—¿En serio? Pero Andrea parece una persona seria y trabajadora. Además, siempre se ve muy inocente. ¿Por qué haría algo así?
—Pues, la gente de hoy en día es capaz de hacer cualquier cosa para tener éxito y subir su estatus social. Desde que entró a la empresa, supe que no era una persona decente. Finge ser una persona diligente, pero en realidad está seduciendo a un viejo como nuestro supervisor. ¡Vaya zorra!
—¡Cierto! El señor Suárez ya tiene más de 40 años; es viejo y feo. Andrea de verdad lo dará todo si puede aguantar a un hombre así.
El chisme de mis colegas entró por mis oídos fuerte y claro. Me sentí muy ofendida al escucharlas.
«¿Cuándo seduje a César Suárez? ¿Acaso me vieron con sus propios ojos? ¡Argh! ¡Las personas sí que son buenas inventando historias y sacando sus conclusiones! ¡Fue él quien quiso forzarme primero! ¿Ahora por qué están diciendo que fui yo quien lo sedujo? ¡Están diciendo mentiras!»
En ese momento, quería salir y contradecir sus acusaciones diciéndoles la verdad. Sin embargo, me contuve pues sabía que no me creerían, aunque explicara las cosas y solo me odiarían más.
«¡Ay, como sea! Es suficiente con que yo sepa el tipo de persona que soy; no hace falta explicarle nada a los demás» me dije a mí misma. Sin embargo, las lágrimas no dejaban de caer por mi rostro. No dejaba de recordarme que no debía tomarle importancia, pero el sentimiento de ser acusada de algo falso era terrible.
No salí del baño hasta que se fueron. Me llené de angustia al ver mis ojos rojos en el espejo. «He dado todo de mí desde que entré a la empresa, pero nunca pensé que mi recompensa sería tener la reputación de seducir a mi superior. ¡Argh! ¡Este mundo es demasiado injusto!»
Por la tarde, pude sentir que todos mis colegas estaban mirándome diferente. Hice mi mejor esfuerzo por fingir ignorancia y solo me concentré en el trabajo, pues pensaba que algún día se darían cuenta del tipo de persona que era si trabajaba lo suficiente.
En los días siguientes, nadie me dirigió la palabra. Incluso cuando mis colegas se topaban conmigo, me ignoraban a propósito. Por otro lado, César me complicaba la vida para que dejara Dicha Dichosa. Me dejaba tanto trabajo que tenía que trabajar tiempo extra todos los días; hasta las 10 de la noche podía salir del trabajo. Sabía que lo hacía apropósito para incitarme a renunciar. Sin embargo, hace mucho que yo había decidido que nunca iba a hacerlo, sin importar lo mucho que él intentara buscarme errores.
En ese día en particular, yo seguía trabajando tiempo extra. Eran las 10 de la noche cuando por fin terminé de revisar todos los documentos en mi escritorio. Luego de estirarme, me levanté con cansancio y me dirigí a la salida de la oficina después de guardar mis cosas. Pero, en ese preciso momento, mi teléfono comenzó a sonar sin parar. Al final, contesté la llamada cuando ya no pude soportarlo.
—¿Te has vuelto loco, Josué Centeno? ¿Por qué no dejas de llamarme?
No podía molestarme en ser civilizada con él y mi voz sonaba fría, sin ningún rastro de emoción.
—Quiero hablar contigo, Andrea. Estoy esperándote abajo de tu oficina. Sé que has estado trabajando tiempo extra estos últimos días.
Del otro lado de la línea, Josué sonaba mucho más gentil de lo normal. En el pasado, yo estaría saltando de felicidad porque él quisiera verme, pero ya no había ni la más mínima felicidad en mí ahora que ya no lo amaba.
—No tenemos nada de qué hablar. No quiero verte —rechacé sin dudarlo. Luego de decir eso, terminé la llamada sin darle oportunidad de hablar.
«Lo nuestro se acabó, así que no hace falta que sigamos en contacto».
«¡Increíble! ¡Tiene el descaro de decir un comentario así ahora que nuestra relación está destruida? ¡Ja! ¡Nunca me di cuenta de que en realidad es un sin vergüenza!»
—No te odio. ¡Es solo que me enfermas porque ya no siento nada por ti! —dije con un tono helado mientras lo miraba con frialdad.
«Sí, acepto que lo odié al principio por traicionarme y destruir la relación que tuvimos todos esos años, y lo más importante, por acostarse con mi mejor amiga. Sin embargo, eso solo fue cuando todo comenzó a ir mal. Ahora que ya no lo quiero, no tengo necesidad de seguir odiándolo. De hecho, me parece una molestia hacerlo»
—¡Oye! ¿Te vas a subir o no? Si no, ¡deja de perder mi tiempo!
La voz impaciente del conductor interrumpió justo cuando Josué estaba por decir algo más.
—Lo siento señor, pero ella ya no necesita de su servicio.
Luego de decirle eso al conductor, Josué me jaló hacia su lado y cerró la puerta del taxi de golpe.
—¡Señor, espere!
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