Haciéndolo mío romance Capítulo 45

—¿Cómo es posible que te despidan solo por llegar tarde? —dijo Miguel con el ceño fruncido mientras me miraba de forma inquisitiva. Agaché mi cabeza y respondí: 

—Pues tal vez sea la primera en ser despedida por ello porque he ofendido a mi supervisor. Desde entonces me ha guardado rencor, sin mencionar que todos en mi departamento también están en mi contra en este momento. Así que, quién sabe, puede que sí me despidan en cualquier momento con el más mínimo error. 

Últimamente, no tenía muchas ganas de ir a la oficina porque podía sentir que todos mis colegas me excluían. Además, César estaba desquitando su ira conmigo y me torturaba en el trabajo después de que lo rechacé. Me presionaba asignándome un sinfín de trabajo, no solo de mi departamento sino también de otro. 

—Pero ¿por qué? —dijo Miguel mientras me miraba con curiosidad y el ceño aún más fruncido. 

Al principio, nunca pensé en decirle cómo César intentó insinuárseme antes. Sin embargo, el inexplicable agravio en mi corazón me estaba sofocando. Casi todos pensaban que intenté seducir a César para beneficiar mi carrera. Para ellos, yo no era nada más que una mujer descarada y taimada que pretendía pasar de méndiga a millonaria. Al final, le solté el incidente desagradable. 

Cuando terminé de contárselo, el rostro de Miguel se puso serio. Mi corazón se detuvo al ver su repentino cambio de expresión. Solo pude mirarlo con miedo.  

«Maldición... ¿Me verá cómo alguien que se aprovechó del hecho de que tuvimos relaciones solo para poder acusar a mis superiores? ¿Qué tal si de verdad piensa eso de mí?» 

—Entonces, ¿te tocó los senos? —preguntó en un tono frío mientras yo me quebraba la cabeza sobre cómo debería explicárselo. No sabía lo que estaba pensando mientras me miraba con sus ojos color obsidiana. 

—Sí... —murmuré con desconcierto, intimidada por su apariencia sombría. 

—Yo me encargaré de este asunto. Escúchame, Andrea. Necesito que entiendas algo. Mientras tengamos esta relación, no toleraré que ningún otro hombre ponga las manos en ninguna parte de tu cuerpo. ¿Entendido? —dijo Miguel con un ligero tono amenazante. 

Lo miré y me sentí indefensa.  

«¿Qué quiere que haga entonces? Yo fui a quien César acosó. ¡Yo también sentí asco por cómo ese pervertido horrible me tocó! Y, aun así, ¡Miguel está insinuando que fui yo quien dejé que otros me tocaran!» 

—Entendido. Estaré más alerta a la próxima. 

Reprimí la irritación en mi corazón y asentí de forma obediente para no hacerlo enojar. Cuando escuchó mi respuesta, Miguel me lanzó una mirada indiferente sin decir nada más antes de tomar un sorbo de su taza de café con elegancia. La ansiedad crecía en mí cada vez más mientras miraba mi reloj.   

«Incluso si me apresuro ahora, ¡puede que aún no llegue puntual a la oficina!» 

Luego de un momento, Miguel puso su taza de café sobre la mesa y desvió su atención hacia el periódico que estaba en sus manos mientras lo hojeaba. Me armé de valor y pregunté con cautela: 

—Miguel, ¿tienes ropa de mujer aquí que me puedas prestar? 

Miguel alzó sus cejas y se giró para mirarme. 

—¿Acaso parezco el tipo de hombre que fácilmente llevaría a cualquier mujer a su casa? —Su voz se había elevado una octava más alta y su tono se había vuelto frío. 

«Pues, no sería incorrecto ¿cierto? Después de todo, tú me trajiste aquí anoche ¿no?».  

Me estaba burlando de él por dentro, pero por fuera, mi expresión se mantuvo impasible como de costumbre. Aunque solo conocía a Miguel desde hace poco, de alguna manera podía sentir que su temperamento era impredecible. Si me atrevía a darle la contraria, sin duda lo haría enfurecer. 

—¿No puedes solo decirme si tienes o no? No esperas que me quede desnuda, ¿cierto? 

No pude soportarlo más y pregunté de nuevo. Agaché mi cabeza y observé mi estado vergonzoso. Debajo de la manta, estaba totalmente desnuda. La forma en que las mucamas me observaban me incomodaba y no pude evitar esconder mi rostro en mis manos. 

Cuando César contesto, el grito de ira de César sonó antes de que pudiera decir algo. 

—Andrea García, ¿qué te sucede? ¿Por qué demonios no has llegado a la oficina? ¿Acaso quieres que te eche? 

Sabía bien que desde que rechacé a César, nunca dejó de buscar errores en todo lo que hacía. Había sido extra cuidadosa para no cometer ninguno y trabajar con diligencia para que no tuviera motivos para castigarme. Como esta vez no llegué a tiempo, estaba segura de que aprovecharía la situación para hacerme pasar un mal rato. 

—Señor Suárez, lo siento mucho, pero necesito un permiso para faltar hoy, debo encargarme de un asunto...  

Controlé la rabia que sentía e intenté explicarle con paciencia. 

—¿Acaso no tienes nada de respeto por la empresa? ¿Cómo puedes pedir permiso como te plazca? ¿De verdad crees que puedes obtener permiso con una llamada? —dijo furioso. Era obvio que estaba intentando inculparme, pero solo pude contener mi frustración. 

—De verdad debo encargarme de algo importante hoy. ¿Puede por favor aprobar el permiso? —dije con los dientes apretados, forzándome a suavizar mi tono. Sin embargo, por dentro quería desquitar mi furia y bombardearlo con un montón de maldiciones. 

—Bueno, si realmente quieres que apruebe tu ausencia, necesitas demostrarme que de verdad eres sincera con tu petición...  

De repente, César suavizó su tono y habló en voz baja. Mi rostro se iluminó y le agradecí de inmediato. 

—Muchas gracias, señor Suárez... 

—No me agradezcas aún. No he terminado de hablar —me interrumpió. 

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