Paulina entró en cólera tras escuchar su explicación.
—Ese es su problema, no el mío. ¡No puede negarse a pagarme! Cumplí con el pedido a tiempo, ¡así que tienen que pagar la cantidad restante! De lo contrario, no me culpe si llevo este asunto a los tribunales. No podrán continuar el rodaje si eso sucede.
El asistente de producción se quedó perplejo.
-Señorita, el inversionista de esta serie nos dijo que pagáramos la mitad de la cantidad. No puedo hacer nada al respecto, ¿o sí?
Roberto, que había permanecido en silencio todo este tiempo, habló de manera brusca:
-¿Qué empresa invirtió en su serie?
—Inversiones Crueles. Propiedad del Señor Clises Crueles —respondió Montero.
—¡Llámalo y dile que venga aquí en este momento! — Roberto mantuvo la calma mientras daba instrucciones a Montero.
Sin más demora, Montero asintió con la cabeza con todo fervor y salió corriendo a hacer la llamada.
Aunque Paulina podía estar molesta, no se desquitó con Montero. Pero se sorprendió un poco por la ayuda de Roberto.
Caminando hacia él, le dijo:
—Señor Licano, gracias por su ayuda. Pero esto es entre el equipo de producción y yo, así que puedo manejarlo yo misma.
Roberto se disgustó al oír sus palabras y su expresión se volvió gélida.
-Piensa que es una compensación por la lesión de tu niña del día de ayer. No deberías negarte.
«Por lo general, la gente se pone de rodillas para colaborar conmigo. Es la primera vez que alguien rechaza mi ayuda».
Al escuchar sus palabras, Paulina recordó de repente que era el prometido de Adriana. Por lo tanto, cerró la boca al instante y no dijo nada.
En ese momento, un Bentley se detuvo frente a la tienda. La puerta se abrió y de ella salió un hombre de unos veinte años.
El hombre iba vestido de manera frívola con un traje rosa, que llamó la atención de muchos. Los zapatos de cuero que llevaba eran nuevos y relucientes, y se pavoneaba como un mocoso rico engreído.
Ese hombre no era otro que Ulises Crueles.
Al verlo, Montero se apresuró a saludarlo de manera respetuosa.
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