Haciéndolo mío romance Capítulo 27

—¿Qué voy a hacer? Necesito más de cien mil para la cirugía. ¿En dónde conseguiré tanto dinero en tan pocos días? Si no consigo el dinero, la vida de mi papá corre riesgo —le dije a Natalia mientras se me salían las lágrimas y la miraba con desesperanza. El pánico me congeló al pensar en que perdería a mi papá. 

—No llores, Andrea, ya pensaremos en algo. Además, a los doctores les encanta exagerar. Estoy segura de que la salud de tu papá no está tan mal como dijo el doctor. Primero tranquilízate; encontraremos una solución juntas. 

Natalia me abrazó con fuerza y me consoló repetidas veces. Sabía que solo lo decía para calmarme, pero mi papá contaba con que yo consiguiera el dinero. Sin embargo, sentía impotencia porque no podía hacer nada, pero ¿cómo era posible ver a mi padre nomás así? 

—Espera, ¿qué no conoces a Miguel Sosa a un nivel personal? Él es el hombre más adinerado de Puerto Aven, ¡él puede ayudarte! 

En mi estado de desesperación, Natalia mencionó a Miguel de la nada. No había escuchado ese nombre en un buen rato, y se me detuvo el corazón de solo escucharlo de nuevo; en un instante, pude ver la esperanza. Para mi disgusto, le había dejado claro a Miguel la última vez que no nos debíamos nada, que ni siquiera éramos tan cercanos para empezar. Además, era probable que pensara que tenía motivos ocultos si lo abordaba. Había oído rumores de que era una persona tacaña; por eso, mis posibilidades de que me prestara dinero eran casi nulas. 

Así que decidí coquetearle de nuevo. De esta forma, podría pedirle prestado dinero con justificación, pero Miguel era un hombre importante en Puerto Aven; no era alguien a quien pudiera ver cuando quisiera. Sin contarle mi plan a Natalia, me tomé el día libre en el trabajo y fui al edificio de la oficina de Miguel, esperando podérmelo encontrar. 

Para mi sorpresa, la sede estaba repleta de miles de empleados. Mis ojos quizá se me caerían si me quedo esperando y analizo a cada persona que salía del edificio. Después, tuve una idea: me escabullí en el estacionamiento subterráneo del edificio. Cuando tuvimos sexo en aquella ocasión, le presté especial atención al número de placa de su coche; además, dudaba que muchas personas pudieran pagar un carro tan lujoso como ese que costaba millones. Por fortuna, mi esfuerzo valió la pena; después de buscar por casi media hora, encontré el coche de Miguel. Di un suspiro de alivio cuando pude confirmar que estaba en la oficina. 

Después de eso, decidí esperar al hombre. En definitiva, Miguel vendría por su coche después del trabajo, y, cuando eso pasara, fingiría que me lo encontré por casualidad. Para seducirlo, tuve sumo cuidado para arreglarme: me puse un minivestido ajustado de color amarillo pálido, lo combiné con tacones de diez centímetros, y también me aseguré de usar un poco de maquillaje. Miré mi reloj y me di cuenta de que ya eran pasadas las cuatro y hora de salir del trabajo, ya que había empleados que ya estaba yéndose en sus respectivos coches. 

Para empezar, yo era una persona de bustos grandes, por lo que, con mi atractivo atuendo, muchos hombres se me acercaron para darme un aventón. Por supuesto, rechacé todas sus ofertas. Mi objetivo era Miguel; no tenía tiempo de jugar con nadie más. Como cada vez que había menos coches, el estacionamiento parecía vacío y silencioso. Incluso en ese momento, no había señal de Miguel. De no ser porque miraba su coche estacionado donde mismo, habría sospechado que se había ido. Como rara vez solía usar tacones tan altos, mis pies comenzaron a dolerme después de estar de pie por dos horas; de verdad estaba haciendo todo lo posible solo para poderme dormir con él. 

Por fin, una figura entró en mi campo visual: Miguel estaba aquí; llevaba puesto un traje negro, hasta se veía más majestuoso e inalcanzable. Parecía emanar una constante aura aterradora porque mantenía a los demás a una distancia respetable. Me escondí en la esquina y saqué un espejo compacto de mi bolsa para revisar mi maquillaje; una vez satisfecha, caminé de manera indiferente. Miguel me notó casi de inmediato, pude detectar muy claro la sorpresa en sus ojos. 

Se me acercó y se detuvo justo frente a mí; después, me miró lento de pies a cabeza de manera seductora. Quizá se debía a que iba vestida más sexi, pero dio una sonrisa mientras me preguntó: 

—¿Qué estás haciendo aquí? 

—¿No era eso lo que pensabas de mí? ¿Por qué te molesta eso ahora? —le dije con un tono sarcástico. 

Sonriéndole de manera seductora, mis ojos pasaron de su pecho hasta su entrepierna. Al parecer no le agradaba verme actuar tan desenfrenada porque su expresión se enfurecía cada vez más, al punto de que no me sorprendería que me empujara. 

—Ese truco tuyo pudo haber funcionado la primera vez, pero ahora me eres inútil —me dijo con una voz tan fría como el hielo. 

Aunque lo que le dijo lo molestó, no me siguió la corriente ahora como en la primera vez, como si hubiera descubierto mi fachada. Me reí incómoda y dije: 

—¿En serio? No recuerdo nada sobre eso. Debí haber bebido mucho aquella noche. 

Después de que me expusiera de manera tan despiadada, me salió una sonrisa avergonzada. 

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