Estaba serio y adusto mientras trabajaba en la cocina. Rose jugaba afuera con los cachorros y Karim había regresado muy silencioso de su salida. Lo vio envolver todo en un contenedor de cristal antes de ponerlo en la nevera y detenerse luego frente a aquella botella de vino, mirándola como si realmente no supiera qué otra cosa hacer.
—Si no te conociera diría que algo te preocupa —murmuró Rose apoyándose en el marco de la ventana mientras los cachorros jugaban a su alrededor.
Karim apretó los labios en un gesto de resignación y vertió un poco de vino en una copa antes de acercársela.
—No me conoces, princesita.
—Por eso no me caso contigo.
Karim la miró a los ojos por un segundo y asintió.
—Por eso no te casas conmigo...
—Oye... ¿qué está pasando? —preguntó la muchacha viendo que echaba el resto del vino al lavaplatos después de beber solo un poco—. Karim ¿estás bien?
Él respiró despacio, intentando encontrar el punto medio entre no mentirle y no asustarla, pero realmente era muy difícil.
La tomó suavemente de las caderas y la subió a la encimera de mármol, apoyando los puños a cada lado de sus muslos.
—No, no estoy bien. Pero nada de eso tiene por qué preocuparte a ti, princesita.
—¿Entonces qué? ¿Tus mujeres viven en un mundo de pajaritos y unicornios donde todo es maravilloso, ellas no tienen que pensar y tú solo les compartes tu felicidad y no tus preocupaciones? —preguntó Rose con sarcasmo porque definitivamente no entendía para qué él quería tanto una esposa si ni siquiera era capaz de desahogarse.
—Para empezar, jamás he permitido que nadie se quede lo suficiente a mi lado como para compartirle nada, ni felicidad ni preocupaciones ni nada —explicó con todo neutro pero firme, y luego hizo una pausa para hablarle con suavidad—. Y para terminar, tú no eres mi mujer, no te has ganado el derecho a que te comparta nada.
Rose se quedó muda con aquella respuesta. Si él no se hubiera inclinado con suavidad a besar su mejilla para luego salir de allí, probablemente hubiera encontrado algo con lo que pegarle, aunque fuera con la esponja de la cocina. Sin embargo era evidente que algo lo estaba molestando demasiado, lo suficiente como para dejar atrás aquel juego o aquel capricho con ella.
Lo vio taciturno toda la tarde, y aunque durante la cena cautivó totalmente la atención de sus padres, para ella era evidente que estaba preocupado.
El día siguiente fue día de asado. El horno estaba listo, la comida también, solo faltaban las cinco horas en que Karim estuvo bromeando con Chris mientras vigilaban la carne. Para cuando Rose llegó de la universidad esa tarde ya el olor era como para echarse a los pies del árabe, y cuando por fin sacaron la porchetta para que se refrescara, Chris tuvo que hacerle de mosquetero para protegerla o todos se quemarían las lenguas intentando comerlo caliente.
—¡Dios, esto es lo mejor que he probado en mi vida! —exclamó Chris y miró de reojo a Mala dándose cuenta de que le podía tocar un buen regaño, pero en lugar de eso su esposa estaba degustando la comida sin hacerle literalmente ningún caso.
Karim miró a Rose, que pasó a su lado llevándose un pedacito de carne a la boca y le hizo un guiño.
—Muy muy rico —susurró para que solo él pudiera oírlo—. Ya te puedes casar.
El árabe puso los ojos en blanco antes de verla irse con los cachorros a jugar otra vez, y un largo suspiro se escapó de su pecho. Le encantaba. No sabía qué demonios tenía aquella chiquilla desafiante que le gustaba tanto, pero sí sabía que el tiempo se le estaba acabando, porque aquella estancia en casa de su familia tenía fecha de caducidad.
Sin embargo no llegó. Una de las puertas se abrió y un brazo fuerte tiró de ella hacia la penumbra del interior, haciendo que ahogara un grito contra su mano.
—¡Shshshshshs! ¡Soy, yo, soy yo, princesita! —susurró Karim acercándose a ella de tal forma que no pudiera moverse antes de quitarle la mano de la boca.
—¿Estás loco, Karim? ¿Qué haces? ¿Me estabas siguiendo...? —Quería regañarlo, pegarle, protestar... pero la cercanía de aquel cuerpo con el suyo simplemente volvía a nublar su entendimiento.
Karim estaba tan caliente que parecía que tuviera fiebre otra vez, y los ojos de Rose se cerraban solitos mientras se bebía su aliento despacio, porque sentía como si el tiempo se detuviera solo para ellos.
—Loco sí. Me tienes tú así. ¡Es tu culpa, lo juro!
El pecho de Rose subía y bajaba pesadamente contra el suyo, pero ella acabó sonriendo. No podía hacer otra cosa porque parecía que la misión de los dos era pelearse y resistirse, pero apenas estaban a menos de diez centímetros uno del otro las chispas saltaban incontrolables y ella quería pegarle tanto como quería besarlo.
Él también quería, podía leer en el fondo de sus ojos esa lujuria y ese deseo que amenazaba con quemarlos a los dos, y cuando sintió sus manos rodeando sus caderas y su respiración entrecortada sobre la piel de su cuello, no pudo resistirse a provocarlo.
—Me dijiste que no me pondrías un dedo encima en la casa de mis padres —susurró mordiendo su labio inferior y él perdió el aliento ante ese simple gesto.
—Bueno... técnicamente... no estamos ahí.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: FAMILIA DE MENTIRA, AMOR DE VERDAD