EL ERROR QUE CAMBIÓ NUESTRAS VIDAS romance Capítulo 18

El personal del hospital llegó enseguida, pronto la habitación se llenó de médicos y enfermeras que se apresuraron a auxiliar a Salomé.

Conrado estaba allí, junto a ella, sin soltarla ni un momento. No podía contener la angustia que se anidaba en su pecho, su corazón latía apresurado, no podía evitar estar angustiado por lo que estaba sucediendo, no podía soportar otra mala noticia, y menos ahora cuando él y Salomé habían empezado una relación.

Examinaron a Salomé y minutos después el médico le informó de su estado.

—El problema es que ella a sabiendas de lo peligroso que era donar sangre cuando aún no tenía dos meses de su anterior donación, lo hizo aunque llegué a tiempo para que no donara los 450 cc, igual donó una parte, tiene la presión baja, vamos a practicarle ahora algunos exámenes y probablemente el estrés que ha tenido, la ha descompensado.

Conrado le dio las gracias al médico y se quedó viendo a Salomé con una expresión de molestia en la cara, pero antes que el hombre le reclamara ella lo hizo desistir de su enojo.

—No te enojes conmigo… es que no puedo dejar que a Grecia le pase nada, es tu hija y sé cuánto te preocupas por ella… quiero ver a esa hermosa pequeña bien, corriendo por aquellos jardines.

Conrado se quedó viendo atentamente a Salomé y a la pequeña, y otra vez esa sensación lo invadió, se dio cuenta de que tenían bastante parecido, la forma de su boca, su mentón.

“Esto no puede ser una coincidencia, serían demasiado”, se dijo mirándolas con atención.

—Señor Abad, ¿Acaso se le perdió una igual a mí? —preguntó ella al ver que él tenía su mirada fija en ella.

—De pronto, sí —respondió y sin poder controlarse se acercó y le dio un beso rápido en los labios.

Salomé se puso nerviosa.

—No hagas eso, allí están las niñas —lo reprendió.

—Vamos a resolverlo. Grecia hija, ella es Salomé, es mi novia, y va a ser tu nueva mamá.

—¿Mi mamá? —preguntó la nena con los ojos expresivos.

—Si mi amor, tu mamá —respondió alzando a su hija, quien comenzó a aplaudir feliz.

—¿Y mi papá? —preguntó Fabiana con los ojos entrecerrados y extendiendo los brazos hacia él para que la levantara con una expresión ceñuda como la que ponía Conrado.

Y Salomé soltó la carcajada.

—¡Dios! Ella ahora parece un clon tuyo, ¿Viste cómo hace tus mismos gestos? Es tremenda, es que si no fuera mi hija creería que es tuya —dijo Salomé refiriéndose a Fabiana sin poder evitar reírse.

Cuando Grecia estuvo cerca de Salomé, le extendió las manos para que la alzara, y al final las niñas se quedaron dormidas en el brazo del otro.

—¡Es un encanto tu bebé! Es suavecita, dulce, es un contraste con Fabiana, que es gruñona y me hace rabietas constantes.

—Grecia nunca las ha hecho, ella parece una mediadora, no le gustan los conflictos.

—Ella debe extrañar a su madre ¿Verdad? —interrogó Salomé conmovida.

—Mi esposa por su enfermedad casi no pudo lidiar con ella, lo hacía Cleo, de cierta manera ha sido como una madre para Grecia… y yo pasaba tiempo con ella cuando llegaba del trabajo, pero fue después de la muerte de mi esposa, cuando le dediqué más tiempo, tenía que compensar de cierta manera la ausencia de su mamá.

—¿Hoy quien se quedará con ella? —preguntó con curiosidad.

—Hay una enfermera que se quedará durante el resto del día hasta que yo llegue.

—Si quieres puedo quedarme con ella, mientras tú descansas y… —Conrado la interrumpió.

—No, ya escuchaste al médico, debes relajarte, sabes que no estás del todo bien —se negó.

—Yo estoy bien, eso fue un simple desmayo por no comer.

—Entonces debes alimentarte bien. Acuesta a Grecia y pasamos a hacerte los exámenes, luego nos vamos a la casa, yo llevo a Fabiana, para que no alces peso… ella está tan grande, parece una bebé de más de tres años.

—Sí, en tu casa está comiendo mucho, ha engordado —sonrió Salomé mientras lo veía cargar a Fabiana.

Los tres salieron de la habitación de Grecia, pero antes llegó la enfermera que se quedaría con ella. Conrado vio la tristeza en el rostro Salomé.

—¿Qué ocurre? —interrogó.

—Es que ella es tan pequeña, no quisiera dejarla sola —expresó sintiendo una gran angustia en su pecho.

Mientras Conrado la besaba, Salomé se aferró con fuerza a él, acariciando su cabello y sintiendo cómo su cuerpo se derretía ante el contacto con el suyo. Era como si nunca hubiera besado a alguien así antes, y la experiencia la dejaba sin aliento.

Finalmente, se separaron, y Conrado la miró con intensidad.

—No tengas miedo, Salomé, no tengo intenciones de hacerte daño Salomé… quiero ser el hombre que te haga feliz —le susurró al oído mientras ella sentía una especie de corriente recorrerla.

Ella asintió con la cabeza, incapaz de articular palabra por la emoción que la abrumaba.

Conrado la tomó de la mano y la guio hacia la playa, Conrado descalzó sus zapatos y acercó sus pies al agua, invitando a Salomé a hacer lo mismo. Ella se despojó de sus sandalias y siguió su ejemplo, sintiendo la fría caricia del agua en sus dedos de los pies.

Conrado la atrajo hacía él, envolviéndola con sus fuertes brazos. Salomé no pudo evitar sentirse vulnerable en ese momento.

La besó con tanta intensidad que ella no pudo resistirse a sus caricias, cada roce de las manos de Conrado en su piel, provocó un caleidoscopio de sensaciones, dejó de pensar, se dejó arrastrar por el deseo, ni siquiera supo en qué momento, se despojaron de las ropas.

Solo sentía piel con piel, que ardía incesantemente como el radiante sol que en el firmamento era testigo de esa majestuosa entrega. Las olas del mar parecían estar sincronizada con el ritmo de su pasión, arremolinándose a su alrededor, mientras ellos exploraban sus cuerpos ansiosos, deseosos, sumergido en una vorágine de intensa pasión que vibraba en su interior.

No solo el cuerpo de Conrado se unió al suyo, como si estuvieran hechos el uno para el otro, sino que parecía que la naturaleza se había alineado con ellos, se olvidaron de todos, excepto del placer que los desbordaba.

Cada gemido, cada suspiro, cada caricia, eran el testigo del intenso placer que los dos se estaban dando. Salomé se sentía amada, y él se sentía libre de todas las preocupaciones y tristezas de los últimos tiempos.

Ella era la calidez en un día de invierno, la brisa fresca en un intenso verano, Salomé representaba un nuevo comienzo para él.

Después de tanta explosión de placer, quedaron uno en brazos del otro, él besó la coronilla de su cabeza, como si temiera que desaparecería en cualquier momento.

—Eres hermosa, y me encanta estar contigo, fue maravilloso —pronunció y ella escondió su rostro en el cuello sintiéndose avergonzada—, y no tienes nada de que avergonzarte, le dijo tomando con suavidad su rostro.

Allí se quedaron abrazados, hasta que vieron el sol comenzar a ponerse, tiñendo el cielo de tonos rojizos y dorados, el idílico momento fue interrumpido por los repiques del celular de Conrado que estaba encima de la ropa en la arena, se levantó de un salto y lo atendió, ni siquiera le dio tiempo de ver de quien era la llamada.

—Aló, ¿Quién habla?

“Señor Abad, soy yo Tomás, el detective que contrató. Ya le tengo información sobre la investigación sobre su hija ¿Podemos vernos?”

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