentara bien.
—Entiendo perfectamente tu punto —habló Ian—, también ha sido mi amigo por años, pero ahora mi mayor prioridad es Diana y mi hijo. Si debo escoger ya sabes de qué lado estaré.
Daren asintió.
—Lo sé. Estoy de acuerdo contigo y eso es lo que más me preocupa.
—Todo saldrá bien —la voz de Diana era optimista—, Ian y yo nos casaremos pronto, Andrew no tendrá más opción que aceptarlo.
—Me gustaría pensar que será así de fácil como te lo estas imaginando. Los tres sabemos que mi hijo está más que encaprichado contigo
—Debes controlar a Andrew, Daren. Ahora él no forma parte de la vida de Diana.
—No puedo prometerte nada. Haré lo que pueda —dijo sinceramente el hombre mayor.
Los dos salieron de la oficina del gran jefe. Las cosas iban un poco mejor de lo que habían pensado. Ian sabía que debía actuar rápido. La preocupación se reflejaba en el rostro de Daren. Tal vez debía de poner distancia de por medio y pasar un tiempo en la oficina de Italia en donde estaba su verdadero negocio. Lo conversaría con Diana más adelante.
Se despidieron en el pasillo con miradas que decían más que sus bocas y cada uno entró a sus respectivas oficinas. Encendió su computador inmediatamente y luego se sentó. Se pasó la mano por el cabello. Se sentía inquieto. Lo que más anhelaba en ese momento era que de una vez por todas; la verdad de su relación con Diana saliera a la luz pública.
Ya no sentía pena por Andrew. Hubo un tiempo en que él hubiese dado su vida por la de él. Lo había considerado más que un amigo, más que un hermano. Pero dejó de confiar en él. La noche en que quiso remediar las cosas con Mónica y adelantó su vuelo para darle una sorpresa. ¡Vaya error! El sorprendido fue él. Porque encontró a su esposa con su mejor amigo, en su propia cama.
No hubo celos, ni rabia. Solo una gran decepción por parte de ambos y una gran sensación de vacío. Causado por la pérdida. La pérdida de las personas en quienes confiaba. Si no también del tiempo invertido en una relación que siempre estuvo destinada al fracaso. Estaba revisando su correo electrónico cuando la puerta se abrió de par en par.
—¡Eres un maldito canalla, Ian! —la voz nasal de Mónica lo puso en estado de alerta.
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