EL EROR PERFECTO romance Capítulo 24

El olor estéril se metía por sus fosas nasales. Tenía el cuerpo un poco entumecido. Los sonidos de un equipo de monitores podían escucharse cada cierto tiempo.

—¿Ella está bien?

Diana conocía esa voz. La voz que muchas veces cuando en sus días más oscuros quiso que la confortara. Quería decirles que estaba bien. Que solo se sentía cansada. Que el cuerpo solo le pedía descanso, pero no tenía fuerzas para nada.

—Eso espero —suspiró Ian—. Han pasado muchos días desde la operación y aún no despierta.

—Debieron llamarme antes. Me he enterado por las noticias.

—No es como si estuvieses preocupada por ella.

—¿Qué insinúas? ¿Qué no quiero a mi hija?

—Creo que no es el momento ni el lugar para ese tipo de conversaciones.

—El niño que espera está bien. ¿Verdad?

—Sí. Lo está. Solo necesitamos que ella despierte.

Ella quería moverse y decirles: "Estoy aquí". Pero no tenía fuerzas suficientes. Al menos había escuchado que su bebé estaba bien. Todo había ocurrido muy rápido. Se preguntó varias veces si Andrew había sobrevivido. La pesadez volvió a apoderarse de ella.

No supo cuánto tiempo quedó inconsciente. Lo que si supo fue que era Ian quien estaba a su lado. En ese momento no dudaba que el hombre la amaba. Aunque nunca se lo había dicho. Ella tampoco. El sentimiento estaba ahí. Había ido a buscarla. Sintió como sus manos entrelazaban la de ella.

—Nunca te he dicho que te amo —acariciaba su mejilla con su mano inmóvil. Diana pudo notar el crecimiento de su barba de varios días—. Te amo más que a mi propia vida. Daría todo lo que no tengo por estar en tu lugar y que tú y mi hijo no sufrieran por mi culpa.

No podía creerlo él pensaba que era culpable de la inestabilidad emocional de Mónica.

—Debí decírtelo hace muchos años atrás.

Sintió una humedad en su mano. ¿Estaba llorando? Se preguntó. ¿Llorando por ella?

—Nunca me perdonaré por no haberte dicho antes que te amaba. Que nunca olvidaré el día que te vi por primera vez en el salón de clases. Estabas tan hermosa. Tan natural. Tan tú. Sumergida en tus clases que no te diste cuenta, que te observaba desde un lado del salón. — Se río recordando —. Estaba muy seguro que eras la mejor de esa clase, por eso cuando el coordinador de carrera me puso el ultimátum de que necesitaba los créditos de esa materia para poder graduarme con mi grupo al siguiente verano —volvió a besar su mano—. No lo pensé dos veces y solicité a la mejor estudiante de la materia. Esa fue mi pobre excusa para poder estar cerca de ti.

El corazón de Diana se floreció en ese momento. Ian la amaba desde entonces al igual que ella.

—No me dejes mi amor. Te necesito —suspiró—. Nuestro hijo y yo te necesitamos.

Sintió el calor de la palma de su mano sobre su vientre. Se quedó muy quieta. Pudo sentir por un momento el latido del corazón de su hijo. Su empuje. Su fuerza. Quien le impulsaba día a día. Ese bebé el fruto del amor entre Ian y ella. Tenía que ponerse bien. Por ellos. Por su familia. Pero estaba tan cansada.

—No me arrepiento de nada Diana. Nuestro hijo no es ningún error y si lo fuera, es el error perfecto. Lucha cariño. Lucha por nosotros.

Volvió a sentir como el corazón de su hijo latía más fuerte. Obligó a su cuerpo a que siguiera sus órdenes. Respiró profundamente. "Lo lograré". Se decía para darse ánimos. Poco a poco sus párpados se fueron moviendo. Los monitores que la rodeaban comenzaron a pitar desenfrenadamente.

—Tú puedes Diana. Vuelve cariño. Vuelve a mí —Ian la animaba.

Con mucho esfuerzo ella movió sus dedos. Poco a poco fue abriendo los ojos. La luz la le molestaba. Vio el rostro de Ian que estaba demacrado, despeinado y tenía un cabestrillo en el brazo izquierdo. Barba de varios días y sombras gruesas debajo de sus ojos. Se notaba que estos últimos días para él habían sido un infierno.

—Hola —dijo él dulcemente.

—Ho-la —contestó Diana con voz ronca y pastosa.

Ian la comenzó besar frenéticamente por todo el rostro. Los monitores comenzaron a pitar un poco más alto. Comenzó a gritar que necesitaba un doctor.

—No te esfuerces —le decía.

Ella asintió. Minutos después había sido evaluada. El doctor miraba a Ian con cara de pocos amigos.

—Me alegro que estés muy bien, Diana —carraspeó un poco—. Tu marido ha estado un poco intranquilo, piensa que estamos en un hospital militar y esto es un régimen.

Sonrió a Ian mientras este le sostenía un vaso de agua y ella tomaba con un sorbete.

—¿Ya está fuera de peligro? —preguntó Ian.

—Ella y el bebé están ahora en buenas condiciones. — lo miró serio—. Pero me gustaría que se quedara aquí al menos dos días más en observación —se giró hasta ella—. Para que su recuperación sea supervisada profesionalmente. La bala pasó a solo seis centímetros de tu corazón. Tuviste mucha suerte.

Diana suspiró. Tocándose el vientre. Lo sentía un poco más grande. Hablaba muy poco pues tenía la garganta un poco reseca. Tocó su vientre.

—Haré todo lo que sea necesario —hablaba con mucho esfuerzo.

—Deberías descansar —el doctor estrechó los ojos a Ian—. No debe agitarse. ¿Lo entiendes?

Diana soltó una risita.

—Haré lo que pueda —dijo este.

El doctor se despidió de ellos. Ian rápidamente se movió a la cama con ella.

—Vaya susto nos has dado.

—Te disparó también.

—Fue una herida limpia.

—¿Qué hay de ellos? —temía la respuesta.

No quería pensar que ambos estaban libres y que volverían por ella. Los golpes que tenía en el rostro al parecer, habían desaparecido casi del todo. La mirada perdida de Ian.

—Ya no están más. No tienes que preocuparte por ellos. Nunca más.

—¿A qué te refieres con qué nunca más? —preguntó Diana.

—Están muertos.

De la boca de Diana se escapó un gemido que la hizo llevar su mano a la boca y que uno de los monitores se disparara.

—Tranquila nena. Andrew mató a Mónica por defendernos.

—Al menos con eso redimió sus pecados.

No pudo negar que su cuerpo se relajó en los brazos de Ian. Sabía que ahí debía estar.

—Debes descansar, cariño.

—Tú también, amor. Te ves agotado —sonrió—. Para no decirte que te ves como la mierda.

—De aquí no me moveré. Así que no sueñes con eso.

La acomodó todo lo que el cabestrillo le permitió. Diana se quedó dormida en sus brazos. Como había dicho el médico dos días después estaba en el ático de Ian. El camino había sido un poco triste. Hasta una lágrima había rodado por su rostro. Mark era inocente de todo aquello. No se merecía morir.

Ahora Ian era más estricto con el tema de la seguridad y ella sabía que por más que insistiera en que todo estaba bien. No cambiaría de idea. Ahora tenía un escolta y un chófer y no había nada que pudiera hacer. Luego de pensarlo un momento dijo que después de lo que había sucedido Ian tenía razón.

Estaba acostada en la gran cama que compartía con él. Todo estaba igual como lo había dejado ese día. La Señora Vera llegó con comida para ella. Podía notar su tristeza por la muerte de Mark.

—Tienes que comer niña. Por tu bebé, para que crezca.

—Trato de hacerlo, pero me cuesta, aún —contestó un poco desanimada.

En ese momento Ian llegaba de la oficina y se acercó a ella para saludarla y darle un beso casto en los labios.

—¿Cómo está todo?

—Igual que siempre, mucho trabajo. Daren está deshecho con lo sucedido.

—Me imagino. No debe ser fácil perder a un hijo.

—No. Aún no puedo creer que mis dos grandes amigos estén muertos.

—Es una lástima —dijo Diana comiendo su cena.

—Lo bueno de esto es que nadie ahora nos está acechando y podemos tomarnos todo con calma.

Diana colocó con esfuerzo la bandeja de comida.

—De eso mismo quería hablarte.

Ian la miró con el ceño fruncido y le pidió a la señora Vera que le ayudara por el brazo herido

—Tengo la impresión de que no va a gustarme lo que me tienes que decir —Ian ya estaba sin su camisa. Diana lo miraba con descaro.

—Al menos sé que te gusta lo que ves.

Ella sacudió la cabeza tratando de ordenar sus ideas.

—Creo que no deberíamos casarnos.

—¿Qué has dicho? —preguntó Ian consternado.

—No quiero casarme. Al menos no por ahora.

Ian se colocó la mano libre en la cintura y caminaba de un lado a otro.

—¿Qué te hizo cambiar de idea? —preguntó muy serio— ¿No me quieres?

Diana se derritió.

—¡Oh Ian! —exclamó—. No he cambiado de idea en cuanto a casarme contigo y te amo.

Él se relajó un poco.

—¿Entonces, cuál es el problema?

—Amor. Quiero una boda de verdad. Creo que de esta manera apresurada no disfrutaré organizando.

Ian suspiró.

—¿Realmente es eso? —preguntó dudoso.

Ella asintió.

—Te aseguro que sí. Sin embargo, si quieres podemos después que me recupere hacer una fiesta de compromiso.

Él caminó y se sentó al lado de la cama junto a ella.

—Lo único que quiero es que seas mía. Que todo el mundo sepa que me perteneces.

Las palabras hicieron que su corazón latiera más rápido y más su cuerpo entró en necesidad, cuando él se acercó para besarla. Extrañaba sentir su pasión. Pero el doctor les había prohibido tener sexo hasta que no estuviese de alta completamente.

Él terminó el beso y pego su frente a la de ella. Ambos miraron hacia abajo y pudieron observar como la erección de Ian se notaba en el pantalón. Se echaron a reír.

—Tu recuperación será un tormento para mí. Pero no me va a distraer de mis planes, de que seas mi esposa.

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