Salomé se quedó estática, sin poder pronunciar ninguna palabra, no podía creer lo que acababa de escuchar. Sus ojos se anegaron de lágrimas y su corazón latía a mil por hora, se llevó una mano al pecho tratando de contenerse.
Desde su conversación con Graymond, tuvo la leve sospecha de que era su padre, sin embargo, una parte de ella no quería que fuera, por la forma en qué se había expreso y quitado la cadena que le dio su madre, pensó que nunca tendría la oportunidad de conocer la verdad y así lo prefería, ahora la verdad estaba frente a ella y no podía eludirla.
Conrado se acercó a su esposa con una mirada reconfortante y le ofreció su mano para ayudarla a levantarse. Salomé se apoyó en él, agradecida por su apoyo en ese momento tan difícil.
Kistong se acercó a Graymond y lo ayudó a levantarse del suelo. A pesar de todo lo que había pasado, había una sensación de alivio en el aire.
—Lo siento, pero yo… no sé qué pensar…, aunque estoy muy segura que a estas alturas de mi vida, ya no necesito un padre —pronunció y salió corriendo sin mirar atrás, porque necesitaba, respirar, estar sola y pensar, no subió a la habitación, si no que quiso salir al jardín trasero de la casa.
MIentras Graymond la veía salir, la observaba con tristeza, se sentía débil, no podía respirar, pensando en todo lo que debió vivir Graciela para abandonar a su hija, porque si de algo estaba seguro, es que esa mujer si fue capaz de sacrificar todo lo que hizo por sus hermanos y sus padres, mucho más lo hubiese hecho por su hija, algo no le cuadraba en ese escenario.
Sintió el peso de la culpa, aplastarlo de manera peligrosa, cerró los ojos pensando en todo lo que vivió Salomé, en lo que había averiguado de ella, en las humillaciones y privaciones que pasó, pudiéndolo tener todo.
Por su parte, Conrado se pasó la mano por la cabeza, preocupado, lo único que le importaba era ir tras ella y consolarla.
—Yo necesito que se vayan, debo hablar con mi esposa… —sus palabras fueron interrumpidas por la voz severa de Graymond.
—Yo necesito vengar a mi hija… quiero destruir a Joaquín Román, por lo que le hizo para que nunca pueda levantarse —dijo con rabia apretando los puños.
—¡Usted no va a hacer nada! Joaquín Román, quedó en el pasado de su hija, ella no le guarda rencor… es el padre de Grecia y es mi amigo, y si de acabar con los culpables que han hecho sufrir a Salomé se trata, entonces usted está en primera fila y debería empezar por ir en contra de sí mismo y destruirse ¿Tiene el valor para hacerlo? Porque fue usted quien se alejó, quien no regresó a donde Graciela para pedirle una explicación —declaró con firmeza.
—¿Cómo quería que hiciera? Yo la vi con mis propios ojos acostados con otro, ella me habló y me dijo que no me amaba ¿Qué debía hacer ante semejante traición? ¡¿Quedarme a suplicar?! —inquirió molesto.
—Dígame algo ¿Alguna vez ella le demostró que estaba con usted por dinero? ¿Lo rechazó cuando dejó a su familia y sus riquezas por ella? ¿En algún momento le recriminó por su decisión o de manera alguna lo instó a regresar con ellos? —las preguntas salían de Conrado a borbotones de su boca y Graymond solo daba respuestas negativas.
—No, nunca hizo nada de eso —respondió entendiendo el punto de Conrado.
—Si alguna respuesta de esas hubiese sido positiva, le diría que tenía razones para serle infiel, que era una trepadora, interesada… pero sus respuestas más bien me causan suspicacias y me llevan a hacerme una pregunta ¿Qué pasó para que ella hiciera eso?
—Ella decía que no me preocupara que juntos íbamos a levantarnos… que yo no necesitaba tener las riquezas de mi familia para vivir, que éramos muy capaces, brillantes, jóvenes para lograr ser exitosos y que ella… estaría a mi lado… siempre ayudándome a seguir —concluyó con voz entrecortada, dejándose caer en el sofá.
—¿Y piensa que una mujer que le dijo eso sería capaz de traicionarlo? Sé cuán doloroso es pensar que la persona que uno ama lo traicionó, pero sé también lo dañino que puede ser ese mismo dolor, porque nos corroe y nos destruye, llevándonos a ofender y a lastimar a esa misma persona.
Graymond dejó escapar un suspiro, sintiendo el peso de las palabras de Conrado. Sabía que tenía razón, pero, aun así, el dolor y la rabia lo consumían. Miró fijamente a Conrado, buscando alguna respuesta, alguna solución, pero sabía que solo él tenía el poder de cambiar su destino.
—Ahora debo irme, tengo que hablar con Salomé —dijo Conrado saliendo del despacho dejando a Graymond y a su ayudante solos.
—Lo primero, es gracias por no hacerle caso a mis palabras y llegar a la verdad de todo esto —pronunció y el hombre asintió en silencio—, y dos, necesito que investigues, saber que fue de la vida de Graciela, ¿Dónde está? ¿Qué hizo a lo largo de estos casi veinticinco años? —inquirió, pero la expresión de Kistong le reveló que ya lo había hecho, sin embargo, tenía miedo de su respuesta, aunque sabía que mientras más rápido pudiera conocer la verdad, podría accionar— ¿Ella vive?
Preguntó sintiendo un nudo en el estómago, mientras su corazón martillaba con fuerza en su pecho. Pudo ver la expresión de lástima en el rostro de su ayudante, y supo que no era buena noticia.
—Siento decirle esto, señor Graymond lamentablemente, la señora Graciela falleció unos días después que dejó a Salomé en el orfanato, —respondió Kistong con voz apesadumbrada.
Graymond sintió un golpe en el pecho al escuchar esas palabras, su corazón se contrajo y el dolor se extendió por todo su cuerpo. Había perdido a la mujer a la que amaba por segunda vez, y esta vez era para siempre, las lágrimas salieron de sus ojos y rodaron libremente por sus mejillas, y Kistong sintió lástima por él, porque era la única vez que lo veía llorar.
—Lo siento mucho, señor Graymond —añadió Kistong, pero Graymond no pudo responder, estaba demasiado afectado por la noticia.
Se quedó allí sentado en ese despacho por un largo rato, sintiendo que el mundo se derrumbaba a su alrededor. No solo había perdido a Graciela, si no ahora había alguien que quería hacerle daño a su hija.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: EL ERROR QUE CAMBIÓ NUESTRAS VIDAS