Las palabras de su jefa, fueron como un golpe en el estómago, Salomé sintió que todo a su alrededor se desvanecía. No podía creer lo que estaba escuchando, después de todo lo que había pasado, perder su trabajo era la última cosa que esperaba.
La mujer tuvo la impresión de que el mundo le caía encima dejándola enterrada en vida, mientras ella luchaba por levantarse, la noticia de su despido era como una puñalada en el corazón. ¿Cómo iba a hacer ahora para subsistir sin trabajo y sin recursos? ¿Cómo iba a mantener a su hija? Además, debía irse de casa de su amiga, no podía seguir invadiendo su espacio y menos ahora que su esposo había llegado y no la quería allí.
Las lágrimas volvieron a brotar de sus ojos, pero esta vez no eran lágrimas de tristeza, sino de rabia y frustración.
—¡¿Por qué?! No puede despedirme así sin más, necesito este trabajo, ¡Tengo una hija que alimentar! —exclamó Salomé con voz temblorosa, intentando hacerle ver a su jefa la gravedad de la situación.
La jefa se mantuvo impasible, sin mostrar ninguna empatía o comprensión.
—Ya te he dicho que estoy harta de tus excusas, no podemos permitir que la empresa pierda dinero por empleados irresponsables como tú y no voy a arriesgar mi trabajo ante mi jefe, que es bastante exigente por ti —respondió su jefa, con una mirada fría y dura.
Salomé quiso gritarle, decirle que no era irresponsable, que estaba haciendo lo mejor que podía en una situación difícil, por eso intentó una vez más persuadirla.
—Reconsidere la situación, por favor, soy madre soltera, no tendré cómo cubrir las necesidades de mi hija, si me echa, póngase la mano en el corazón —suplicó.
—No me importa tu situación personal. Ya has demostrado ser una empleada poco confiable. No puedo permitir que tus problemas personales nos afecten —respondió fríamente la jefa, sin ningún indicio de piedad.
Salomé se sintió humillada, lastimada. Había llegado al límite de su paciencia y tolerancia. No podía seguir soportando más malas noticias y rechazo. Algo dentro de ella se rompió en ese momento, pero también se encendió una determinación feroz.
—¡Pues que así sea! Espero que nunca una situación personal interfiera en su vida. Y no se preocupe, lo mejor es no trabajar con alguien tan insensible como usted, me merezco algo mejor y lo encontraré, aunque tenga que luchar por ello —dijo Salomé con voz firme y decidida.
Con lágrimas en los ojos, Salomé se dio la vuelta y salió de la empresa sin mirar atrás. Sabía que el camino que le esperaba sería difícil, pero no podía permitirse rendirse. Tenía que seguir adelante por ella y por su hija.
Esperó cerca de donde estaba, a que su hija saliera del colegio, porque no tenía dinero, para ir al apartamento y regresar, así que decidió hacer tiempo, caminó a un centro comercial cercano, entró a los baños y se aseó lo más que pudo, no había nada más que pudiera hacer.
Al salir se sintió más decente, comenzó a recorrer cada tienda del gran centro comercial, buscando un lugar donde aplicar, pero todos la rechazaron, se le hizo la hora y recogió a su hija, cuando la vio la abrazó con fuerza, olió su cuellito y sintió que sus fuerzas renacían como las de las águilas.
—Mi pequeño tesoro, te extrañé —le dijo con dulzura, tratando de contener las lágrimas que amenazaban con escapar de sus ojos, porque no quería llorar frente a ella.
La pequeña la apartó para verla de frente, puso una mano a cada lado de la mejilla y le dio un beso baboso.
—Mami, te amo —susurró con su voz de niña pequeña y Salomé sintió que su corazón saltaba en su pecho de la alegría.
Salomé sabía que tenía que ser fuerte por su hija, así que se limpió un par de furtivas lágrimas y le sonrió con ternura.
—Yo también te amo, mi vida. Vamos a casa, ¿sí? —dijo Salomé acunando a su hija, se despidió de la maestra y comenzó a salir de la escuela.
Una vez en la calle, Salomé respiró profundamente, debía irse a pie y era bastante lejos, trató de mantener la calma. No podía permitirse desmoronarse frente a su hija, tenía que encontrar una solución rápida para su situación.
Pasaron por la parada y la niña vio el transporte que siempre las llevaba a casa y comenzó a gritar.
—¡Mamá bus!
Exclamó preocupada porque veía que el autobús se había parado y ellas no caminaban hacia allá.
—No te preocupes mi amor, iremos a pie, para recibir aire fresco.
—¿Fesco? —interrogó la niña.
—Si mi amor, el aire fresco nos dará muchas energías —no pudo evitar que su voz se quebrara al ver la niña aplaudir emocionada.
Para la pequeña Fabiana esa nueva vida había sido dura, tener que acostumbrarse a todo, desde bajar la calidad de su comida, su ropa que muchas veces no se adaptaba al clima, no había sido fácil. Empezando por el apego a su padre, y continuando a sus preferencias por frutas que adquirirlas, era muy costosas, pero desde que las habían echado, no se había permitido dárselos.
—Mami fesa —dijo señalando un puesto de frutas.
—Después te las compro ¿Sí? —la niña asintió.
Comenzaron a caminar al apartamento de su amiga, que estaba bastante lejos de la zona donde estaba, sin dejar de mirar a los lados en busca de algo que pudiera ayudarlas a sobrevivir.
La tarde se estaba haciendo fría, empezaba a calar en los huesos. Después de varios kilómetros recorridos, llegaron casi anocheciendo.
No tenía llaves para abrir la puerta del apartamento de su amiga, porque se las habían llevado en el bolso, pero sí pudo escuchar el escándalo de la discusión que tenía la pareja, la cual llegaba hasta el pasillo.
—No se puede seguir quedando en esta casa, ¡Debe irse! Tienes que echarla Julia —se escuchó el grito del hombre.
—¡No la voy a echar! —exclamó la mujer de manera enfática.
—Si no la echas tú lo hago yo… Joaquín es mi amigo, se enteró de que ella está aquí y me pidió que la corriera —dijo el hombre con firmeza.
—¿Y qué eres tú? ¿La marioneta de Joaquín que vas a hacer todo lo que te diga? —espetó furiosa Julia.
—No soy su marioneta, pero es mi mejor amigo.
—¡Y Salomé es mi mejor amiga! —refutó Julia.
El médico asintió ante la petición de Conrado, buscó el historial en el banco de sangre, y anotó el número de teléfono y la dirección de Salomé en un papel. Conrado se levantó de su silla con determinación y salió de la oficina del médico. Sabía que debía encontrar a Salomé y convencerla de donar sangre nuevamente para salvar la vida de su hija.
Marcó su número, pero salía apagado.
—No puede ser —se dijo, intentando una y otra vez, mientras su paciencia se iba agotando.
Desesperado, Conrado decidió ir en persona a buscarla, se fue acompañado de dos de sus hombres. No tenía la dirección exacta, pero tenía una idea general de la zona en la que vivía. Decidió conducir el mismo, por las calles de la urbanización donde vivía la mujer, revisando cada edificio del sector.
Aunque pudo haber enviado solo a sus hombres, quiso ir personalmente a buscarla, no supo cuántas horas estuvo merodeando por el lugar, estaba de suerte que los vecinos no los habían reportado a la policía de tantas veces que había recorrido las diferentes calles en busca de algún rastro de Salomé.
Comenzó a llover y decidió darse por vencido, justo en ese momento vio a una mujer con una niña sosteniéndola con un brazo y en la otra una maleta, luchando para mover la valija, mientras las gruesas gotas de lluvias comenzaban a empaparlas.
Enseguida estacionó el auto a un lado de ellas, pero al parecer la mujer se asustó con su presencia y dejó tirada la maleta, mientras empezaba a correr, reconoció la figura de Salomé y comenzó a llamarla.
—¡Salomé! ¡No corras! No voy a hacerte daño.
Pese a sus palabras, la mujer no se detenía.
—¡Diablo! ¡Qué mujer tan escurridiza! Melquíades, Loras, tráiganla, pero no la vayan a lastimar —les pidió mientras se acercaba donde estaba la maleta y la subía al auto.
*****
Ninibeth tocó la puerta del consultorio del doctor.
—Pase adelante. Señora Ninibeth.
—Es señorita, no me he casado, ni tengo marido. Venía por aquí a traerles una muestra de mi cuñado y quería que tomaran la de Grecia.
El médico frunció el ceño.
—No entiendo —dijo el médico desconcertado, porque apenas hace un momento, había estado allí Conrado y no le había comentado nada.
—Es muy claro doctor, mi cuñado quiere que le practiquen la prueba de ADN para saber si en verdad Grecia es su hija —expresó la mujer con determinación, como vio la duda en el galeno, agregó—, si no me cree, entonces lo puedo llamar para que le confirme, aunque sabe cómo le enfurece que sus órdenes sean cuestionadas.
—No, no es necesario, vamos a practicársela.
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