Hace mucho que había dejado la edad en donde buscaba el amor a ciegas, pero mis padres deseaban verme casada y no podía soportar decepcionarlos. Yo también quería quedarme con un buen hombre. Desperdicié 7 años de mi juventud con Josué y no podía hacer lo mismo con lo que quedaba de mi juventud. Todos mis excompañeros estaban casados y tenían hijos. Incluso Natalia tenía novio, así que yo era la única solterona. A veces, cuando me sentía mal, me daba cuenta de que no tenía nadie en quien confiar y me sentía la persona más solitaria del mundo.
Yo no tenía la esperanza de que un príncipe azul cayera a mis pies. Lo único que quería era un hombre confiable que pudiera escucharme cuando lo necesitaba. Decidí que debía encontrar la oportunidad para discutir eso con Miguel. Aunque él me había propuesto una relación abierta, yo no tenía planes de que durara mucho.
Mientras estaba perdida en mis pensamientos, el sonido del agua corriente se detuvo y Miguel salió del baño. No llevaba camisa y solo tenía una toalla alrededor de su cintura, dejando su pecho bronceado totalmente descubierto, el cual estaba cubierto de gotas de agua. Su cabello también estaba empapado; lucía salvaje y sensual.
Aunque me habían criado de forma conservativa, no pude evitar observar la vista seductora. Debía admitir que Miguel era como una joya en cuanto a su apariencia y su cuerpo. Cientos de mujeres en Puerto Avén estarían encantadas de acostarse con él.
Miguel se estaba secando el cabello con una toalla. Tenía el don de hacer que cada uno de sus movimientos fueran hipnotizantes. Luego, caminó hacia mí y arrojó la toalla que estaba usando a mi lado. Con una sonrisa astuta en su rostro, se inclinó y me susurró con un tono coqueto:
—Ya ni siquiera escondes el hecho de que estás observando mi cuerpo, ¿cierto?
Su voz profunda y sensual hizo que mi corazón se detuviera. Enseguida desvié mi mirada y dije:
—¡Deja de creerte tanto! Ya he jugado con tu cuerpo cientos de veces, ¿qué tiene de sorprendente que solo lo mire?
A pesar de estar bastante avergonzada, no podía dejar que tuviera ventaja. Yo era conservadora, pero también era mordaz y no salía perdiendo en una discusión. No podía utilizar un lenguaje apropiado con un hombre indiscreto como Miguel.
La expresión de Miguel se congeló por un momento, pero su sonrisa traviesa regreso al instante.
—Por supuesto que no es sorpresa. Ambos obtenemos lo que queremos. Si tú lo deseas, puedo dejar que me observes todo lo que tú quieras.
Luego de eso, enderezó su cuerpo y extendió su mano para quitarse la toalla que llevaba en la cintura. Solté un grito y por instinto, cubrí mis ojos con mis manos.
«¡Este tipo está loco! ¡Dice y hace lo que quiera sin pensar en los sentimientos de los demás!»
Me escondí por un momento, pero cuando sentí que algo andaba mal, separé mis dedos y eché un vistazo. Resultó que Miguel seguía teniendo la toalla alrededor de su cintura y me estaba observando con burla. En ese momento, me di cuenta de que me había tendido una trampa.
—¡¿Cómo te atreves a engañarme, Miguel?! —dije mientras lo miraba con intensidad. Nunca pensé que un monstruo intimidante como él tenía un lado travieso.
—Me di cuenta de que solo eres buena maldiciendo, Andrea. ¡Eres como un pez muerto cuando se trata del acto real! Ni siquiera puedes hacerlo en una posición diferente.
Miguel tenía la mirada fija en mi pecho y su voz me dijo que ya estaba excitado. Su deseo sexual era muy grande y sabía que no era muy paciente al respecto. Yo seguía molesta por la broma de hace un momento, así que decidí vengarme haciéndome la difícil.
—No me siento muy bien hoy. ¿Podemos no hacer nada hoy? Te compensaré a la próxima, ¿de acuerdo?
Mis ánimos para tener intimidad también habían disminuido pues él me recordó el propósito de nuestra relación varias veces esa tarde.
—Las cosas que quiero para hoy nunca se van a posponer para otro día. Esta noche he fijado mi mirada en ti, Andrea —dijo Miguel ignorando mi petición. Cuando él tenía ganas de hacerlo, no le importaba si yo quería o no.
Su actitud dominante me hizo sentir un poco de frustración.
«¿Por qué cree que sus deseos son órdenes?»
—No me importa ducharte yo mismo si no vas ahora, Andrea. Me encantaría hacerlo en el baño.
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