Karim respiró profundo mientras veía a Rose despedir a los invitados en nombre de Faith y de Charlie al final del evento. Se moría por acercarse a ella, pero siguiendo las instrucciones de su futuro suegro de no atosigarla, decidió no molestarla más esa noche, y por mucho que le doliera reconocerlo, la verdad fue que ella no lo miró ni siquiera con el rabillo del ojo ni una sola vez.
Sobra decir que no durmió esa noche. Todo lo que hacía era pensar en ella y en el hecho de que era lo suficientemente mujercita como para mandarlo al demonio y no perseguirlo después. Así que Christopher Moe tenía razón, Rose no era de corazón blando y a pesar de su edad era muy capaz de ser consecuente de sus decisiones, así que era el momento de Karim Rossi de decidir si la quería o no como su pareja, porque ya estaba visto que solo una noche no era suficiente para unirlos.
A la mañana siguiente esperó a que ella bajara a desayunar para despedirse de toda la familia, y no la vio hacer ni un solo gesto cuando dijo que se regresaba a Italia. La familia lo despidió en el porche con la misma calidez con que lo había recibido y dos besos en las mejillas de parte de Rose fue el último contacto.
El auto de Karim ni siquiera había acabado de travesar la verja de entrada cuando la escuchó silbar con fuerza y salir caminar con paso apurado por el sendero que llevaba a las cuadras, seguida de los dos cachorros de mastín.
—¡Maldición! ¡Tengo que estar loco! —murmuró para sí mismo mientras tomaba la carretera hacia el aeropuerto.
Pocas horas después ya estaba en Italia con sus padres, y luego viajaba a Reggio de Calabria, para dejar algunos negocios ajustados con su mejor amigo, Massimo Garibaldi.
—¿Entonces es oficial? ¿Te vamos a perder? —le preguntó Massimo abriendo una botella de vino de un cargamento que acababan de traerle.
—No... No lo sé —sonrió Karim con preocupación—. Solo quiero saber que te quedas como mi representante en los negocios por cualquier cosa que pueda suceder.
Massimo achicó los ojos y negó.
—Esa no me la trago, Karim, ¿qué está pasando? —preguntó.
—La gente de Nhasir está jodiendo otra vez...
—¿¡Pero ese tipo no se cansa!? —gruñó su amigo con impotencia—. La pregunta es cuándo te vas a cansar tú y vas a ponerlo en su sitio de una vez, a él y a ese medio hermano idiota que tienes. ¡No creas que no sé que tuviste que ir hace medio año a sacar a Julia de Arabia por miedo a que le hicieran algo!
Karim respiró profundamente y cruzó los dedos detrás de la nuca.
—Las cosas no son tan simples, Massimo. Sabes lo que puedo provocar ahí, y no voy a tener una guerra civil sobre mi conciencia —replicó con madurez.
—¿Guerra civil? ¿De qué hablas? —preguntó el otro sentándose frente a él con un gesto de incomprensión.
—Los enemigos de Nhasir vinieron a hacerme también una propuesta.
—¿Qué propuesta?
—Pues... ammmm... no sé, no los dejé hablar. Mencionaron a mi madre y se me fueron las tuercas, ya me conoces, pero no creo que quieran otra cosa que usarme como punta de lanza, y yo no voy a la guerra por nadie que no seas tú —sentenció Karim.
Massimo asintió con calma porque sabía que eso era verdad, ya habían librado su propia guerra y sabía que la lealtad de Karim era férrea pero limitada a solo unas pocas personas y él tenía la suerte de estar entre ellas.
—Yo también iría a la guerra por ti, hermano, así que ya sabes, solo tienes que decirlo y Massimo Garibaldi solucionará ese problema en particular para ti... al mejor estilo de la ’Ndrangheta. Todo por la familia.
—Todo por la familia, hermano —repitió Karim dándole un abrazo, y luego se aseguró de dejarle listos los documentos sobre cada uno de los negocios en los que estaba invirtiendo en ese momento—. Ven a visitarme de vez en cuando.
—¡Vas a extrañar este calorcito y la pasta de mi madre! —se burló Massimo y Karim asintió.
—Lo sé, pero la tormenta que me espera en Londres vale la pena —le dijo.
—¿Estás seguro de esto? —le preguntó y él sonrió con sinceridad.
—Muy seguro. Más seguro que de nada en mi vida.
—Entonces... sí, supongo que podemos empezar por una cita, como la gente normal.
Karim se acercó a ella y le ofreció su brazo como un caballero. Rose dudó un instante antes de tomarlo pero apenas echaron a caminar él se detuvo.
—¿La gente normal tiene citas en un restaurante o comen en casa? —le preguntó y Rose lo miró con curiosidad, dándose cuenta de que no había segundas intenciones en la pregunta. Él realmente estaba buscando la forma de hacer bien aquello.
—Bueno... supongo que eso depende de qué tan mal cocine el que invita —murmuró Rose.
—Yo cocino muy bien —sonrió Karim.
—Y de qué tan pronto sea en el número de salidas —terminó ella, porque sabía que si no rompían aquel ciclo de deseo desenfrenado no lograrían llegar a ningún lugar—. Para una primera cita, creo que un restaurante estaría perfecto.
Karim asintió mientras echaban a andar de nuevo. Ya había visto algunos restaurantes lindos en la zona, unos más caros que otros, pero recordó que no iba a pedirle matrimonio de nuevo así que tres calles después la hizo subir dos pisos hasta un restaurante pequeño y familiar que dejó a Rose babeando por los olores.
—Chiquilla... ¡bienvenida a la auténtica cocina italiana! —susurró en su oído y el sonido de su risa hizo que Karim lo confirmara: aquella tormenta valía la pena.
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