Mar estaba en su escritorio, mirando la pantalla con expresión abstraída, cuando la asistente del subdirector entró apurada.
—¡Mar! ¡Mar! —la llamó la mujer mientras se acercaba.
Ella levantó la cabeza y la miró con preocupación.
—¿Qué pasa, Olivia? —preguntó.
—El subdirector quiere verte ahora mismo. Está... feliz, eso me da mala espina. Y encima el Jefe de Pediatría llegó gritando así que será mejor que vayas.
Mar se dio cuenta entonces de que probablemente le hubieran llevado ya los análisis y que en el despacho de Preston la estaría esperando un regaño, tres humillaciones y siete amenazas. Se levantó lentamente de su asiento y echó a andar con los labios apretados.
Olivia la acompañó de vuelta y se veía tan nerviosa como ella.
Mar trató de permanecer calmada pero ciertamente ni siquiera había imaginado con lo que iba a encontrarse.
El doctor Harris estaba allí con cara de gravemente ofendido mientras que el subdirector parecía absurdamente feliz mientras le extendía una hoja.
—Señora Guerrero, le hago entrega formal de la decisión de removerla de su puesto —dijo entregándole su carta de despido—. Puede pasar por su finiquito a Recursos Humanos, a partir de hoy ya no trabaja en este hospital.
Preston se cruzó de brazos detrás de su escritorio y Mar miró aquel documento, estupefacta.
—¿Despedida? —murmuró—. ¡¿Despedida por qué?!
—En el documento está explicado...
—¡Explícamelo en mi cara! —demandó Mar.
Preston y Harris pusieron la misma expresión de macho desafiado.
—Desde que te contraté has sido poco menos que un desastre. Eres absolutamente incompetente —empezó Preston.
—¡Eso es mentira!
—¡Pero ahora te pasaste de la raya! ¡Falsificaste la firma de un médico! ¡Agradece que no llame a la policía! El doctor Harris exigió tu despido y yo tengo que solucionar los problemas de mi personal, porque no puedo perder a uno de mis mejores médicos.
Preston la miró con desprecio y Mar apretó los puños con impotencia.
—Tú no sirves ni para solucionar una pelea de gatos, solo te estás dando el gusto y usted —gruñó girándose hacia el Jefe de Pediatría—. Desde el momento en punto en que está decidido a sacrificar a una niña inocente por su ego, dejó de ser uno de los mejores médicos de este hospital.
Se acercó a él y le quitó de la mano los resultados de los exámenes, revisándolos de nuevo y comprobando que en efecto algo estaba mal.
—¡Los resultados salieron idénticos! —exclamó el doctor, furioso.
—¡Exacto, y no deberían salir así! No estoy equivocada, Harris. Y tú estás cometiendo un error que te pesará en la conciencia toda la vida.
El subdirector gruñó con furia mal disimulada y señaló la puerta.
—¡Lárgate de aquí! ¡Ya estás despedida! ¡Recoge tus cosas y vete!
Mar sintió que el pecho se le estrujaba solo de imaginar el triste destino que tendría aquella niña por culpa de personas así.
Salió del despacho sin decir una palabra más, pero se sentía como si algo dentro de ella se hubiese roto de nuevo. Los últimos límites de la profesional que había sido desaparecían porque simplemente no tenía cómo probar que sabía lo que sabía, y no había nadie dispuesto a escucharla.
¡...O a lo mejor sí!
Se dirigió con paso rápido al ala de pediatría y esperó a que Alan saliera de una consulta para meterse a su oficina.
—Necesito que me ayudes. Por favor ve esto.
Él la miró confuso pero revisó los papeles medio estrujados.
—Están un poco raros los resultados...
—¡Están mal!
—Este no es un caso mío —murmuró Alan.
—No, pero si fuera tuyo mandarías a repetir los exámenes, ¿verdad? —lo increpó ella.
—Pues sí...
—¡Pues esos son los exámenes repetidos, exactamente igual a los primeros y van a operar a una niña en base a esto!
Alan respiró profundo porque no era necesario que los dos se alteraran.
—Mar, explícame qué está pasando, pero despacito.
—Dame cinco minutos, voy a hablar con Harris para que me dé el caso o me deje participar en él —le dijo.
Y el "quédate aquí" Mar lo interpretó como un "sígueme manteniendo la distancia"; así que lo vio detener a Harris en medio de un pasillo y tratar de hablar con él como médico preocupado y sobre todo bien educado.
Alan sabía que los doctores como Harris rara vez aceptaban opiniones de personas que consideraban inferiores a él, pero había esperado que al menos con un colega fuera más receptivo, sin embargo la arrogancia del Jefe de Pediatría muy pronto lo hizo enojar.
—¡Vamos a dejar algo claro, Parker! ¡Esto lo estás haciendo por tu mujer! ¡Pero todavía no eres nadie aquí! ¡No puedes quitarme el caso, voy a operar a la niña y si te metes en medio te voy a demandar ante la junta médica por conflictos de ética!
Alan sintió que la sangre se le calentaba de la peor manera, pero se adueñó de sí mismo para contestarle:
—Me alegro de que menciones las vías legales, porque en cada cámara de este pasillo está grabado que te estoy advirtiendo que estás cometiendo un error con una paciente, y si algo le pasa a esa niña el que te va a demandar soy yo, pero por negligencia médica, y créeme que no voy a parar hasta verte en la cárcel.
Harris estaba a punto de explotar, eso era obvio, pero Alan se veía más gélido que el corazón de una suegra.
—¿Crees que esto te va a ganar puntos con la junta directiva? ¡Así jamás vas a llegar a director...!
—¡Me parece que te estás confundiendo demasiado, Harris! —siseó Alan en el límite de su paciencia—. No estás hablando con un médico cualquiera, yo voy a ser director de este hospital por una vía o por otra, y más te vale estar en mi lado bueno cuando eso pase.
Harris estaba a punto de soltar la primera imprecación cuando el director Wayland llegó junto a ellos y los arrastró a uno de los consultorios privados.
—¡Esto es el colmo! ¡Lo último que necesito es a dos médicos peleándose en un piso donde hay niños! ¿¡Me quieren explicar qué pasa!?
Alan cruzó los brazos mientras el Jefe de Pediatría se descargaba y le contaba su triste versión de médico acosado y ofendido. Para cuando terminó Wayland sacó la cabeza del consultorio y miró alrededor.
—¡Mar! —la llamó viéndola en una esquina del corredor, y la muchacha se apresuró a entrar—. ¿Sigues con lo mismo de esta mañana?
—Sí, claro que sí.
—¿Y tú confías en ella lo suficiente como para respaldarla? —increpó Wayland a Alan—. ¡Estás dejándote guiar por el plano personal aquí y no...!
—No hay nada de personal en esto —sentenció Alan—. Estoy confiando en ella a nivel profesional y usted también debería hacerlo. No importa que ella sea solo su asistente, le aseguro que sabe de lo que está hablando.
El director miró a Mar con expresión interrogante y ella se adelantó con los resultados. Explicándole brevemente por qué estaba segura de que una de las máquinas debía estar mal calibrada, y que si le hacían el mismo examen a otra persona arrojaría el mismo valor.
—¡La niña se está muriendo de eso! ¡Es lógico que salga alterado! —gritó Harris y se volvió hacia el director—. ¿No se da cuenta de que solo son las patadas de ahogado de una empleada a la que acaban de despedir? ¡Solo nos está haciendo perder tiempo...!
—Entonces hazme la prueba a mí —sentenció Alan con tono desafiante—. Si tan seguro estás de que tienes la razón, entonces hazme el examen a mí.
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