No tenía fuerzas para detenerse. Hasan había jurado hasta ese momento que era un hombre con una buena dosis de autocontrol, pero aquella mujer le despertaba tantas sensaciones que parecía simplemente que su cuerpo ardía debajo de la túnica.
Su boca se encontró con la de Giulia en un beso tórrido, desesperado, tan caliente que parecía que su cuerpo se derretía contra él.
Mil sentimientos encontrados se agolpaban en su pecho, pero había uno contra el que simplemente no se podía pelear y era el hecho de que la deseaba: la deseaba tanto que le dolía y Giulia jadeó de anticipación cuando él la envolvió en sus brazos y sintió aquella erección contra su vientre.
—¡Maldición, he estado tratando de evitar esto! ¡Juro que he estado tratando de evitarlo! —masculló él, abriendo cada botón y cada lazo de aquel vestido hasta que cada una de aquellas prendas fueron cayendo sobre el suelo.
De su pecho salía algo que a Giulia se le antojó como el ronroneo de un depredador, uno que aumentaba a medida que su lengua viajaba por cada centímetro de piel desnuda, hasta hacerla arquear el cuerpo para alcanzar sus pechos.
Se podía sentir la electricidad entre ellos, como si estuvieran a punto de saltar las chispas. Hasan saboreó sus pezones con una mezcla de urgencia y delicadeza, aspirando aquel aroma delicioso entre sus pechos, mientras pensaba en cómo aquella mujer se había convertido en un instante en su debilidad y su mayor tentación, haciéndolo olvidar todo lo demás.
—Tu piel es tan suave —murmuró, acariciándola con dedos curiosos y demandantes.
Sintió que el aire le faltaba cuando la vio retroceder y aquella desnudez hizo que el poco control que tenía desapareciera por completo. Un paso, dos, aquel cuerpo que tanto deseaba se hundía poco a poco en el agua, que iba cubriéndola lentamente mientras la expresión en su mirada seguía siendo juguetona y misteriosa.
No tenía idea de que no solo buscaba tentarlo, sino que estaba siendo tan cuidadosa como siempre. No tenía idea de que no le permitiría ver su espalda, porque en ella estaba el secreto que no podía decirle aún.
—Ahora te toca a ti —susurró Giulia con una sonrisa seductora y no se molestó en esconder el puchero mientras él se quitaba la túnica y ella recordaba cada uno de aquellos músculos, sus viejas cicatrices y otras nuevas, y todas le provocaban la misma excitación de la primera vez.
Cada parte de él era absurdamente sensual y la muchacha arrugó el ceño, preguntándose cómo demonios se había aguantado tanto tiempo antes de seducirlo de nuevo. Lo vio sumergirse en el agua, avanzando hacia ella con determinación y atrayéndola contra su cuerpo en un beso posesivo y dominante.
—Hasan... —susurró ella mientras él liberaba su boca solo un instante para volver a sus pechos, acariciando su espalda y sus nalgas hasta que ella envolvió las piernas a su alrededor con un gesto instintivo.
El tacto de sus labios sobre su piel era una sensación embriagadora que la dejaba sin aliento; uno que no volvería desde que los dedos de Hasan hicieron ancla en su sexo, masturbándola hasta que cada músculo de su vientre se puso rígido y Giulia pudo presagiar aquel orgasmo.
Sin embargo en ese momento perfecto él se detuvo y la miró a los ojos mientras su otra mano aferraba con fuerza el cabello en su nuca.
—Vas a tener que decirme cómo lo quieres porque no tenemos tiempo para adivinar aquí —jadeó él contra su boca y Giulia estaba completamente de acuerdo.
—Con fuerza —respondió sin vacilar y Hasan no pudo evitar sonreír ante su respuesta; sabía que Giulia Rossi era una mujer fuerte e independiente como para seguirlo hasta el desierto, así que no se le ocurrió desobedecerla ni por un instante.
Giulia sintió aquella erección presionar contra su sexo y un segundo después aquel grito sordo se escapaba de su pecho mientras Hasan la penetraba con fuerza, de una sola vez, llegando a su final y empujando todavía mientras devoraba aquellos gritos con besos.
Los dos se rindieron a la intensidad de aquel choque, pero durante un momento, un solo momento Hasan abrió los ojos y escuchó aquellos gemidos bajos mientras la sentía moverse contra él. Ni siquiera era capaz de explicarlo, pero sentía que su cuerpo podía reconocerla, como si fuera algo muy suyo que hubiera perdido durante demasiado tiempo.
Se dio le vuelta con brusquedad y Giulia sintió la piedra pulida por el agua bajo sus hombros mientras el cuerpo de Hasan se alzaba contra ella. Lo sintió salir, acomodarse mejor y volver a embestirla, una y otra vez mientras aquel ronroneo seguía creciendo y cada choque la hacía gritar, y cada penetración salvaje la hacía arquearse hacía él y esperarlo de nuevo.
—¿Te gusta así? —aquella pregunta en la voz ronca del rey la hizo estremecerse—. ¡Contéstame, malak!
—Sí… sí me gusta ¡no pares! —gimió Giulia y aquella expresión de placer en su rostro era como un permiso para que aquel monstruo dormido que era Hasan Nhasir despertara por fin.
Giulia respiró profundo y le acarició un mechón de cabello con gesto pensativo.
—En Arabia —le explicó con suavidad, con una mezcla de tristeza y determinación en su voz—, el único hombre que no tiene derecho a hacer lo que quiere es el rey. Lo sabes tan bien como yo, así que no puedes prometer nada, mucho menos a una mujer occidental como yo.
Hasan sintió aquellas palabras como un si fueran un viejo presagio y trató de negar.
—Las cosas no son así. Si yo… si tengo alguien que es importante para mí…
—Aun así tendrías que responder ante un parlamento y acogerte a las leyes de tu país —replicó Giulia porque en todos aquellos meses en que solo lo había observado de lejos, había llegado a comprender verdaderamente su situación—. No puedes pasar por encima de las leyes porque entonces serías un tirano y ese no eres tú. Además yo... yo tengo mis propias responsabilidades en Italia y no son pocas.
Hasan respiró profundamente y la atrajo de nuevo hacia su cuerpo.
—Entonces, ¿qué hacemos? —preguntó mientras comprendía que aquellos sentimientos quizás vinieran con fecha de caducidad.
—Por ahora… —susurró ella acercándose para besar suavemente los labios de Hasan—, mantengamos esto en secreto. Disfrutemos el tiempo que tenemos juntos, sin promesas ni expectativas. Te prometo que estaré bien con lo que sea que el destino nos traiga.
Pero por más que Hasan quería pensar de la misma manera, aquellas palabras de Giulia retumbaban en su cerebro como un eco: estaba peleando por hacer de su pueblo un pueblo libre… pero quizás él nunca lo sería.
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