Haciéndolo mío romance Capítulo 53

Miguel frunció el ceño al escuchar mis palabras repentinas y me miró con desaprobación. Podía entender su descontento pues a los hombres siempre les gustaban las mujeres inocentes. Esperé que me siguiera regañando, pero para mi sorpresa, él solo encendió el auto y comenzó a manejar de nuevo. Me sentí aliviada, aunque debía admitir que también sentía una sensación de pérdida. De vez en cuando, seguía recordándome la naturaleza de nuestra relación. 

Miré por la ventana con tristeza. Me sentía mal, aunque sabía que no tenía derecho de sentirme así. Miguel había sido muy claro con su postura cuando me prometió los doscientos mil. Los hombres podían tratar el sexo solo como una necesidad biológica, pero las mujeres siempre nos involucrábamos emocionalmente con los hombres que nos acostábamos. Para Miguel, lo que pasó entre nosotros se consideraría una transacción. Cuando él ya haya tenido suficiente de mi cuerpo y no pueda conseguir más placer de él, las cosas entre nosotros llegarían a su fin.  

Mientras estaba hundida en mis pensamientos, Miguel me tomó por sorpresa al decir: 

—No he estado con otra mujer desde que comencé a acostarme contigo. 

«¿Acaso me está dando explicaciones» 

Me quedé aturdida y me giré para mirarlo. Su rostro atractivo carecía de expresión y mantuvo sus ojos fijos en la carretera. 

—Bueno.  

Esa fue la única respuesta que se me ocurrió. Me sentía muy sensible, pero su advertencia seguía fresca en mi memoria, así que no me atreví a decir más.  

Poco después, llegamos a un vecindario cerca de Dicha Dichosa y Miguel me llevó a un departamento de tres habitaciones. Por supuesto, era mucho más pequeño y básico en comparación de su mansión, pero era acogedor. Observé el departamento con curiosidad mientras me preguntaba por qué me había llevado ahí. 

«¿Acaso esta es otra de sus residencias?» 

Me deshice de ese pensamiento de inmediato. Después de todo, él era un presidente ejecutivo y estaba acostumbrado a vivir en una mansión.  

Luego de observar el lugar, me giré hacia él y pregunté: 

—¿Qué es este lugar, Miguel? 

—Este departamento es para ti. De ahora en adelante, cuando quiera hacerlo, te llamaré con anticipación y me esperarás aquí —dijo Miguel mientras me miraba y enfatizaba el propósito del departamento. 

Me quedé sin palabras al escucharlo, con la expresión congelada. 

—Esta es la llave del departamento. Vendrás aquí cuando te llame o puedes solo mudarte aquí. 

Los ojos de Miguel estaban llenos de ira mientras me observaba en silencio con el ceño fruncido. Podía asegurar que sí él le regalaba un departamento a cualquiera de esas personas que andaban detrás de él, lo aceptarían con felicidad y esperarían por él al pie del cañón. Él se había acostumbrado a tener mujeres así a su alrededor, siempre ansiosas por complacerlo. Él daba por hecho que las mujeres debían idolatrar a un hombre como él. 

Era probable que mi reacción inusual lo confundió o quizás lo malinterpretó y creyó que me estaba haciendo la difícil. Yo no estaba insinuando que él era un hombre mezquino, pero mis encuentros pasados con él me habían dejado en claro que él tampoco era una persona indulgente. Él parecía un caballero maduro y equilibrado, pero escondía sus emociones demasiado bien y yo no podía leer su mente en lo absoluto. 

Estaba a punto de deshacerme bajo su aura poderosa cuando por fin habló de nuevo: 

—Como gustes —resopló y después se dirigió al baño. 

Solté un suspiro de alivio. Siempre me sentía tensa ante su presencia pues su aura era demasiado intimidante. Una cualquiera como yo debía mantener su distancia de personas tan importantes y poderosas como Miguel. No me haría bien estar cerca de él. 

Podía escuchar el sonido del agua corriente del baño. Mientras Miguel tomaba una ducha, yo me senté en la sala pensando en cuándo terminaría mi relación vergonzosa con él.  

Yo ya no era joven y lo único que mis papás querían era que me casara con un buen hombre. Comenzaron a preocuparse cuando terminé con Josué. A pesar de haber perdido mi fe después de la traición de Justin, yo también quería casarme. Tardé en darme cuenta de que esas promesas y palabras dulces eran mentiras que los hombres usaban para persuadirnos, pero en realidad no significaba nada para ellos. 

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