Haciéndolo mío romance Capítulo 36

Me besó con tanta destreza que mi cerebro se puso en blanco y, sin darme cuenta, respondía a cada uno de sus movimientos. Por un momento, el ambiente en su coche se llenó de tensión sexual.  

Me soltó después de un largo rato, y, cuando abrí los ojos, me perdí en su mirada profunda e intensa. Incluso a poca distancia, se veía tan perfecto que era imposible hallarle defectos; no se comparaba a Josué. Pensaba que Josué era perfecto, pero me di cuenta de que no lo era cuando conocí a Miguel. 

Sin embargo, sin importar qué tan magnífico sea Miguel, no tenía nada que ver conmigo; solo éramos amigos con derechos, y no era para enorgullecerse de esa clase de relación. La noción de que podría ser algo más sonaba descabellado; además, él era adinerado y fuera de mi estatus. Como tal, no me atrevía a esperar a alguien como él, porque él no pertenecía a mi clase. 

—Por favor, cómeme con los ojos hasta que estés satisfecha —dijo Miguel provocativo con una voz profunda y sexi mientras sonreía.  

Su voz me despertó y me di cuenta de que era la segunda vez en que me perdía observándolo. Me sentí tan avergonzada que quisiera que me tragara la tierra. 

—Si no hay nada más, entonces me voy —murmuré, evitando verlo a los ojos y abrí la puerta del coche para irme. Incluso después de dejar el estacionamiento, mi corazón seguía latiendo de manera errática. El beso de Miguel despertaba ondas en la serenidad de mi corazón.  

Por la tarde, la cirugía se realizó sin problemas, y un peso de mi corazón por fin había sido liberado. A los días siguientes, la salud de papá mejoró con rapidez; sin embargo, lo acababan de operar, así que era obvio que necesitara tiempo para recuperarse. Por las noches tras trabajar, venía a cuidar a papá. Por alguna razón, parecía que Miguel se desvaneció desde que lo vi en el estacionamiento; no me volvió a contactar. Cada vez que recordaba el beso que compartimos, en el corazón sentía algo indescriptible. 

«No he tenido contacto reciente con él y nuestra relación parece no existir. Por algún motivo, me entristecía, pero, por otro lado, debería está feliz. Al fin y al cabo, solo éramos pareja en la cama, aunque no de buena gana por mi parte. Si me olvida, entonces este será el fin de nuestro trato». 

Mi vida continuó de la misma manera. Una semana después, la recuperación de mi papá salió bien, así que lo dieron de alta del hospital. Quería rentar una casa para que mis papás se quedaran, pero están tan acostumbrados a la vida del pueblo que insistieron en regresar. No tuve más remedio que ceder porque no pude convencerlos. 

El jefe de departamento de mi empresa era un hombre de cuarenta años llamado César Suárez; era barrigón y se estaba quedando calvo. Desde el primer día que entré a la empresa, sentía que siempre me miraba de manera obscena. Siempre odié que se me quedaran mirando los hombres, especialmente los de mediana edad y cara regordeta, pero, como no me hacía nada malo, no pude criticarlo. Después de todo, uno podía perder su trabajo si ofendía a sus superiores, así que tenía que tolerar sus miradas. 

Sin embargo, un día en particular, cruzó la línea y me hizo enfadar. Estaba sentada en mi escritorio, buscando entre documentos con cuidado cuando César dio unos golpes en el escritorio y me miró con una sonrisa: 

—Andrea, trae el diseño de la publicidad del champú a mi oficina. 

Con su cara regordeta, los ojos triangulares de César se enfocaron en mi busto con una mirada pervertida que me irritó. Al sentirme incómoda, me acomodé el vestido y le respondí de manera indistinta: 

—Voy a ser sincero contigo, Andrea. Desde que llegaste el primer día, pensé que eras muy hermosa y talentosa. Si te hubiera dado más oportunidades, no tendrías problemas para recibir un aumento o un ascenso. 

Cuando César dijo esto, sonaba un tanto orgulloso y arrogante, con un tono como si fuera dueño de Dicha Dichosa. Sin embargo, él en realidad solo era el jefe de un departamento pequeño, así que no tenía tanta autoridad. Como mucho, solo podía otorgarle bonificaciones al personal de su departamento; no estaba en su poder promover o aumentar el salario. Era obvio que pensaba que no conocía las reglas y que podía engañarme. 

Si fuera una recién llegada a la empresa, quizá me habría engañado, pero ya había trabajado en una agencia de publicidad por unos cuantos años antes, así que estaba familiarizada con esta área. 

—Señor Suárez, gracias por su amabilidad. Haré mi mejor esfuerzo, pero por favor revise este documento primero. Si hay algún error, puedo modificarlo. 

Fingí que no entendía la intención oculta en las palabras de César y lo miré con indiferencia mientras hablaba con un tono neutral. 

—¿No entiendes a lo que me refiero? No te pedí que vinieras a hablarme de ideas de diseños. Quiero que seas mi mujer. Si haces un buen trabajo para mí, no tendrás que trabajar tanto en el futuro. Les encargaré las tareas a los demás, y tú obtendrás todo el crédito. 

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