Los minutos pasaron lentamente mientras Graymond luchaba por procesar la terrible noticia. El dolor en su pecho se volvió insoportable, y las lágrimas fluían por su rostro sin cesar. Se sintió abrumado por el peso de sus acciones pasadas y por la pérdida de la mujer que había amado.
Kistong permaneció en silencio a su lado, ofreciéndole su apoyo y comprensión. Sabía que no había palabras que pudiera decir para consolar a su jefe en ese momento, pero estaba allí para escucharlo y brindarle su apoyo incondicional.
Después de un tiempo, Graymond por fin encontró su voz, aunque estaba llena de tristeza y desesperación.
—Perdí la oportunidad de conocer a mi hija, de ser parte de su vida. Fallé como padre… y como compañero para Graciela. Ahora ella se ha ido y nunca podré enmendar mis errores… nunca podré decirle cuánto la amaba y cuánto lamento haberla dejado ir —¿Cómo murió? —preguntó con voz temblorosa, buscando desesperadamente respuestas a lo que parecía ser una tragedia más en su vida.
Kistong respiró profundamente antes de responder, sabiendo que lo que iba a decir causaría más dolor a Graymond.
—Los informes señalan que fue un accidente automovilístico, el auto donde iba cayó al mar y murió en el acto, no hay mayores detalles —respondió Kistong con voz suave y compasiva, lo que hizo que Graymond se apoyara su cabeza en sus manos para no caer —. Lo siento mucho, señor Graymond —añadió el asistente.
Sin embargo, Graymond se quedó en silencio mientras los recuerdos del pasado lo inundaban, haciendo más difícil soportar ese duro momento.
“—Algún día Gray, vamos a tener juntos, todo por lo que yo he luchado, pero ahora lo haremos juntos, tendremos dos hermosas princesas y un príncipe, ellos correrán por el jardín de nuestra hermosa casa, mientras nosotros nos sentaremos a observarlos jugar, siempre estaremos juntos y seremos felices hasta llegar a viejitos, bueno tú más que yo —pronunció sonriendo ¿Será que mi sueño algún día se hace realidad?
—Claro que sí mi amor, algún día yo haré tus sueños realidad.”
—Nunca lo pudiste lograr y yo no pude hacer nada por ellos —pronunció en un sollozo, como si le hablara a ella—, por favor, déjame solo —pidió, pero Kistong no quería alejarse.
Comprendía el tormento emocional que Graymond estaba experimentando en ese momento. Había muchas preguntas
respuesta y sentimientos encontrados en su corazón.
—Usted no puede cambiar el pasado, pero puedo intervenir en el futuro, debe hacer todo lo posible para proteger a Salomé y a sus hijas, quizás esta sea la oportunidad que la vida le esté dando. No permita que nadie les haga daño —pronunció Kistong con pesar, porque casi que era palpable el dolor de su jefe.
—Eso haré, ahora que acabo de saber que tengo una hija, voy a hacer todo lo necesario para asegurar su seguridad y destruir a ese hombre que le quiere hacer daño.
Kistong salió del despacho, pero Graymond se quedó sumido y atormentado por los recuerdos del pasado, pero afianzando en su interior, la idea de ganarse el perdón de su hija, ese sería el nuevo propósito en su vida y estaba dispuesto a enfrentar cualquier obstáculo que quisiera impedirle estar con ella.
Sin embargo, numerosas dudas llegaron a su cabeza "¿De quién era el auto donde andaba? ¿Con quién estaba?”.
—Voy a investigar todo lo que ocurrió, porque aunque no pueda recuperarte, juro que los culpables pagaran por todo lo que te hicieron, sea quien sea.
Mientras tanto, en el jardín trasero, Salomé se encontraba sentada en un banco, con las lágrimas aun recorriendo su rostro. Se sentía abrumada por la revelación que había recibido y no sabía cómo procesarla.
Sus pensamientos eran un torbellino de emociones, no sabía cómo sentirse ante la noticia de tener un padre biológico. Por un lado, sentía curiosidad por saber más de él, que le contara la historia que tuvo con su madre, por saber quién era, pero, por otro, no quería tener nada que ver con él.
Las emociones eran tan dolorosas que necesitaba salir de allí, sabía lo que le había dicho Conrado, pero se sentía que si se quedaba un minuto más terminaría ahogándose en sus propias lágrimas, y sin pensar mucho más, terminó escapándose de la casa.
Salomé salió por la verja trasera sin que nadie la viera, y se fue a un parque cercano; caminó sin estar pendiente de nada de lo que ocurría a su alrededor, solo buscaba la manera de calmar su angustiado corazón con el sonido de la suave brisa y el olor de verde hierba.
Sentía que con cada paso que daba se hacía más ligero y llevadero ese sentimiento de dolor que la corroía como un peligroso ácido en su interior, los recuerdos del pasado surgieron de manera aplastante, y enseguida los años vividos en el orfanato llegaron a su mente.
Los maltratos de algunas cuidadoras, que muchas veces la despojaban de las cosas para dárselos a otro, cuando la castigaban sin darle comida y la enviaban a dormir así, y muchas veces ni siquiera agua le daban, pero lo más triste era los años solitarios, pensando en su abandono, mientras esperaba por un hogar que nunca llegó.
—¡No te muevas! —dijo uno de ellos apuntándole con un arma.
Salomé soltó el aliento, sintiéndose perdida, enseguida los otros la rodearon, la agarraron por el brazo y comenzaron a arrastrarla hacia una camioneta Vans.
Salomé luchó con todas sus fuerzas, gritando, golpeando y pataleando, pero los hombres eran demasiado fuertes y lograron subirla a la camioneta. Le inyectaron una sustancia y la amordazaron para que no pudiera hacer más ruido, por instrucciones de Sergio, la llevaron a una cabaña en las afueras de la ciudad.
—Ya la tenemos, señor, en el lugar que nos indicó —dijo uno de los hombres.
“Aguarden allí, estoy cerca en diez minutos estaré con ustedes, pronunció cortando la llamada”.
Sergio subió al auto, y condujo hacia la cabaña donde ella estaba, la ansiedad lo mataba, estaba a punto de hacerle pagar a Conrado, que viviera en carne propia lo que él sufrió y más cuando estaba convencido de que por su falta de atención dejó morir a Laura, a la mujer que él amaba, si no la iba a cuidar, no debió casarse con ella, pensó, porque ahora estaba seguro de que nunca lo amó, porque ni siquiera estaba frío su cuerpo cuando se había vuelto a casar.
Cuando llegó dos de sus hombres esperaban afuera.
—¿Dónde está ella? —interrogó con voz seca.
—Pase, ella está adentro.
Entró a la cabaña y caminó hacia el dormitorio donde la tenían, vio a otro de sus hombres montando guardia en la puerta, cuando ingresó se acercó a ella, pero cuando la levantó y vio el cabello rojo y miró sus facciones, la soltó, como si el cuerpo de la chica quemara.
—¡Esto no puede ser! ¡¿Cómo es posible?! —pronunció con un tono de voz mezcla de sorpresa, angustia e incredulidad.
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