Como si se hubiera molestado por haberme tapado, Miguel me reprendió con placidez mientras alzaba una ceja.
—Eh... Se está haciendo tarde, debería irme ya a trabajar o llegaré tarde —dije en un momento de pánico, inventando una simple excusa.
No me atrevía seguir mirándolo a los ojos, pues parecía que podía descubrir todo. No podía evitar sentirme nerviosa cada que nos mirábamos a los ojos.
—¿Estás trabajando en Dicha Dichosa?
Pensé que diría algo atrevido de nuevo, pero cambió de tema de forma inesperada y sin ningún aviso. Me quedé sorprendida por un momento y cuando recuperé mis sentidos, respondí con sinceridad:
—Sí.
Cuando él frunció el ceño ligeramente, me llené de pánico.
—No tengo ninguna intención oculta trabajando ahí. Solo quiero una mejor plataforma para impulsar mi carrera. No te preocupes, no me aferraré a ti por ello —expliqué enseguida.
Los hombres de clase elitista como él eran más reacios a las mujeres que usaban distintos métodos para acercarse a ellos. Me preocupaba que pensara lo mismo de mí, así que clarifiqué las cosas de inmediato.
«¡De verdad necesito este trabajo ahora y no lo puedo perder por nuestro acuerdo! Aunque mi papá ya tuvo una cirugía de stent coronario, su salud ya no es la misma de antes. Solo por eso, ¡debo de apoyar a mi familia!»
—¿Por qué sientes tanto pánico? ¿Dije algo?
Al observar mi expresión frenética, Miguel alzó una ceja y me miró con burla. Pude tranquilizarme al ver que no estaba molesto, pero aun así lo miré con aprensión y pregunté:
—¿No me vas a pedir que deje Dicha Dichosa, cierto? De verdad necesito este trabajo.
—¿Acaso piensas que soy una persona de mente tan cerrada? Ahora eres mi mujer, así que no tiene nada de malo que trabajes en mi empresa. Sin embargo, no olvides lo que me prometiste en el pasado; no tienes permitido decirle a nadie sobre lo nuestro.
Su declaración hizo que mi corazón se tranquilizara. Sin embargo, su recordatorio final hizo que una sensación de melancolía se apoderara de mí. Para ser honesta, nunca planeé decirle a nadie que estaba relacionada con él, pero, aun así, me sentí perturbada cuando me dijo eso.
—Lo sé. No le contaré a nadie, así que no te preocupes —respondí en un tono tranquilo mientras bajaba mi mirada.
Al ver mi decepción repentina, Miguel frunció un poco el ceño y parecía estar un poco irritado también. Luego de eso, el silencio se apoderó de la situación, haciendo que el ambiente se volviera incómodo.
—¿Puedes traerme mi ropa, por favor? —pregunté una vez más mientras me giraba para mirarlo—. Necesito ir a trabajar ya.
Luego, me moví ligeramente; a pesar de haber descansado por la noche, aún sentía algo de dolor en mis partes íntimas. Fruncí un poco el ceño y al siguiente instante, no pude evitar que mi rostro se volviera a sonrojar de un rojo intenso cuando nuestra intimidad frenética de la noche anterior apareció en mi mente.
—¿Te duele?
Miguel parecía haber notado mis movimientos y frunció el ceño, incluso sonando como si estuviera preocupado por mí.
—Sí. Quizás nos pasamos anoche, así que me duele un poco ahí abajo —murmuré, sintiendo mi rostro sonrojado y caliente.
A decir verdad, no quería discutir un tema tan íntimo con él, pero sin darme cuenta, las palabras solo salieron de mi boca.
—Lo tomaré como si estás diciendo que la tengo lo suficientemente grande. Entonces, ¿cómo soy comparado a Josué Centeno? ¿Mi aguante es mayor al de él?
Una sonrisa engreída apareció en el rostro de Miguel cuando escuchó mi comentario. Luego, caminó hacia mí. Sin embargo, las palabras que salieron de su boca hicieron que me quedara helada al instante.
—¿A qué te refieres con eso, Miguel? Ya te he dicho antes que nunca tuve intimidad con Josué. ¿Sigues sin creerme? —dije mientras lo fulminaba con la mirada.
«Él ya me ha cuestionado sobre esto antes y ya se lo he explicado. ¿Por qué sigue mencionado a Josué de repente? ¿Acaso sigue sin creerme?». Comencé a sentirme molesta por dentro al pensar eso. Aunque no me importaba lo que pensara de mí, odiaba el sentimiento de que acusaran injustamente. Quizás se dio cuenta de que me había molestado de verdad pues Miguel no dijo nada más después de eso. Su tono se suavizó mientras me persuadía:
—Solo bromeaba. ¿Es necesario que te pongas a la defensiva? Andrea, si mal no recuerdo, no te interesa lo que otros piensen de ti.
Él ya había regresado a la cama cuando dijo eso. En lugar de mirarme a los ojos, estaba buscando el bálsamo en el botiquín de primeros auxilios.
—No me importa lo que pienses de mí, pero no quiero que los demás me malinterpreten —dije con un tono helado mientras lo miraba con indiferencia.
Sin embargo, él no reaccionó ante mis palabras. De hecho, actuó como si ni siquiera me hubiera escuchado. Por alguna razón, una chispa inexplicable de ira se encendió al observar su expresión apática. «¿Me cree o no?»
—Abre las piernas.
Miguel se giró y me miró con una expresión imperturbable.
—¿Qué?
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Haciéndolo mío