Alan se detuvo en el umbral de la puerta. Mar estaba parada en medio de la habitación, contoneándose de un pie a otro para ver si aquel movimiento calmaba a su hijo, que se aferraba a su pecho. Escuchó la tos del niño, y aquel jadeo bajo de cuando no podía respirar bien.
Mar tenía los ojos hinchados y enrojecidos de tanto intentar contener las lágrimas pero finalmente algunas se le escapaban.
—No entiendo qué pasa... le di su medicina...
Alan se acercó a ella acariciando arriba y abajo la espaldita de Michael para ayudarlo con la tos.
—El clima está cambiando y los niños con alergia lo sienten más. Dame un minuto enseguida vuelvo.
Alan bajó a uno de los cuartos que usaba de depósito. Ahí guardaba muchas cosas que le enviaban de donación, pero por más que buscó no logró encontrar ningún nebulizador. Tomó las llaves del auto y así mismo se fue a la farmacia más cercana, y si la dependienta se asombró, se aseguró de solo venderle lo que pedía y ni chistar. Con ver a aquel monumento en pijama tendría que bastar.
Quince minutos después Alan estaba de vuelta cargando una bolsa de medicinas.
—Lo siento por demorarme pero fui a buscar un nebulizador —dijo con voz apresurada—. Con esto vamos a aliviar su tos, vas a ver.
Preparó el nebulizador con los medicamentos mientras Mar se acercaba a la ventana viendo los relámpagos que surcaban el cielo. Una vez listo el aparato, Alan acomodó a la muchacha en la cama con Michael encima y le sonrió mientras le apartaba el cabello del rostro.
—Oye vi que tienes un GI Joe —le dijo llamando su atención—. ¿Sabías que los GI Joe son muy valientes, verdad? Y algunos usan máscaras para que no los reconozcan ¿cierto?
Michael asintió con un puchero.
—Bueno, yo tengo una mascarita de GI Joe que es como de tu tamaño, pero solo es para niños valientes. ¿Tú eres valiente, campeón?
El niño volvió a toser restregándose los ojitos, pero dijo que sí.
—Bien, entonces te la voy a prestar un ratito... eso... —anunció poniéndosela—. ¡Wow! ¡Te ves super valiente!
Alan le colocó bien la mascarita del nebulizador y en pocos minutos Michael empezó a respirar mejor.
Mar se limpió las lágrimas con alivio, murmuró un silencioso "gracias" en dirección al médico y él le guiñó un ojo en respuesta. Alan comprendía su sentimiento de impotencia cuando no podía ayudar a su hijo, pero estaba seguro de que se recuperaría muy pronto.
—¡Muy bien, ahora vamos a hacer la historia del GI Joe Michael! —dijo acomodándose en el otro lado de la cama y apoyando la mejilla en el puño.
Lo hacía por distraer al pequeño, pero lo cierto era que la historia estaba tan interesante que Michael se quedó dormido en pocos minutos.
—Tenemos que cambiarle la dosis de la medicina —murmuró Alan haciendo que Mar lo mirara—. Mañana vamos a medirlo y pesarlo, y ajustaremos el tratamiento. Mientras vamos a mantener a mano el nebulizador, a partir de hoy considéralo tu mejor amigo.
—¿Esto se le va a quitar alguna vez? —preguntó ella con tristeza.
—Pues tenemos que hacer más estudios —respondió Alan y sabía muy bien por qué ella no se los había mandado a hacer todavía—. Deja que yo me encargue de eso, veré cuándo hay espacio en la consulta para indicarle algunos estudios importantes y veremos qué está pasando.
Mar asintió con un nudo en la garganta y él apretó su mano por un instante.
—Oye, no te pongas así. Te aseguro que cuando crezca ni se acordará de esto. Irá mejorando mucho con la edad, ya verás.
El resto de la noche la pasaron sin dormir mucho ninguno de los dos. Michael mejoraba por algunas horas y luego volvía la maldit@ alergia. Él mismo le dio la primera dosis diferente a Michael al día siguiente y luego lo llevaron a la guardería.
De camino al hospital Mar estaba que se rendía en el asiento del conductor, y mientras se detenía en los semáforos Alan tenía que hacer un esfuerzo ímprobo por no mirarla, pero los ojos se le iban solos. Más allá de las ojeras, el cansancio y la debilidad, Mar era una mujer muy hermosa y sobre todo era una guerrera. Se notaba que había pasado por mucho últimamente, y a pesar de eso era capaz de seguir luchando con todo lo que tenía.
Se desperezó mentalmente mientras estacionaba en el hospital y la llamó.
—Mar... Mar...
La vio abrir los ojos aturdida se le hizo extremadamente tiern... nada ¡nada!
—Ya llegamos.
—Ah, OK.
Caminaron juntos desde el estacionamiento, por supuesto bajo las miradas curiosas de los que los veían llegar juntos por primera vez, y Alan se aseguró de visitarla varias veces durante el día para reforzar la "relación".
—Ya tengo la lista de compras —le dijo Mar mostrándole una hoja de papel donde había escrito lo que necesitaba para la cena—. ¿Está bien si hago comida venezolana?
—Maravilloso, hace mucho que no la como, me encantaría —respondió Alan entusiasmado—. Pero las compras tendrán que ser mañana, porque hoy tengo consulta hasta las ocho. De hecho venía a dejarte esto —añadió poniendo en su mano una copia de las llaves de la casa—. No le abras a nadie extraño si yo no estoy.
"En la guardería", respondió ella por fin y literalmente un minuto después ya Alan cruzaba el tráfico para ir a buscarlos. El corazón se le encogió cuando los vio sentados en aquel portal y sacó dos paraguas del auto. Le dio uno a Mar y luego levantó a Michael en brazos, cubriéndolo con un grueso abrigo impermeable.
—¡Vamos campeón! —le sonrió con suavidad—. ¿Tienes hambre? ¡Yo me muero de hambre, vamos a comer algo rico!
—Gracias por venir por nosotros —le dijo Mar desde el asiento trasero unos minutos después.
—No me lo agradezcas, lo siento mucho, no me di cuenta de que estaba lloviendo —aseguró—. Pero solo dame un momento y te garantizo que se los voy a compensar.
Condujo hasta una linda plaza comercial que estaba cerca y agarró un carrito de compra para subir a Michael en él.
—¡Ahora sí! ¡A comer! —exclamó empujando el carrito y escuchando la risa emocionada del niño—. ¡Siempre quise hacer esto pero nunca tenía justificación! —le dijo a Mar, haciéndole un guiñó antes de empujar velozmente el carrito y subirse en el eje de las ruedas traseras.
Los dos gritaron mientras rodaban por los espacios de la plaza y luego Alan los llevó a un pequeño restaurante familiar donde cenaron.
—Pensaba que un pediatra no iba a dejar que un niño comiera comida chatarra —dijo Mar al ver aquellas sonrisas cómplices mientras cada uno devoraba una hamburguesa.
—Va a tener toda la vida para preocuparse por su dieta, y por el trabajo, el estrés, el dinero, las chicas... déjalo que sea feliz ahora que puede —suspiró Alan y Mar se dijo que jamás lo había visto tan relajado como en ese momento.
Apenas terminaron de cenar Michael se puso a abrir emocionado el pequeño regalo que venía con el menú infantil y Alan vio sus ojos iluminarse al descubrir un pequeño robot.
—¿Sabes qué? Ya que estamos aquí, podemos aprovechar para hacer la compras ¿quieres? —le preguntó a Mar y cuando ella asintió él fue por un par de carritos—. Este es tuyo, para que eches todo lo de la cena, y este es de Michael y mío, vamos a buscar algunas cosas de chicos que necesitamos —dijo con un guiño y Mar los vio perderse entre los pasillos mientras jugaban, no sabía si al barco pirata o a los Powers Rangers.
Lo cierto fue que Alan pasó a la farmacia por más medicinas y luego se metió en aquella juguetería. Había jurado que se iba a mantener al margen, había jurado que lo iba a mantener profesional, que no se iba a involucrar de más... pero aquel niño callado lo tenía con el corazón en un hilo desde que lo había conocido.
—¿Sabes qué, campeón? Hace mucho tiempo que mi casa no es divertida. ¿Qué crees si compramos algunos juguetes para hacer un poco de caos?
Michael no entendía lo que era caos pero "juguetes" lo entendió perfectamente.
Una hora después Mar los vio salir con dos enormes cajas de vías de trenes y no sabía cuántos trenecitos de juguete. Alan llevaba un gorrito de conductor y Michael soplaba su silbato con todas sus fuerzas.
—¡Ay, Jesús! ¡¿cuándo me gané dos Sheldon Copers?!
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Los comentarios de los lectores sobre la novela: FAMILIA DE MENTIRA, AMOR DE VERDAD