Sabrina fijó sus ojos hermosos y grandes en el rostro seductor que tenía frente a ella. Los latidos de su corazón se aceleraron con nerviosismo. Los labios de Emiliano se curvaron en una sonrisa y sus ojos reflejaron un imperceptible dejo de peligro.
-¿Qué ocurrió cuando yo no estaba?
—Nada...
-¡Mentirosa! ¿Como no soy suficiente para satisfacerte fuiste a coquetear con mi hermano? -Emiliano la desafió con voz grave.
Sin embargo, por alguna razón, su imaginación se descontroló en cuanto se acercó a ella.
-¡No lo hice! —explicó Sabrina de inmediato—. No es lo que parece. Fue él... quería... ¡quiso abusar de mí!
Emiliano aún la sujetaba con fuerza, y ella se resistía un poco.
—Aquí nadie te creerá. —Él entrecerró los ojos—. Todos confiarán en las palabras de mi hermano. Lo sedujiste y lo heriste en la cabeza.
—¿Por qué lo heriría si yo tomé la iniciativa de «seducirlo»? ¿La familia Quiroga es estúpida? Se contradicen.
Sabrina fijó su mirada en él sin miedo, ya que pensaba que la situación era graciosa y Emiliano bajó la cabeza. Estaba a punto de besarla, pero, de repente, solo rozó sus labios al pasar.
-Aquí todos son estúpidos -susurró en su oído con desprecio-. Madre e hijo tergiversarán cualquier verdad. Mi padre también; él solo les creerá a ellos.
Al darse cuenta de que Emiliano tenía razón, Sabrina suspiró. Con solo ver la actitud arrogante de Ornar, cualquiera podía saber la posición de madre e hijo en la familia Quiroga. Además, Lorenzo, el jefe de la familia, les creería sin dudarlo, lo cual les daba prueba fehaciente.
-Ahora, ¿tienes miedo? —Emiliano le levantó el mentón y habló sin compasión -: No puedo ayudarte. Tienes que ocuparte de tus propios problemas.
Sabrina lo apartó con la mirada decidida.
No pudo evitar mostrar una expresión de admiración, aunque Sabrina no lo notó. Estaba ocupada pensando, con el ceño fruncido, cómo afrontar sola la tormenta que se avecinaba.
Emiliano, por su parte, se quitó la camisa y dejó de molestarla, entró al baño y se enjuagó con un poco de agua fría. Mientras se secaba las gotas de agua del rostro, pareció más calmado después de refrescarse; se colocó delante del espejo y contempló su reflejo. Esos músculos bien definidos, tonificados y sin una pizca de grasa... y su rostro... Bueno, sus rasgos eran perfectos y encantadores, pero así y todo eran fríos, sobre todo ante una mujer.
En el pasado, Nicolás lo llevó a esos lugares de mala muerte y le presentó a diferentes mujeres; sin embargo, Emiliano no se interesó por ninguna de ellas, excepto una vez algunos años atrás. Al despertar, no pudo recordar el aspecto de la chica. Durante el aturdimiento de esa noche, tuvo la leve impresión de su piel clara y el delicado aroma de aquella mujer, pero, por la mañana, la muchacha desapareció. Fue como si todo hubiera sido un sueño.
La noche anterior, cuando la ebria Sabrina se aferró a su cuello, percibió ese aroma familiar y despertó sus sentidos, y ese fue el motivo por el cual no fue capaz de controlarse. Para poder pensar con claridad, Emiliano sacudió la cabeza sin darse cuenta, se dijo a sí mismo que todo era una mera alucinación, y todo era culpa de haberse hecho el tonto todos esos años.
«Contrólate, Emiliano. Fue solo porque ahora tienes una esposa y puedes hacer con ella lo que quieras. No por lo que sucedió en el pasado...»
Poco después, se dio la vuelta y se dirigió a la ducha.
Abrió el grifo y dejó que el agua fría corriera por su cuerpo esculpido de forma continua.
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