FAMILIA DE MENTIRA, AMOR DE VERDAD romance Capítulo 9

Volver al desierto siempre era algo hermoso para Hasan. Los mejores momentos de su infancia los había pasado con su madre lejos de palacio, acampando en aquellas dunas y descubriendo cada uno de los más recónditos oasis. Quizás esos recuerdos eran tan preciosos para él porque en ninguno de ellos aparecía la figura de su padre.

Así que él estaba feliz, y sobraba decir que Malika lo estaba aún más. Durante el día la caravana se movía siguiendo el recorrido de la ruta de los pozos que los expertos de Giulia habían trazado, y en las tardes, cuando el sol bajaba, Hasan liberaba a la yegua para que corriera a sus anchas por el desierto alrededor de ellos.

Sin embargo, parecía que ellos dos eran los únicos que estaban contentos con el viaje, porque los demás hombres de la caravana se notaban nerviosos y demasiado inquietos a veces. Por supuesto que nadie iba a molestar al rey con lo que estaba pasando, pero cuando llegaba la noche, los mismos guardias hacían pequeñas hogueras alrededor del campamento como si fuera un santuario, y ninguno se atrevía a dormirse.

—¿Quieres decirme qué es lo que pasa, Mustafá? —preguntó Hasan al jefe de su escolta, y el hombre carraspeó sin saber exactamente cómo decirle aquello.

—Bueno, Su Majestad... hay un poco... un poco de inquietud entre los hombres porque aseguran que han visto un fantasma.

Hasan parpadeó un par de veces y le dirigió una sonrisa divertida.

—¿Un fantasma, en serio?

—Pues sí, dicen que es una “jinni” de los oasis y se les está apareciendo a los hombres por la noche, están todos bastante tensos.

—¿Y la “jinni” de los oasis nos está persiguiendo por todo el desierto?

—Eso parece, señor.

Hasan suspiró sin responder a eso, y aunque decidió no darle particular importancia a esas supersticiones, a la tercera noche la cara desencajada de uno de sus hombres y la forma en que corría hacia ellos lo hizo levantarse de su silla de inmediato.

— ¡Umm Al Duwais! ¡Umm Al Duwais! —gritó el pobre hombre desesperado mientras señalaba en la dirección del ojo de agua y se arrodillaba pidiendo protección a Alá—. ¡Umm Al Duwais, nos va a llevar a todos! ¡Protégenos, Señor… nos va a llevar a todos!

Los demás hombres trataban de calmarlo, pero la atmósfera llena de nervios era imposible de eliminar.

Hasan se acercó a él y lo levantó con esfuerzo mientras trataba de que se tranquilizara. De sobra conocía la leyenda de la “jinni”, la mujer hermosa que atraía a los viajeros del desierto y luego se revelaba como una bruja, dejándolos enterrados en aquellas arenas para siempre.

—No hay ningún Umm Al Duwais aquí, soldado. No existen las “jinni” ni las brujas, solo son espejismos del desierto, ¡vamos!

—¡Pero, Su Majestad...! ¡Su Majestad, yo la vi! ¡La vi muy bien!... ¡Una mujer hermosa en el ojo de agua, con sedas blancas y cabello largo! ¡Es la Umm Al Duwais! ¡Es ella, lo juro!

Hasan conocía muy bien el peso de las supersticiones, pero él no era de los que creía particularmente en fantasmas.

—Denle algo de comida a este hombre, o tiene hambre o tiene sed —sentenció con molestia antes de regresar a su tienda.

Pero a pesar de que era un hombre bastante práctico, aun así frunció el ceño cuando volvió a su tienda y vio su plato de comida medio vacío. Su estómago todavía estaba rugiendo de hambre, así que, ¿en qué condenado momento se había comido aquello?

Giulia sonrió mientras se llevaba otra vez parte de la comida de Hasan, pero ese día en particular no era precisamente el hambre lo que la había movido fuera de la caravana de Malika: El sol del desierto no era amable con nadie, ni siquiera aunque estuviera todo el día a la sombra. Ese día en particular se sentía pegajosa, y eso le molestaba demasiado.

Esperó a que estuviera bien entrada la madrugada, porque sabía que esa era la hora del sueño más pesado de los hombres, y se escabulló hasta el pequeño oasis junto al que habían acampado. El agua estaba caliente a aquella hora, y era un lugar pequeño, resguardado por grandes rocas, y un poco de vegetación.

Giulia miró a todos lados y esperó al menos diez minutos en el más absoluto silencio para asegurarse de que no hubiera nadie alrededor. Luego se quitó casi toda la ropa y se dejó únicamente la lencería antes de meterse al agua.

El suspiro de alivio que salió de su pecho duró únicamente un segundo, solo un instante antes de que aquel cuerpo enorme y bronceado emergiera de repente justo delante de ella, y sintiera esos brazos rodearle la cintura y pegarla a él, inmovilizándola.

—¡Vaya, parece que el fantasma que está espantando a mis hombres es bastante real! —gruñó Hasan, que había pasado toda la maldit@ noche escondido en aquel oasis esperando descubrir a quien estaba asustando a sus guardias.

Sin embargo, cada uno de sus músculos se tensó cuando aquella mujer se apartó el largo cabello mojado de la cara y Hasan vio de quién se trataba.

—¡¿Giulia...?! —balbuceó impresionado, y ella le regaló una sonrisa radiante y absoluta.

—En mi defensa, Su Majestad, sus guardias son demasiado fáciles de espantar... Y le prometo no decirle esto a nadie... ¡pero creo que usted también!

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