Después de maquillarse, y ponerse el atuendo que Emiliano eligió para ella, salieron de la habitación. Cuando bajaban las escaleras, Sabrina recordó lo sucedido la noche anterior. Le dolía todo el cuerpo, y le temblaban las piernas, ni siquiera podía caminar bien. Por fortuna, Emiliano se dio cuenta de su incomodidad a tiempo y le rodeó la cintura con el brazo mientras que la sonrisa tonta en su rostro permanecía firme.
La residencia Quiroga todavía tenía las decoraciones de la recepción de la noche anterior y era evidente que todos estaban de buen humor. Había una mesa larga en la sala de comedor adornada con extravagancia. La abuela de Emiliano estaba sentada en la punta de la mesa resplandeciente de felicidad y con al menos ocho familiares sentados a ambos lados de la mesa.-
A Sabrina le daba un poco de vergüenza tener que participar en una comida formal; nunca había visto a tanta gente reunida solo para desayunar. Sonrió con modestia y saludó a los mayores con cordialidad; sin embargo, en el momento en el que vio la comida deliciosa sobre la mesa, se le hizo agua a la boca y le rugió el estómago por el hambre. Tragó saliva en silencio en una esquina mientras esperaba a que le indicaran dónde sentarse.
En ese momento, la abuela de Emiliano, Ágata Vidal, los saludó.
-Mi querido Emiliano, ven. Siéntate a mi lado. -Había dos asientos vacíos a su lado, era evidente que estaban reservados para los recién casados.
-¡Abuela! -gritó Emiliano con felicidad.
Corrió con prisa hacia Ágata como un niño y se desplomó sobre el asiento a su lado. Sabrina lo siguió y se sentó.
—¿Podemos comer ahora? -preguntó.
—¡Qué grosera! Te levantaste tarde y nos obligaste a que te esperáramos. Ahora, quieres comer antes que nosotros. ¿No tienes modales?
Sabrina miró con indiferencia a una de las tías de Emiliano, Clara Herrera, quien era la que la regañaba con severidad, entonces agachó la cabeza y dijo con timidez: —Abuela, Emiliano y yo... tuvimos una noche complicada. Así que nosotros...
Antes de que pudiera terminar de hablar, una sirvienta, de unos cincuenta años, se acercó y le susurró algo al oído a Ágata, quien esbozó una sonrisa de satisfacción mientras le hacía un gesto a uno de los sirvientes.
-Bueno, bueno. Son recién casados, así que entendemos. María, ¿por qué no preparas algo nutritivo para Sabrina? Debe estar cansada después de anoche.
-¡Madre! ¿Cómo puedes ser tan indulgente con ella?
Antes de que Clara pudiera terminar de hablar, Lisandro Quiroga, su esposo, la interrumpió:
-¡Cállate! ¿Cómo te atreves a criticar a la esposa de Emiliano frente a nuestra madre?
Al ver que su esposo la había regañado, Clara se quedó callada y miró a Sabrina con furia. Ella había sido mordaz desde el momento en que pasó a formar parte de la familia Quiroga, mucho tiempo atrás, así que estaba molesta con como Ágata había desestimado a Sabrina con tanta facilidad.
Después del desayuno, les dijo a todos que se quedaran porque tenía que hacer un anuncio: iba a dejar una empresa de moda a nombre de Emiliano como regalo de bodas. De inmediato, el silencio se apoderó de todo el lugar. Sin embargo, Emiliano era felizmente ignorante, y aplaudía como el tonto que era, o eso parecía para el resto de los Quiroga.
Como Sabrina era su esposa, estaba por agradecerle a Ágata cuando una joven de más o menos su edad se puso de pie. La joven era Bárbara Quiroga, quien llevaba puesto un atuendo de moda de una marca de lujo y tenía el cabello corto y rizado que le enmarcaba el rostro ovalado, lo que la hacía parecer tanto vivaz como profesional.
-Abuela, he estado administrando La Maison todo este tiempo. ¿Cómo puedes dársela a este retrasado? -Se quejó en frente de toda la familia Quiroga en ese momento.
—¿A quién llamas retrasado? —Sabrina enseguida dio un salto de su asiento como la buena y obediente esposa que era.
Después de darse cuenta de que Emiliano fingía, Sabrina sabía que tenía que complacerlo para sobrevivir en la familia Quiroga. Para ganarse su confianza, tenía que diferenciarse y defenderlo cuando alguien lo maltrataba—. No te voy a permitir que critiques a Emiliano. Discúlpate con él ahora. —Miró a Bárbara con furia.
Sin embargo, Bárbara la miró con desprecio.
-¿Y tú quién te crees que eres? Todo el mundo sabe que la familia Acosta te ofreció como sacrificio para entablar vínculos con nuestra familia. No pueden soportar separarse de su propia hija, así que hicieron que una bastarda como tú tome su lugar. La persona a la que te vendieron no es nada más que un retrasado.
Sabrina no estaba dispuesta a recular, y replicó sin vacilar: -No importa quién solía ser. Ahora soy una Quiroga, tu cuñada, y Emiliano es tu primo. Como una Quiroga, ¿cómo puedes decir algo así? ¡Debería darte vergüenza! Pf, pf, tío Lisandro, tía Clara, ¿así es como educan a su hija? — Sabrina se dio vuelta para mirar a Lisandro y a Clara con una expresión de sorpresa fingida.
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