Dino suspiró aliviado por la respuesta de Julia y le dedicó una sonrisa mezcla de ternura y picardía
—Entonces, ¿quieres que sigamos con esto? —preguntó él con una mirada retadora, tomándola de la mano.
Julia no necesitó responder, sino que acercó sus labios de nuevo a los de Dino, esta vez sin ninguna inhibición.
Los dos se besaron, dejándose llevar por el deseo, se entregaron al exquisito placer del momento, llenado todos sus sentidos de sensaciones que ninguno de los dos había sentido, y sin importarles nada más que el sentir el uno al otro.
Pasaron varios minutos besándose, hasta que finalmente se separaron, tomados de las manos, por un momento los dos se mantuvieron en silencio, aunque él sin dejar de verla.
—No sé cómo explicarlo, Dino… pero siento que este hombre arrebatado y el hombre asistente de Conrado no son el mismo ¿Por qué siempre has mostrado una actitud tímida desde que te conozco y cuándo enfrentaste a Amador lo hiciste de manera diferente? —ella no esperó respuesta y siguió hablando—. Es como si tuvieras doble personalidad ¿Acaso estás fingiendo frente a Conrado lo que eres? Porque si es así y te llega a descubrir eres hombre muerto.
Dino sonrió.
—Te aseguro que Conrado no es fácil de engañar, por más que uno intente camuflarse, estoy seguro de que lo sabe.
—¿Entonces si ocultas algo? —insistió ella,
Él le tomó la mano y le dio un beso con suavidad.
—No seas curiosa, mejor vamos a buscar a tu bebé —le dijo sacándola de su interrogatorio.
Julia se dio cuenta de que él no quería seguir hablando del tema y accedió a buscar a su hija.
—Vamos entonces a buscar a mi pequeña Adri, estoy ansiosa por verla más que la curiosidad que has despertado en mí, pero ya llegará el momento de reanudar mi interrogatorio y ese solo puede salir con un resultado, la verdad de tu parte, aunque quiero que me respondas algo. ¿Lo harás? —inquirió ella sin dejar de observarlo.
—Pregúntame solo una interrogante y te respondo ¿Serias capaz de traicionar a Conrado? Es que Salomé es mi amiga y mi amistad con ella no me permite estar con nadie que sea capaz de causarle daño a ella o las personas que ama —sentenció con firmeza.
Dino la miró fijamente, sabiendo que estaba en terreno peligroso y que esa pregunta era importante para ella. Tomó una bocanada de aire y decidió responder con la verdad.
—No, Julia. Yo nunca traicionaría a Conrado. A pesar de que en mi pasado hay episodios oscuros, el hombre que soy ahora se lo debo a Conrado, por eso solo tengo lealtad y respeto por él y su familia, y nunca siquiera pensaría en hacer algo que los lastime.
Julia asintió con la cabeza, pareciendo satisfecha con la respuesta.
—Me alegra escuchar eso, Dino. Quiero confiar en ti, pero necesito estar segura de que no estás ocultando nada oscuro.
Dino se acercó a ella y la abrazó con fuerza, sintiendo cómo su cuerpo se relajaba en sus brazos.
—Puedes confiar en mí, Julia. Te prometo que no tengo intenciones de dañar a tu amiga, ni a mi jefe.
Ella se puso de puntillas y lo besó de nuevo, aunque esta vez con suavidad.
—De verdad estoy muy contenta de que esté a mi lado, porque también siento que existe una conexión especial entre nosotros. Lo que acaba de pasar fue algo mágico, algo que aunque no lo creas no lo he sentido por nadie —expresó Julia, con sinceridad.
—¿Ni siquiera con Armando? —interrogó él con interés.
—Ni siquiera con él.
—Entonces, vamos a buscar a tu Adri.
Subieron al auto, él condujo con rapidez, llegaron al apartamento y tocaron el timbre, cuando se abrió la puerta allí estaba la hermosa niña quien salió corriendo cuando vio a su mamá.
—¡Mamita linda! —exclamó, de inmediato, Julia se agachó y la abrazó, acunándola entre sus brazos, sin poder contener la alegría y las lágrimas que salían copiosamente de sus ojos.
—¡Te extrañé tanto mi pequeña! Cada día añoraba tenerte entre mis brazos —pronunció con voz quebrada.
—Papá dijo… que no me querías… que me habías abandonado —declaró la niña con voz entrecortada.
Y tanto Julia como Dino negaron con la cabeza, sintiendo la rabia agitarse en su interior, no podían creer como un padre podría ser capaz de decirles esas cosas a una niña de cinco años, sin importar el daño que le causaba.
Julia respiró profundo y tomó la pequeña carita de su hija que la miraba con una expresión de tristeza, y su boca con una línea fina y los labios caídos hacia abajo conteniendo el llanto.
—¡Eso no es cierto mi amor! Yo jamás te abandonaría, porque te amo con todo mi corazón, tú eres lo más importante de mi vida y siempre lo serás, mi hermosa Adri. Papá se equivocó al decirte eso, pero no te preocupes, nunca más volverá a suceder. Te prometo que siempre estaré junto a ti y te cuidaré con todo mi amor y cariño, ¿de acuerdo? —le dijo Julia con ternura mientras acariciaba sus mejillas mojadas por las lágrimas.
La niña asintió con la cabeza y se aferró fuertemente a su madre, sintiendo el amor y la seguridad que le brindaba.
Dino observaba la escena sin evitar conmoverse, sintiendo cómo su corazón lleno de amor y respeto por Julia, quien a pesar de las dificultades, seguía luchando por su hija y por su felicidad.
—Mamita ¿Vas a volver con nosotros a la casa? ¿Vamos a estar todos de nuevo juntos? —interrogó la niña con una expresión esperanzada y Julia supo que también ese era otro intento de Armando de manipularlas.
—No, mi niña, nos iremos a otra casa, a la fundación, allí hay pequeños apartamentos donde estaremos bien las dos —trató de explicarle ella, pero la niña comenzó a llorar.
—¡No mami, no quiero ir a otra parte! deseo quedarme en esta casa ¿Por qué no nos podemos quedar en nuestra casa? —preguntó la niña retomando el llanto, sin poder entender por qué no se podían quedar allí.
Julia tomó a su hija en brazos y la llevó hasta el sofá, donde se sentó junto a ella y la abrazó con fuerza.
—No creo que estés en condiciones de pagar… porque tú tienes una deuda con la justicia y con tus clientes, ¡Qué tengas suerte! —exclamó y salió corriendo de allí, con Julia y la niña, mientras la pequeña no dejaba de pegar gritos.
No pasó mucho tiempo cuando las sirenas de la policía se escucharon, cruzándose con los hombres que se habían sentido engañados por Armando y que también habían ido a clamar justicia.
*****
Cristal se colocó el vestido color verde agua, el cual le quedaba como una segunda piel, con sus hombros descubiertos, se veía hermosa, como una mujer que sabía lo que quería, pero su rostro no esbozaba ninguna expresión de alegría.
—¿Por qué estás así? —le preguntó Salomé al verla tan triste.
—¿Aún me preguntas por qué estoy así? Cuando por hacerle caso al idiota de mi hermano participé en esa subasta y ni siquiera sé quién pujó y ganó la cena conmigo.
—No te quejes, es una buena causa ¿Además por qué participaste si no ibas a estar de acuerdo con los resultados? Definitivamente, todos los Abad son iguales, ¡Muy malos perdedores! —exclamó Salomé fingiendo estar molesta.
—Lo hice porque pensé que Joaquín iba a pujar por mí, y cuando le pregunté me respondió que estaba en una crisis financiera… ¡Es un pichirre! Su amor es tan falso como un billete de quince dólares —protestó Cristal.
Dicho eso salió sin decir nada, subió en la limusina quien le había enviado su cita y subió con resignación sin dejar de maldecir a Joaquín y a todas sus generaciones.
Cuando llegó a uno de los mejores y más elegante, restaurantes de la ciudad, en la entrada, una mujer se acercó.
—Señorita, de parte de su cita de esta noche, debe ponerse esta venda —le dijo la chica mostrándole una venda del mismo tono del color del vestido.
Cristal frunció el ceño.
—Mire, yo aquí no vine a pasar un rato romántico, solo cumplo con un deber por una cena que se ganó el vejestorio ese, porque tener que soportar comer con él, es suficiente, no pienso hacer más ridículo que es el hecho de comer con él, por eso no me voy a poner eso.
La mujer abrió los ojos de par en par al escucharla decir así al espécimen de hombre que esperaba a la mujer.
—Ojalá me consiguiera un vejestorio como ese, allí es donde digo yo tanta carne y yo sin diente —dijo la mujer con un tono de envidia.
Cristal la vio sin entender, pese a ello no preguntó nada, pasó sin ponerse la venda, cuando se sentó en la mesa enseguida las luces se apagaron, apenas se veían unos pequeños destellos de luz blanca, se quedó esperando con el corazón palpitándole como si fuera una locomotora, hasta que sintió que le acariciaron el hombro, con algo tan suave como tela de terciopelo, se quedó quieta, tratando de identificar y se dio cuenta de que eran pétalos.
Ese gesto provocó un estremecimiento de su cuerpo, hasta que sintió que la rosa era sustituida por unos labios que le erizaron la piel, su garganta se secó y casi que podía escuchar los latidos de su corazón, porque esos labios los conocía muy bien, porque cada noche los sollozaba.
—¡Joaquín! —dijo en un susurro.
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