Mar no entendía lo que estaba sucediendo. Las medicinas de Michael estaban allí, en la palma de su mano, mientras frente a ella el doctor Alan Parker parecía nervioso.
—Qué... ¿Qué quiere que haga? —preguntó recomponiéndose de inmediato mientras guardaba los frascos en sus bolsillos.
Él tomó una de sus manos, entrelazando sus dedos con un gesto que la dejó sin aliento. Se dieron la vuelta y vieron al director del hospital acercándose a ellos. Su expresión era incrédula y descompuesta. Se detuvo a unos pasos de distancia, señalándolos indistintamente a uno y a otro como si no pudiera creerlo.
—¿Ustedes...? ¿En serio? ¿Pero cuándo? ¡Mar está aquí desde hace solo dos meses y no me había hablado de ti!
Mar sintió que la respiración le faltaba de repente.
—No queríamos decir nada porque sabíamos que no deberíamos trabajar juntos —le explicó Alan con ecuanimidad—. Pero ahora que las cosas se formalicen buscaremos la forma de hacerlo funcionar, se lo aseguro. Mar es mi prometida y pronto será mi esposa, y esa no es una relación cualquiera ¿verdad?
Mar no podía creer lo que estaba escuchando. ¿Prometida? ¿Esposa? ¡¿De qué diablos estaba hablando el doctor Parker?! Apretó los dientes para disimular su asombro, pero Alan tenía una sonrisa dulce y amable, mientras que Wayland estaba estupefacto.
—¡Tú estabas en una misión! ¡Acabas de volver de África! —exclamó.
—Ya sé, pero lo de Mar y mío es más antiguo... desde...
—¿¡Desde cuándo!?
Alan apretó la mano de Mar en la suya. Ella estaba congelada, pero él no estaba mucho mejor.
—Desde Nueva York —se adelantó Mar intentando ayudarlo.
—Eso, desde Nueva York. Pero apenas supe que Mar estaba aquí decidí trasladarme de manera inmediata... ¡Es como usted dice! Algo que me hará quedarme la próxima década, ¿no es cierto?
El director seguía anonadado, pero Alan seguía sosteniendo la mano de Mar y ella a pesar de los nervios se comportaba con la misma entereza que había aprendido a fuerza de golpes. No tenía ni la más mínima idea de lo que sucedía, pero sabía que en sus bolsillos estaba la medicina que necesitaba para su hijo.
Finalmente Wayland se cruzó de brazos y asintió.
—Bien, entonces supongo que no tengo más remedio que aceptarlo —murmuró—. De verdad no me esperaba esto.
—Lo lamento mucho, director Wayland —se disculpó Alan—. Lizetta es una mujer maravillosa, pero usted sabe que en el corazón no se manda. Yo ya tengo una familia que amo y solo puedo desearle que encuentre un hombre que la merezca y la haga feliz.
—Sí, sí, ya veo... —gruñó Wayland molesto.
Alan estaba declarando aquella relación como algo serio, así que no podía insistir demasiado sin levantar sospechas. No le hacía ninguna gracia lo que estaba pasando, pero ya no podía hacer nada para forzar al condenado pediatra a casarse con Lizetta.
—Le agradezco su comprensión, director. Igualmente aunque no seamos familia política, la amistad prevalece. Sé que usted es un hombre íntegro y que me apoyará frente a la junta de accionistas —sentenció Alan sonriendo y no podía haber manipulación más clara ni más efectiva—. Después de todo, ya no hay nada que le impida a la Junta preocuparse por mis intenciones de quedarme, ¿verdad?
El director Wayland asintió confuso y finalmente suspiró, vencido.
—Está bien, sí... claro que lo apoyaré en la junta —dijo finalmente antes de alejarse rumbo a su oficina.
Mar lo vio irse y todo aquello se revolvió en su cabeza como un gran tornado.
¿Qué había pasado en los últimos minutos? ¿Qué le pasaba al doctor Parker como para llevarlo al punto de decir que estaban prometidos?
Lo miró con todas aquellas interrogantes bailándole en los ojos, pero él le regaló una sonrisa forzada y se inclinó para darle un beso en la mejilla que puso a Mar más tiesa que un quinceañero en un show de Victoria Secret.
—Nos vemos más tarde, cariño —murmuró él entre dientes—. ¿Te parece si almorzamos juntos?
Mar pestañeó muy rápido y asintió con una sonrisa torcida.
—Wayland quiere meterme a su hija Lizetta por los ojos —respondió Alan con fastidio.
—La señorita Wayland ha venido varias veces, parece una buena mujer, es distinguida y amable. Y también es muy hermosa —murmuró Mar con sinceridad.
—Pues de fachada le queda bien, pero es una mujer sin oficio ni beneficio que solo se dedica a la socialización —gruñó Alan—. ¡Además yo no quiero casarme con ella o con ninguna otra mujer!
"¡Oh! ¡Es gay! Con razón...", pensó Mar, porque si para farsas buscaban mujeres ella no era ni la más linda ni la más distinguida.
—¿Y no le podía decir que no y ya? —preguntó confusa.
—No, porque sin una buena excusa para rechazar a su hija Wayland no apoyaría mi puesto como siguiente director ante la junta, y lo único que se me ocurrió con suficiente peso fue... ya sabes, ¡el dichoso compromiso! —bufó Alan con frustración.
Ambos se quedaron en silencio por un largo segundo hasta que él se atrevió a hacer la propuesta que le había estado rondando la cabeza toda la mañana.
—Mar... escucha, ¿qué tal si empezamos por reconocer que los dos estamos en situaciones muy complicadas y que quizás, solo quizás, podamos ser la solución el uno para el otro? —le insinuó.
Ella arrugó el ceño y se abrazó el cuerpo con aprehensión.
—¿Qué quiere decir?
—Bueno, no quiero sonar insensible pero tú no puedes costear ahora mismo la medicina de tu hijo, y yo sí —respondió Alan—. Y por otro lado yo necesito una familia de mentira para que la Junta me vea como un hombre responsable que no se irá a otra misión de Médicos sin Fronteras.
—Y para espantar a Lizetta Wayland.
—¡Exacto! —apuntó Alan—. Entonces ¿qué te parece si dos desesperados hacen una alianza?
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