Haciéndolo mío romance Capítulo 42

No había ni un alma en la sala; el lugar entero estaba tan silencioso como un cementerio. Observé a Miguel con aprensión y dije: 

—No puedo creer que me trajeras a tu casa... ¿Y si tus papás me ven? —le recordé susurrando después de caminar hacia él. 

«¡Dios mío! Mi relación con Miguel es escandalosa, ¡me moriré de vergüenza si sus papas se enteran de lo nuestro!» 

—No te preocupes. Ellos no viven aquí. 

Luego de decir eso, Miguel me inmovilizó contra el sofá en la sala. Parecía una persona tranquila y serena por fuera, pero cuando se trataba de asuntos íntimos, siempre se convertía en una bestia impaciente y frenética. 

Sentí un gran alivio al escucharlo. Observé sus ojos apasionados y mi corazón se agitó. 

—Gracias, Miguel... 

Al recordar que me había rescatado la noche anterior, le agradecí mientras miraba su atractivo semblante. Su expresión se paralizó por un momento al escucharme, pero de inmediato me miró a los ojos y dijo en un tono profundo e hipnotizante: 

—Tú eres mi mujer, y yo, Miguel Sosa, ¡nunca comparto a mi mujer con nadie más! Recuérdalo, Andrea García; antes de que termine nuestra relación, ¡no tienes permitido estar con ningún otro hombre! ¿Quedó claro? 

Su voz sonaba bastante dominante y posesiva al decir eso. De hecho, siempre había sido así desde que me relacioné con él. Por alguna razón que no podía explicar, una ola de amargura se apoderó de mí. Lo miré a los ojos y me quedé en silencio por un largo momento antes de por fin responder: 

—Quedó claro. 

A decir verdad, no tenía ilusiones sobre nuestra relación, pero no pude evitar sentir angustia cuando me lo ordenó de esa manera.  

Al darme cuenta de que ahora estaba en su casa y en su cama, el pánico se apoderó de mí. Al decir eso con nerviosismo, aparté mi mirada de inmediato en busca de mi ropa. Sin embargo, no vi ni una sola prenda mía después de observar toda la habitación. Fruncí el ceño con desconcierto mientras trataba de recordar todo lo que había pasado la noche anterior.  

«Recuerdo que primero comencé a desvestirme en la sala...» 

Finalmente recordé que mi ropa estaba en la sala. Por desgracia, ahora me encontraba desnuda. Aunque Miguel ya había visto cada parte de mí, no me atrevía a caminar hasta la sala sin nada puesto. 

—Eh... Mi ropa está en la sala. ¿Puedes traérmela, por favor? —pregunté en voz baja mientras me giraba para mirarlo, avergonzada. Sin embargo, Miguel no me respondió y en lugar de eso, fijó su mirada en mi pecho. Seguí su mirada y me observé a mí misma; al instante, mi rostro se sonrojó.  

Tomé la manta de inmediato y la envolví a mi alrededor con fuerza. En ese momento, mi mortificación era tan grande que quería que la tierra me tragara. 

—¿Por qué te avergüenzas tanto? No hay parte de ti que no haya visto o tocado. 

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