EL EROR PERFECTO romance Capítulo 22

Sentada en el recibidor de su oficina verificando unos planos, días después, todavía Diana se preguntaba de dónde había sacado el valor para enfrentarse a todos y decir de una vez la verdad. Con el escándalo que había hecho Mónica todo el mundo lo sabía. Cuando salió esa mañana de la oficina todo el personal de la empresa la miraba y hablaba de ella cuando daba la espalda. Sin embargo; Karla se encargaba de defenderla delante de todos.

Ojalá y tuviese el temple de Ian, quien le seguía diciendo que no hiciera caso. Que no importaba lo que pensaran los demás. Ellos eran los únicos que necesitaban saber qué había pasado realmente, y al igual que él, también estaba un poco cansada de ocultar a todos sus sentimientos hacía él. De ninguno de los sabía absolutamente nada. Mónica al parecer se había ido ya del país y Andrew no había vuelto por la oficina desde ese día.

A pesar de todo se sentía feliz. En tres días se casaría con el padre de su hijo. El hombre al que verdaderamente ella amaba. El sonido de su teléfono celular hizo eco en su oficina.

—Siempre pensé que eras una tonta. Pero veo que eres muy astuta.

—Hola, mamá.

—¿Cuándo pensabas decirme que terminaste con Andrew Thomas, porque ibas tras un pez más gordo como Ian Cooper?

—Nunca he ido detrás de Ian, mamá.

—¡Oh no me mientas, Diana! Recuerdo perfectamente cuando ambos estaban en la universidad, que siempre andaban juntos.

—En ese momento éramos solo compañeros de estudios.

—Me alegra mucho tu cambio de planes. Es un hombre joven, exitoso, apuesto y sobre todo muy rico.

—Eso es lo único que te importa, ¿verdad? No puedo creerlo.

—Por supuesto, querida. Él está mejor posicionado que Andrew.

—Mamá, estoy demasiado ocupada. Tengo muchas cosas que hacer y me caso en tres días. ¿Me puedes decir de una vez para que me llamas?

—Por eso mismo te llamo. Eres una mala agradecida. Te casas y lo único que hiciste fue enviar anoche la invitación y con el chófer de tu prometido.

—Cómo te he dicho he estado muy ocupada estos días.

—¿Te lo preguntaré sólo una vez?

—Dispara.

—¿Es Ian Cooper el verdadero padre de tu hijo?

—¡Mamaaá! ¿Qué clase de pregunta es esa? Por supuesto, que Ian es el padre de mi hijo. ¿Por quién me has tomado?

—Está bien. Está bien, no te alteres. Solo lo confirmaba —contestó de manera risueña su padre.

—De verdad mamá que eres única. No puedes preguntar si estoy bien. No puedes preguntar si va todo bien por el embarazo. Sólo te importa la posición social —Diana estaba completamente furiosa.

—Claro que me importa. ¿Sabes las puertas que se me abrieran por ser la suegra de Ian Cooper? —musitó con ilusión, como si se estuviera saboreando el momento.

—No voy a permitir que uses a Ian para tus estupideces. Esta conversación terminó.

Diana le cerró la llamada a su madre. Se pasó la mano por la cara. De verdad que Ian tenía razón. Ella no debía prestar atención a sus frivolidades. Era una descarada. Pensaba utilizarla para seguir obteniendo posición.

Era mejor no pensar en Anne Miller. Tenía muchas cosas por hacer aún. La discusión telefónica la había dejado un poco molesta y agotada. Le estaba comenzando a doler la cabeza.

Decidió ir a la oficina de Ian. De verdad no se sentía del todo muy bien. Tocó la puerta y entró. Ian dejó de hacer lo que estaba haciendo para dedicarle una sonrisa.

—Me voy a casa —comentó.

Él se levantó inmediatamente de su silla, y caminó hacia ella.

—¿Te encuentras bien?

—Sí —contestó resignada—, acabo de tener una discusión con mi madre.

—¡Vaya! —exclamó—. ¿Qué te dijo esta vez para que te pusieras en ese estado?

Ella se acercó y lo beso dulcemente en los labios.

—Ya conoces a Anne Miller. Feliz haciendo la danza de la abundancia, por estar emparentada con el joven, exitoso y rico empresario Ian Cooper —puso los ojos en blanco.

Él se echó a reír. Ambos conocían a su madre.

—Eso significa que no tengo que preocuparme por su aceptación. Eso es bueno.

—Iaaan —chilló—. De verdad. Mi madre no tiene límites.

—Vamos cariño. La conocemos. Sabemos cómo es. Solo tenemos que soportar su presencia unos pocos días al año.

—Tú siempre tan comprensivo —dijo ella riendo.

—Sabes que sí.

—De verdad necesito irme. No me siento muy bien —puso su mano sobre la sien.

—¿Quieres que vayamos al médico? —preguntó Ian un poco alarmado.

—No amor —apoyó la cabeza sobre su pecho—. Me duele un poquito la cabeza y estoy mortalmente agotada.

—Bueno es una muy buena opción ir a casa —caminó hasta el escritorio. Tomó su celular. —Diré a Mark que te lleve a casa —le informó mientras marcaba su número. Habló brevemente con él para darle indicaciones.

A los pocos minutos se despidieron con un beso. Diana salió de las instalaciones de la empresa con mejor ánimo. Mark ya la estaba esperando, le abrió la puerta del automóvil y ella se montó.

—Mark —dijo ella. —Antes de ir a casa me gustaría pasar por la empresa de catering.

—Ian comentó que te sentías un poco indispuesta —la miró por el espejo retrovisor.

—Él es un exagerado —dijo ella entornando los ojos—. Solo me duele un poco la cabeza.

—Entonces hagamos caso a mi jefe y vayamos a casa —hizo gesto en su reloj para ver la hora mientras estaban en un semáforo—. Si te sientes mejor en un rato podemos ir.

En ese momento fueron flanqueados por una furgoneta y una camioneta de color negro. Dos hombres con pasamontañas se bajaron de los respectivos vehículos. Dispararon a Mark, y se llevaron a Diana, quien luchaba con todas sus fuerzas, pero los hombres la levantaron como si no pesara nada.

—¿Qué sucede? —preguntó— ¿Por qué me están llevando? —comenzó a gritar.

Ninguno de los hombres hablaba. La metieron en la furgoneta.

—¿Qué?, les comieron la lengua los ratones. Par de imbéciles —les seguía gritando.

Eran en total cuatro hombres encapuchados y armados. Uno al volante, el copiloto, y otros dos en la parte trasera. El miedo le recorría la médula espinal. Estaba en la furgoneta con las manos atadas. Se colocó automáticamente en posición fetal para proteger a su hijo.

—¿Por qué hacen esto? ¿A caso no ven que estoy embarazada? —volvió a preguntar llorando.

El copiloto fue hasta donde ella estaba.

—Cállate de una maldita vez —espetó uno de los hombres. Tratando de colocar algo en su cabeza. Ella comenzó a forcejear y comenzó a gritar de nuevo.

—¡AYUDA! —gritaba a todo pulmón— ¡POR FAVOR... AYUDA!

El copiloto se acercó de nuevo y le dio una bofetada tan fuerte que la desmayó. El conductor sintió el golpe y miró hacia atrás sobre su hombro.

—No tenías porqué golpearla de esa forma. Está embarazada. Tampoco tenías por qué disparar al chófer, idiota.

Él copiloto abrió mucho los ojos.

—¿Qué querías que hiciera? —preguntó encogiéndose de hombros—. Te diste cuenta cómo gritaba. Estaba histérica.

—Si hubiese sabido de que estaba embarazada no hago este trabajo. —Se quejó el conductor—. Esto puede traernos muchos problemas.

—No seas quejica. Nos pagaran muy buen dinero por esta chica.

—Al contrario, creo que no será suficiente el pago para los problemas que trae. Espero estar lejos cuando eso suceda.

—¡Eres un miedoso!

—Sí. Lo soy. Llevemos a esta mujer a donde nos indicaron —dijo serio —. Tomaré mi dinero y me largaré. En lo que a mí respecta. Este trabajo está terminado en cuanto la entreguemos.

No supo cuánto tiempo estuvo inconsciente. El olor a óxido la despertó. No podía ver nada tenía los ojos vendados. Sin embargo, no hizo ruido alguno. Se quedó muy quieta para que nadie sospechara que estaba despierta.

—¿Cómo has podido hacer esto? Todo esto está mal —esa voz. La conocía muy bien.

—Tuve que resolverlo a mi manera. Fuiste tan estúpido que no pudiste mantenerlos separados.

¡Oh Dios mío! Esas eran las voces de Mónica y Andrew.

—¡No participaré en esto! —exclamó Andrew

—¡Eres un grandísimo cobarde! Siempre lo has sido.

—¡Maldita sea! Está embarazada.

—¿Si quieres te recuerdo quién es el padre? —Mónica estaba siendo sarcástica.

—¿Qué harás cuando Ian se entere? Desatará un infierno y tú lo sabes.

—Me importa una mierda lo que él trate de hacer. Es la segunda vez que trata de dejarme, por esa perra.

Diana escuchaba muy atenta toda la conversación.

—No puedes hacerle daño. ¿Te has vuelto loca?

—Deja de chillar como marica, y vuélvete hombre de una vez —dijo Mónica con desdén—. Nada va a pasar.

—Escúchame bien maldita loca. Si le haces daño a Diana. Te juro que te mataré con mis propias manos.

—¿Me estás diciendo con eso que aún quieres a esta perra?

—¡No me jodas! —amenazó—. No le hagas daño. Te lo advierto. Ni a ella. Ni al niño —Se escuchó un fuerte golpe— ¿Estamos claros?

—Lo que tú quieras. Cabronazo.

Escuchó la puerta cerrarse. ¿Qué se supone que haría ahora? Se preguntó. Estaba en manos de desquiciados. Todo lo que sabía era que Andrew no estaba de acuerdo en eso. Al parecer él no sabía nada de los planes de Mónica. La venda que tenía en sus ojos absorbía las lágrimas. En ese momento recordó que le habían disparado a Mark. Comenzó a rezar para que nada les pasara a su hijo y a ella. Las ganas de ir al baño estaban acabando también con ella.

—¡Ayuda! —comenzó a gritar de nuevo—. Que alguien me escuche. Por favor.

La puerta se abrió.

—¿Por qué estas chillando ahora?

—Necesito ir al baño.

—Entiendo. Pero deja de gritar.

El hombre la levantó con poca delicadeza, pero sin hacerle daño.

—Escucha. Voy a soltarte las manos. No vayas a hacer ninguna estupidez —le dejó las manos libres—. ¿De acuerdo?

Diana asintió con la cabeza nerviosamente.

—No te he escuché.

—Sí. Lo haré.

El guardia la dirigió hasta el baño. Diana al sentir cerrarse la puerta inmediatamente se quitó la venda de los ojos. Luego se froto las manos las sentía un poco adormecidas aún por la posición en la cual había estado quien sabía por cuantas horas.

Se quedó observando detenidamente el lugar. Olía a sal y podía escuchar a lo lejos el sonido del oleaje. Eso solo significaba una cosa. Estaba cerca de la playa. Su cabeza comenzó rápidamente a pensar en qué lugar podía ser.

De pronto alzó su mirada y pudo ver una ventana como a noventa centímetros encima del inodoro. Sin pensarlo dos veces y de manera demasiado arriesgada se subió encima y pudo observar donde la tenían secuestrada.

Ella conocía el lugar. Al menos no la habían llevado muy afuera de la ciudad. Era uno de los galpones de la empresa en el puerto. Casualmente el que era utilizado cuando venían los materiales de construcción de Italia. El sonido de la puerta la asustó.

—¡Apúrate! —Otro golpe en la puerta—. ¡No tengo todo el día!

—Un momento por favor.

Dijo bajando rápidamente del inodoro y luego lo utilizó.

—Te he dicho que te apures —volvió a gritar el hombre.

—Estoy casi lista. Voy saliendo.

Dio un grito ahogado cuando la puerta se abrió de golpe y ella se estaba lavando la cara y las manos.

—Te has tardado demasiado —dijo el guardia dando una breve mirada por todo el lugar.

—¡Oh lo siento! —dijo cerrando la llave del lavamanos—. A nosotras, a las mujeres embarazadas nos da muchas ganar de orinar.

—De acuerdo. Ahora muévete.

—Vamos entonces.

—Ha llegado tu comida —dijo para que se apresurara.

Al momento en que entró a la estancia el olor de la comida caliente hizo que le gruñera el estómago. Aceleró el paso y se sentó en el suelo para recibir la bandeja con los alimentos. Su guardián le hizo señas, para que comenzara.

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