Emiliano se sabía de memoria el itinerario de Lorenzo. En ese momento, su padre, Magdalena y Ornar ya deberían estar de regreso en casa. En el momento en que bajó del auto de Nicolás, su expresión cambió de manera drástica. Con párpados caídos miraba la majestuosa puerta de entrada de la residencia Quiroga y volvió a esbozar su sonrisa bobalicona; en comparación con aquel dueño distante del Grupo AX, el cambio era tan drástico como el día y la noche. Hasta los diez años, vivió una vida feliz allí, pero, en ese momento, la casa era sombría y lúgubre.
«Está bien. Todo terminará pronto».
En el momento en que puso un pie en la casa, sus pasos tranquilos y firmes se convirtieron en saltos juguetones. Magdalena y Ornar estaban sentados en la sala de estar, y la cabeza de este último estaba envuelta en una gasa.
-¡Magdalena! ¡Ornar! -llamó con fingido despiste.
Al ver que su hijastro estaba de regreso, Magdalena se dirigió hacia él y levantó la mano para abofetearlo.
—¡Mira lo que hizo tu esposa! ¡Sedujo a Ornar y le lastimó la cabeza!
De inmediato, Emiliano alzó las manos para protegerse y se tambaleó hacia atrás.
-¡Emiliano n-no sabe nada! ¡Emiliano no s-sabe nada!
Sin contenerse, Magdalena se precipitó tras él y lo pateó con sus tacones puntiagudos.
-¡Maldito retrasado! ¡Dile que se arrodille y se disculpe con Ornar en este instante!
Emiliano evitó el ataque de Magdalena con las manos sobre la cabeza y le propinó un cabezazo para alejarse de ella.
—Emiliano no sabe nada. Emiliano no sabe nada... —gritó mientras corría hacia el segundo piso, actuando como un niño.
Tras su arremetida, Magdalena estuvo a punto de perder el equilibrio, pero, por fortuna, Ornar estaba allí para
sostenerla y evitar que cayera.
-Madre, ¿por qué discutes con ese retrasado? -Se quejó mientras miraba a su medio hermano correr escaleras arriba-. Ni siquiera nos entiende. Vamos a decirle a papá para que después los castigue.
-¿De verdad es un retrasado? Creo que solo actúa. Siempre me contesta como una muía testaruda ¡y nunca consigo castigarlo!
Tras recuperar el equilibrio, y por la frustración, Magdalena apartó a Ornar de un empujón; sin embargo, conocía muy bien a su hijo, por lo que pudo adivinar que fue Ornar quien jugaba con fuego.
-Además, ¿cómo te atreves a intentar aprovecharte de la mujer del tonto? —regañó—. ¿No puedes concentrarte en el trabajo? ¡Todos los miembros de la familia Quiroga están pendientes del puesto de tu padre! Si se hacen con la empresa, ¡nos echarán para siempre!
-No intenté aprovecharme de ella -mintió Ornar-. Fue ella la que intentó seducirme...
—¿Quién es? —preguntó con voz temblorosa.
—Soy yo —respondió Emiliano de forma impaciente.
Por primera vez, Sabrina no pudo más de la alegría al verlo. Se le ocurrió que, si Ornar intentaba acosarla de nuevo, nadie en la casa la ayudaría y no tendría más remedio que luchar ella misma contra él. De lo contrario, podría escapar y pedir la ayuda de Ágata o esperar a que Emiliano regresara a casa.
«Sin importar lo atrevido que sea Ornar, no se atrevería a molestarme delante de su hermano... ¿verdad?» Segundos después, abrió la puerta y vio a Emiliano de pie afuera.
-Regresaste...
Mientras se mordía el labio, las lágrimas se acumularon en sus ojos. Con el pelo desordenado y las mangas rotas, Sabrina tenía un aspecto penoso y, curiosamente, se angustió al mirarla. Contuvo sus emociones no deseadas y su mirada se volvió distante.
Sabrina se dio cuenta, demasiado tarde, de que tenía falsas esperanzas. «No puedo creer que pensé que dentro de la familia Quiroga, él me ayudaría. Éramos extraños antes del evento de ayer. Tener sexo no significa que estemos conectados a nivel emocional. Parece que a partir de ahora solo puedo confiar en mí misma».
—Estaba demasiado cansada y me dormí contra la puerta...
De repente, Emiliano la inmovilizó contra la pared y, ante su desconcierto, cerró la puerta de una patada.
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