«¿Cómo se atreve a tratar de reclutar a Ivonne frente a mí? ¿Acaso desea morir? Trabajar para la compañía de la Familia Montaño, ¿eh? Me temo que ella tiene otros motivos y su verdadera intención es aprovechar la oportunidad para tener más de cerca a Ivonne».
Sin esperar a que Ivonne dijera algo, Jonathan la jaló hacia él.
—¿Qué estás haciendo?
Él le sujetó la mano con fuerza, como si le preocupara que se fuera a escapar.
—¡Quédate quieta!
Ivonne estaba tan pasmada, que olvidó resistirse. La mirada de Jonathan era fría, mientras miraba a Renata. Él quería terminar con esto tan rápido como fuera posible.
—Para ser exactos, usted regresó por el brazalete de esmeraldas, ¿o no?
La expresión en el rostro de Renata se congeló.
—¿Fuiste tú quien envió a alguien para que lo comprara en la subasta?
—Sí, fui yo.
Durante esa subasta, ella no pudo comprar el brazalete porque alguien se le adelantó y ofreció un precio más alto. Hasta ese momento, no había tenido éxito en averiguar quién había sido esa persona.
«Entonces, fue él. Ese brazalete es un símbolo del amor que mi esposo y yo teníamos el uno por el otro. Siempre lo tuve conmigo, por un infortunado giro del destino, lo perdí. Lo busqué por cielo y tierra por muchos años y al fin lo logré rastrear.
Sin embargo, cuando llegué al lugar, nunca esperé que alguien más me arrebatara el brazalete de esmeraldas que encontré con tanta dificultad. No puedo creer que quien hizo esto fuera este malcriado».
—¿Qué es lo que quieres? —siseó llena de furia.
—La propiedad del puerto.
—¿Qué dijiste?
«Pensé que solo quería controlar la carga. Nunca esperé que hiciera una demanda tan audaz y pidiera…».
—¡Estás loco! No puedo permitir que lo tengas.
—¿Sabe? No tiene mucho sentido para mí el conservar ese brazalete. Sin embargo, a mi madre le gusta mucho escuchar el sonido que producen las esmeraldas al destrozarse.
La fría respuesta de Jonathan enfureció aún más a Renata.
—¡Tú!
—¡Mmmm! —Ella apretó sus puños y lo golpeó—. ¡Bast*rdo!
La voz de Ivonne sonaba apagada, pero él no le prestó atención. El beso que él le dio fue tan contundente, que ella no pudo alejarlo. Furiosa, le mordió el labio. Él la soltó, cuando de pronto sintió un dolor agudo. Entonces, ella le gritó:
—¡Sinvergüenza!
Ivonne levantó su mano para darle una bofetada, pero él le sujetó la muñeca con un movimiento rápido.
«No sé qué fue lo que me pasó, pero de pronto pensé que sus labios se veían tan deliciosos, ¡que tenía que besarla y probarlos!».
Después de hacerlo a un lado, con rapidez, ella llamó a un taxi y se fue. Una vez en el auto, comprendió que no le había regresado el vestido que estaba usando a Jonathan. Ella estaba tan furiosa que podía explotar.
El conductor era un hombre de aspecto amable en sus cincuentas. Al notar que estaba hirviendo de rabia, él no pudo evitar preguntarle:
—Señorita, ¿tuvo una discusión con su novio?
—No es mi novio.
—Lo que pasa con los hombres, es que necesitan ser entrenados. Con gentileza dígale lo que hizo mal y es posible que la escuche. Si deja que reflexione sobre el asunto por la noche, me temo que no será capaz de averiguarlo y usted terminará siendo la que se enoje.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Felicidad efímera